Y un día, los programas de cocina en la tele se animaron a innovar, a ir más allá de una chaqueta de cocinero y de platos súper elaborados e ingredientes difíciles de conseguir. La frescura se hizo eco en las recetas exprés y en propuestas creativas que todos pueden lograr. No es casual que Ximena Sáenz aporte esa mirada fresca y femenina al programa
Cocineros argentinos. Porque ella es así. Y así nos recibió en este
PH de la década del 30 que, junto con su novio, Martín, compró hace unos meses y recicló, respetando sus espacios pero abriéndolos por completo a la luz, el aire y el recorrido del sol. Esta casa apareció un día de lluvia, cuando ya tenían reservada otra. La compraron un miércoles y al tercer día
festejaron con cincuenta invitados, incluidos el dueño anterior y el agente inmobiliario. Estrenaron parrilla con asadito multitudinario, pusieron música, colgaron banderines y todos terminaron comiendo sándwiches en la casa que aún estaba vacía. Porque así es ella: espontánea, divertida y excelente anfitriona.
En su refugio personal, sus invitados siempre están a gusto: conversan, toman buen vino, se reúnen alrededor del fuego que encienden en un barril junto a la parrilla, escuchan jazz y comen rico, muy rico. “Amamos esta casa. Nos sigue pasando que abrimos los ojos cada mañana y decimos: ‘¡Sí..., vivimos acá!’”, dice con esa amplia sonrisa que la caracteriza, mientras prepara un té en hebras, de frutos rojos, y nos convida una increíble torta holandesa de manzana en el rincón que más ama de su casa: la cocina con vista al jardín. Esa, la que la enamoró desde el primer día en que la vio.
Al abrir los ojos, miran el verde, a través del ventanal que conecta con el patio, baña de luz el ambiente y guarda a sus pies una biblioteca llena de libros, muchos de cocina. Como protagonistas del espacio, espejo de Nomo Estudio, mesa de luz que compró en un anticuario sobre la calle Loyola (¡solo consiguió una!) y bastidor entelado con un género de la marca finlandesa Marimekko, que le regaló su novio.
Martín compraba telas para los picnics que organizaba en su casa de Tigre. Cuando se conocieron, descubrieron que también los unía el fanatismo por Marimekko y empezaron a coleccionar géneros –en general, de diseñadores distintos–. El diseño favorito de Ximena es el de las hojas de ginkgo: “Si encuentro una en la calle, la guardo para conservarla dentro de un libro. ¡Me gusta tanto que hasta tengo un esténcil para decorar tortas!”. Los géneros también los usan como caminos sobre la madera para
poner linda la mesa. Algo que siempre hacen cuando reciben gente: “Me gustan las mesas simples, con flores frescas, velitas y comida siempre casera”.
La reforma logró abrir la casa al exterior y llenarla de aire y luz, a través de grandes ventanales. Al frente, un patio interno da la bienvenida, repleto de plantas de todos los tamaños; atrás, un jardín bien cuidado –con diseño de Laura Trotti, de Rolândia– con parrilla y mesa hecha con tablones de obra se convirtió, por las mañanas, en el espacio elegido por Ximena para instalarse con libro y café.
En el centro de la escena, living, comedor y cocina integrada, donde conviven muebles y objetos que hablan de ellos, como el banco matero que viajó desde Catamarca, el silloncito de mimbre que Martín heredó de su abuela Sarita, los almohadones de Cosa Bonita, el estante volado antiguo –diseñado por su amigo Fernando Luvini, de Berlina– que da espacio a objetos con historia, la alfombra a rayas de Elementos Argentinos, y el mármol de Carrara de la cocina que fue parte de la carnicería que sus vecinos cerraron hace años: “Es un material muy noble, que está curtido por el uso, ¡y nos encanta para cocinar!”. Porque, además de diseñar jabones, su novio también estudió cocina.
“Siempre soñamos con una mesa bien grande para recibir visitas”. Y esta tabla con caballetes se convirtió en el centro de reuniones. Larga y angosta, permite una buena circulación cuando la casa se llena de invitados. Y si están solos, también la usan de escritorio. Las flores son de Ramos Florales y los cuadernos de Tintha.
Ximena ama el efecto terapéutico que tienen ciertas cosas cotidianas, como descubrir las sorpresas del jardín, la marcha de las hormigas, el calor del sol sobre la cara, el aroma de las flores silvestres, un paseo distendido en bicicleta o la masa entre las manos cuando elabora postres que endulzan el destino de otros. Porque, muy al estilo Amélie –de la que es fan–, cultiva el gusto por los pequeños placeres de la vida. Y como aquella chica que intentaba hacer el bien en ese barrio parisino, ella busca hacer felices a quienes visitan su casa. Ojo, que el look ya lo tiene.
Agradecemos a Cosa Bonita, Elementos Argentinos, Tintha, Ramos Florales y Organizza por su colaboración en esta nota.