¿Más libertades y menos sexo?
El promedio de relaciones sexuales en las parejas estables bajó a un encuentro por semana, cuando hace no tanto tiempo lo habitual era tener entre dos y tres.¿Qué está pasando?
1 de diciembre de 2015 • 00:02
Hoy en día, en lo que a sexo se refiere, mucho dejó de ser prohibido, para transformarse en casi obligatorio. Es como salir de una cárcel de puertas herméticamente cerradas para entrar en otra de puertas tan abiertas y provocativas que se plantea una paradoja. Porque, según la totalidad de las encuestas que realizan los expertos, el promedio de relaciones sexuales en las parejas estables bajó a un encuentro por semana, cuando hace no tanto tiempo lo habitual era tener entre dos y tres.
Créditos: Corbis
¿Qué está pasando? ¿Culpamos al estrés y al agotamiento laboral? ¿O quizás a la crisis económica? Seguramente todo esto influya de algún modo, pero también existe un cierto desconcierto porque parece haber una diferencia casi grotesca entre la "desexualización" en la que la mayoría de las personas viven y el mundo externo, inundado con estímulos llamativos respecto del sexo.
EL SEXO EN LA ERA MAD MEN
Hace no tanto tiempo, el varón trabajaba fuera de la casa trayendo el sustento para la familia y la mujer estaba dentro del hogar, protegiendo principalmente los intereses afectivos. También oficiaba de "amante" en la cama, aportando, con caricias y ternura, gran alivio y desahogo a la angustia, rabia y frustración producto de las preocupaciones masculinas de cada día.
Pero ahora, la mujer trabaja a la par del varón, fuera del hogar, y no simplemente porque le está permitido hacerlo, sino porque así lo elige o incluso también porque le es obligatorio y necesario. Antes, el hecho de que ella trabajara fuera de casa resultaba casi siempre sinónimo de "hijos descuidados", de "una actitud egoísta" o de un "marido incompetente". Hoy, sin embargo, es casi vergonzoso decir que no se trabaja siendo mujer, ya que, de ese modo, se hace alusión a ser perezosa, despreocupada, poco solidaria con la pareja, apática o poco interesante.
Asimismo, los varones –bastante desconcertados frente a la enorme capacidad de trabajo y recursos económicos que pueden producir las mujeres– reaccionan de formas diversas: pueden sentirse impotentes y algo indefensos frente a una mujer capaz de sustentarse por sí misma, y hasta amenazados cuando perciben que incluso podrían prescindir de ellos. La mujer sabe que ganó –y mucho– gracias a su autonomía económica. Pero también, en algún lugar, queda alguna conciencia acerca de lo que perdió.
EN BÚSQUEDA DEL EQUILIBRIO
Créditos: Corbis
En el terreno de la sexualidad, la mujer sabe que ganó gracias a las nuevas permisividades eróticas. Pero también ese permiso se transforma, por momentos, en obligaciones: "batallar" un orgasmo, realizar hazañas de erotismo acrobático, conocer todos los recursos o resortes de la sexualidad (propia y del otro), "tener mucha experiencia" pero no demostrarlo y buscar ese finísimo equilibrio entre conocer y ejercer sus potencialidades amatorias pero, al mismo tiempo, no apabullar, no ser inhibidas ni, mucho menos, complacientes.
Y entonces, esa mujer –no se sabe si más exigida que liberada– se encuentra con un hombre que la mira desconcertado, temiendo en algún punto ser transformado en la nueva "geisha" de la pareja, sin saber qué ni cómo ofrecer ni qué pedir.
Por eso, dado que la igualdad llegó a los sexos, ahora en la cama parece ser obligatorio hacer lo mismo. Vamos a tener que reinstalar algunas "pequeñas diferencias"; será cuestión de reinventarlas o redescubrirlas, entre el nuevo hombre y la nueva mujer, recreando una nueva sexualidad, siempre permitida y jamás obligatoria. •
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