En el amor tengo la pasión argentina y, a veces, la distancia europea. Distancia que se me hizo costumbre a fuerza de tratar con tantos europeos, y un poco también por añoranza. Ser tan amigo del amor a veces duele.
Ser latino en el amor es ser apasionado y, aunque exista el mito de que el francés flota en una nube de amor, al momento de expresarse es más frío y distante: hay un límite que lleva tiempo traspasar, si es que uno logra traspasarlo. Por estos lares, la intimidad no se comparte tan rápido como lo haríamos nosotros y lo cierto es que no todos se merecen una apertura tan amplia de corazón, mucho menos algunos europeos que son témpanos de hielo seco.
Ese temperamento profundo y apasionante, el drama y la novela son puramente latinos y así soy de expresar mis sentimientos. Me acuerdo de Mara, una amiga alemana que vivió hasta hace poco en París, y que un día terminando el curso se reencontró con su novio al que no veía desde hacía un mes. Ella vino a estudiar actuación a la ciudad y él vino a visitarla una noche. Esa noche organizamos una salida en grupo y fuimos al teatro a ver danza contemporánea. Los novios, felices, se sentaron más adelante, solos, ¡pero no se abrazaron ni tocaron un pelo ni una mano en ningún momento! Nada de nada, ni una mirada. Me estresó esa escena tan fría y distante, porque no estaban incómodos sino alejados. No lograba concentrarme en el espectáculo, pensaba todo el tiempo: Mara no lo ve hace un mes y están tan separados que pareciera que sigue cada uno en su país. Me imaginaba que si fuera mi novio al que no veo hace tanto, le estaría apretujando la mano o abrazando y no me importaría nada la obra. Lo más seguro es que no hubiésemos salido en grupo... Si bien somos todos diferentes y eso está muy bien, hay un factor cultural marcado en la expresión de los sentmientos y yo lo percibo seguido.
Tengo muchos amigos europeos a los que adoro y me adoran, pero me siento más libre de abrazar a un amigo latino. El afecto y el cariño que automáticamente nos damos no se pueden comparar. Esto es algo que extraño mucho de la cotidianeidad argentina.
Por eso, a veces envidio a los europeos que puedan ser tan fríos y distantes, a pesar de que estén sintiendo un profundo amor. Como una forma de protegerse y de preservar eso tan delicado que son los sentimientos y que, de ser heridos, nos lleva tiempo sanar. Cuando era adolescente solía ser así, hermética y enemiga de lo cursi y del contacto en público. Creía en los juegos de seducción más histéricos y soberbios. Una época en la que actuaba más por inseguridad que por convicción, pero la madurez en este sentido fue llegando y los temores profundos al rechazo dejaron de hostigarme. Hoy me juego por ser explosiva cuando de corazón me pinta serlo, eso me hace feliz.
Llego a la conclusión de que con una pareja europea podemos llegar a ser una bomba de emociones encontradas, algo así como la relación entre un psicólogo y su paciente: mucha intimidad (especialmente de mi parte), él frío y correcto escuchándome y yo desbordada aullando de amor.
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