Los objetos cargan con energía y, según el feng shui, por su ubicación y su estado general posibilitan o obstaculizan la fluidez en tu vida. - Créditos: Getty Images
De acuerdo el milenario sistema de creencias que nos acerca el feng shui sabemos que las disposiciones de los objetos en el hogar juegan un papel primordial en dejar que fluya (o se trabe) la energía con la que convivimos a diario. Por eso, es tan importante saber qué debemos tener y dónde ubicarlo, como también qué cosas o disposiciones nos quitan energía o nos impiden la libre circulación de chi, que es la energía vital.
En este sentido, todo objeto que esté roto o que haya perdido su utilidad, según el feng shui, quita energía y entorpece la armonía general del espacio. Puede ser desde un espejo roto hasta una taza a la que le falta la manija o que se rajó en su interior. También los platos rasgados o los elementos que tienen pequeñas partes rotas deberían de ser desechados o reciclados. Si cobran un nuevo sentido la cosa cambia.
Los objetos rotos o que perdieron su utilidad, mejor retirarlos del hogar. - Créditos: Getty Images
El tema de los espejos merece un lugar destacado para este milenario sistema de creencias, ya que se los considera como grandes acumuladores de energía. Cuando se rompen, el feng shui considera que puede atrapar energía negativa, por lo que puede tener un impacto directo en el hogar de quienes lo tienen en esas condiciones.
¿Y cómo se manifiesta esa vibración densa? En forma de tensiones, problemas de salud o bloqueos en la vida de las personas que habitan ese hogar.
Bonus track: consejos para el uso de espejos
Los espejos que tenemos para vernos tanto en el baño como en el vestidor siempre es mejor que estén a nuestra altura y nunca que queden muy altos o bajos, ya que en ese caso nos obliga a tener que elevarnos para poder vernos bien.
¿Y cómo se traduce en energía según el feng shui? Que tenemos que hacer constantes esfuerzos para poder alcanzar nuestras metas, o bien, cuando tenemos que agacharnos porque quedó bajo, nos dice de manera simbólica (pero potente) que tenemos que bajar la cabeza, incluso humillarnos, en distintas situaciones de nuestra vida diaria.
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