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Breve historia del Café de Tacuba


Un espacio en el que se respira parte de la convulsionada historia mexicana

Un espacio en el que se respira parte de la convulsionada historia mexicana



“Desde que usted entra en el Café de Tacuba recibe el trato agradable y cortés que merece. Ya sentado cómodamente en su mesa, los exquisitos y finos platillos que le servimos son tan deliciosos que usted se sentirá como en su propia casa…”. Añejado por el paso del tiempo, el viejo aviso publicitario enmarcado advierte de las promesas del lugar: “Único en su género”, remata. Yo, que fui adolescente durante una década (la de los 90) en que el sueño alterlatino pretendía unir las tres Américas al ritmo del rock, creía que Café Tacuba sólo era el grupo de un cantante que cambiaba de nombre y usaba peinados estrafalarios. Pero a un par de cuadras del Zócalo, la plaza elefantiásica que siempre parece a punto de colapsar en el centro de Ciudad de México, está el verdadero Café de Tacuba: puro abolengo azteca desde 1912, un destino de peregrinación para cualquier fanático del café.
El mítico cafe de la calle Tacuba abrió sus puertas en 1912

El mítico cafe de la calle Tacuba abrió sus puertas en 1912

Mucho antes, en el siglo XVII, había sido un convento. Pero el nacimiento de la ciudad moderna exigía que cada gran metrópoli tuviera su Tortoni: a dos pasos del Palacio Nacional, los cabilderos arreglan o arruinan el futuro de la patria. Los millares de azulejos, las incontables boiseries, los murales recargados y los óleos pringosos dan una idea de lo mexicano: abruman por acumulación. Todo es grande y caótico acá, desde la Catedral inclinada que se hunde cada año en un barrial sin fondo hasta las chalupas de Puebla, unas tortillas fritas que dejan el paladar áspero por la grasa.
En cada rincón del lugar se respira historia: aquí se escribieron poemas, se planearon estrategias políticas y se formaron miles de parejas.

En cada rincón del lugar se respira historia: aquí se escribieron poemas, se planearon estrategias políticas y se formaron miles de parejas.

Aquí mismo se casó Diego Rivera con la novelista Guadalupe Marín, antes del amor rabioso con Frida Kahlo, en aquella mesa Agustín Lara escribió la letra de un bolero en una servilleta y en esa esquina los sicarios de la organización La Mano Negra mataron a tiros al gobernador de Veracruz.
El ecléctico y cargado estilo del Café de Tacuba

El ecléctico y cargado estilo del Café de Tacuba

Es que la historia se escribe en los cafés: si en el viejo Lloyd’s de Londres se fundó la primera compañía de seguros del mundo, y en el Florian de Venecia se guardaba una mesa para Casanova porque era el único cafetín de la ciudad que permitía el ingreso de mujeres, en el Tacuba los excesos del realismo mágico latinoamericano combinan el amor, el odio, la muerte, los tacos, los chiles rellenos con queso y los panuchos, unas tortillas de maíz con guiso que reclaman a gritos el consuelo de una michelada. La cerveza se toma con limón, sal y salsa: en los colores (verde, blanco y rojo), un tributo a la bandera mexicana.
El Café de Tacuba es un templo para los que crecimos diciéndonos menso entre nosotros y aunque a uno lo tienten con comerse un chapulín, un insecto que se fríe, dice que no, que sería como matar a un ídolo de la infancia. Lo sospeché desde un principio: este Tacuba no tiene nada de rock alterlatino porque sólo se escuchan boleros, rancheras y serenatas con orquestas de mariachis. Al salir, desbordado de mexicanidad, sólo queda deshacer las cuadras que vuelven al Zócalo y elevar una plegaria al cielo: “¡Ojalá que llueva café!”.

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