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Hernán Casciari: el relato que emocionó a Messi y qué le pasó con el estreno de Muchachos

Después de hacer emocionar a Messi con uno de sus relatos, ahora Hernán Casciari estrenó Muchachos, la peli sobre el mundial que nos hizo llorar a todos. Una charla sobre el fútbol, la literatura y el amor por Argentina.


Hernán Casciari

Hernán Casciari - Créditos: Gaspar Kunis



Hernán Casciari tiene un superpoder: es el escritor que todos leen. Los fanáticos de la literatura, obvio, pero también esas personas que ni siquiera tienen una biblioteca en su casa. A los primeros los atrapó en el año 2011, cuando fundó Orsai, una revista colaborativa con una lógica industrial muy disruptiva y repleta de textos de largo aliento escritos por plumas de renombre internacional. A los segundos los enamoró con sus cuentos de humor, fútbol y argentinismo en el programa “Perros de la calle” de Andy Kusnetzoff.

Como si no le sobrara amor de los argentinos, a fines del año pasado Casciari se hizo viral por hacer llorar de la emoción nada más y nada menos que a Lionel Messi, con un relato que escribió en su honor. Y a un año exacto del mundial que nos vio campeones, fue el encargado de escribir el guion de Muchachos, la película de la gente, un film dirigido por Jesús Braceras sobre la inmensa alegría (e inmenso sufrimiento) que atravesamos para alzarnos una vez más con la copa del mundo. 

El Mundial fue muy movilizante para todos los argentinos, ¿qué te generó volver a vivir todo tan condensado y en carne viva al momento de hacer Muchachos? 

Yo creo que la peli te da la posibilidad de meterte en una especie de licuadora que te muestra un mes en 100 minutos. Tu mes, además, porque no es la peli de los jugadores, de lo que pasa en el vestuario. Es nuestra peli. Además, está bueno que la hicieron muy federal: ves paisajes jujeños, patagónicos, no solamente departamentos palermitanos. También en lo musical tiene mucha cultura. En un momento hay una chacarera y funciona muy bien. Creo que hay un enorme acierto de dirección y de edición que nos logra meter adentro. Sabés cómo sigue, pero querés verlo igual. 

 

Ahí contás que en el Mundial pensabas mucho en tu papá con relación al fútbol, pero también has dicho que él te influyó en que fueras escritor. ¿Por qué?  

Yo no creo que me hubiese gustado el deporte si no hubiera tenido padre. No me iba para ese lado de la infancia. Era de mucha lectura, gordito. Entonces, no hubiera sido el deporte un tema para mí. Mi viejo era atlético y muy deportista, y yo le salí hijo gordo. Recuerdo su mirada decepcionada, que no lo hacía adrede, pero la tenía. Entonces, desde chico hice un montón de cosas para eliminar esa mirada decepcionada de mi papá. Entre ellas, hacer muchísimo deporte y sentarme a su lado a ver todo lo que él veía. Y fui, como pude, un poco deportista. Y empecé a entender las reglas del deporte, pero de verdad no me gustaba, ni el fútbol ni nada. 

Pero ¿jugabas al fútbol?

A todo, jugaba. Yo quería que él me quisiera mucho. Pero después, ya a los 12 o 13 años, entendí que lo único que me interesaba era leer y escribir. Y me di cuenta de que si no escribía sobre deportes y no escribía con humor, mi viejo nunca iba a leer lo que yo hiciera. Entonces, él fue siempre el lector al que yo busco, que es el que no lee, el cabeza de termo al que le gusta el fútbol y que no le entra una bala metafórica o literaria. Y me pongo muy contento cuando alguien en la calle me dice que me leyó y que antes nunca había comprado un libro o cuando una señora me dice: “Mirá, con mi hija lo único que tenemos en común es escucharte a vos”. Entonces, como tengo ese trauma, esa tara, o esa condición, siempre que vos leas o escuches algo mío y haya un poco de humor, ese humor es de mi papá. Lo mío va por ese lado un poco por culpa de él. 

En la peli también decís que lo hermoso del Mundial fue que nos volvimos a enamorar de nosotros mismos, a reencontrarnos con nosotros como argentinos. ¿Por qué creés que a veces nos cuesta tanto querernos? 

Sospechamos que nos cuesta, pero a mí me parece que es mentira. Nosotros tenemos la sensación de que estamos todo el tiempo en medio de una grieta, sobre todo porque no tenemos la menor idea de lo que es una grieta de verdad. Ojalá todas las grietas del mundo fueran Macri y Cristina y esas boludeces. Las grietas generalmente son irreconciliables, hay países que no pueden de verdad mirarse, y a nosotros llega la Navidad y no nos pasa nada, estamos ahí, juntos, tomamos un vino. Y hay un montón de países que no, que de verdad las familias están partidas y todo es una mierda. Nosotros somos geniales. 

Más folclore que otra cosa...

Sí. No nos pasa nada. Y después hay mucha chicana, mucha virulencia generalmente en redes sociales. Entonces vos te pensás que las redes sociales son la calle. Después salís y no es tan así. Nos lo dicen los de afuera cuando vienen: somos un lugar increíble. Pero bueno, al mismo tiempo tenemos como una sensación interna de que es el peor país del mundo y qué sé yo. Capaz que es otra de nuestras cualidades. 

Viviste en Barcelona durante 15 años, ¿cómo fue ese reencuentro con Argentina? 

Los últimos años que estuve allá la pasé muy mal. Quería irme y no me animaba porque significaba abandonar a una hija de ocho años. Preferí ser un padre triste al lado de ella, pero llegó un momento en el que era un dolor muy grande no estar acá. Finalmente tomé la decisión, a finales de 2015, y me vine, y la felicidad me sigue durando. Hoy me despierto con conciencia de estar donde quiero.

 

¿Y detectás qué es lo que más extrañabas, lo que más te pesaba de estar lejos? 

Es una cosa que converso mucho conmigo, de los porqués. A mí me parece que me cuesta mucho hacer pie en la conversación con otra persona cuando no es de mi mismo lugar. En lo individual o en lo colectivo, con un auditorio, con lectores. Me hace muy feliz el lugar que me tocó, incluso la gente enojada que me tocó. Prefiero a esa gente enojada a un gallego enojado. Prefiero chocar acá que chocar allá. Lo malo, incluso. Lo necesito acá. No me gusta lo malo de otro lado y lo bueno de acá es tan bueno que es como un precio que podés pagar. Es verdad que en otros países es todo un poco más ordenado, pero eso no significa nada para una cabeza caótica como la mía.  

Uno tiene la cabeza seteada en argentino, ¿no? 

Tenés la cabeza seteada, pero una vez que conocés las dos opciones, yo sigo prefiriendo la caótica. Porque la caótica tiene la posibilidad de que un día te recontra cagues de risa. Pero allá no. Allá nunca vas a estar en el fondo de ningún pozo, pero tampoco te vas a recontra cagar de la risa con otros. Allá no tenés ni las cuatro o cinco cosas horribles de acá, pero tampoco tenés la risa. Estás ahí, estás bien, y un día te morís. 

Todo monotonía...

Sí. Esa sensación me da a mí. Después va a venir un pibe de Banfield que me habla sobre la inseguridad y también tiene razón. No es para discutir. Pero esto es lo que a mí me pasa, lo que me hace despertar contento de estar acá. 

Tu hija es catalana y vive allá. ¿Cómo te llevás con eso?

Nina es muy mi hija, primero que nada. Es recontra catalana, independentista, y en abril va a cumplir 20 años. Hemos llegado a un lugar donde yo siento muchísimo orgullo de poder conversar con ella de las cosas que conversamos. Está estudiando literatura inglesa, quiere ser directora de teatro. Ya sabe mucho más que yo de las cosas que me gustan a mí. Es mucho más académica. Yo no terminé el secundario, lo mío siempre fue muy autodidacta. Entonces, ella me ofrece lecturas, me dice qué está pasando con la literatura en la juventud y me lo explica tan bien que le agradezco, porque no tendría otra persona que me explicara ese tipo de cambio generacional. Y está buenísimo todo. Me gusta que sea catalana. Y cuando viene es una fiesta. El miedo que yo tenía de romper la relación por la distancia no ocurrió nunca. Y eso me pone muy contento. 

 

Hace un tiempo que vivís en San Antonio de Areco, ¿por qué ese cambio? 

Sí, hace dos años. Cuando vivía en Barcelona y Nina cumplió tres años, con su mamá decidimos irnos a vivir a un pueblo de montaña. Pasé mi infancia en un pueblo chiquitito con un río al lado y fui extremadamente feliz. Y tengo la teoría de que si en tu infancia tenés ríos y muchos animales y mucha naturaleza y mucha libertad de irte a andar en bicicleta y volver a la noche y un montón de cosas, la cabeza se te llena más de pajaritos lindos para cuando sos grande. Entonces, a mis dos hijas les di eso. Y cuando mi segunda hija, Pipa, cumplió cuatro años, nos fuimos a Areco. Y Areco tiene todo eso. Si estuviera solo, viviría en un dúplex en Palermo y estaría todo el tiempo yendo al cine, pero no puedo ver a un hijo yendo a la escuela en Capital, entre la contaminación y los departamentos. Me hace mal.

Varias veces contaste que un poco tu comienzo más profesional en la escritura fue gracias a Internet. ¿Sentís que la irrupción de las redes sociales te cambió en algo tu trabajo?

Cuando apareció Internet, yo fantaseaba con que algún día aparecieran las redes sociales. No sabía cómo se llamaban, pero la posibilidad de, en un solo clic, avisar de un nuevo cuento, de un nuevo libro, comunicarme con todo el mundo, me parecía increíble. Para mí, las redes sociales, las mías, son mi vidriera, el modo en que les cuento a los demás lo que tengo para ofrecer. Entonces, es una evolución. Como también lo es la inteligencia artificial ahora. Son cosas que nos van a servir muchísimo. Y siempre, al principio, cuando aparecen estas herramientas nuevas que pueden llegar a configurar un cambio de paradigma, hay un susto. Pero, no sé, a mí me gustan las nuevas opciones. 

Hace un tiempo ya que empezaste a contar tus historias por la radio. ¿Qué es lo que te atrae de ponerles voz a tus cuentos? 

Lo que te decía al principio, llegar a la gente que no lee. Acceder a un mundo nuevo. Es tan distinto a lo que me pasaba cuando solamente escribía. Cada tanto en la calle me paraba alguien y decía: “¿Vos sos el escritor?”. Una señora, un tipo, un joven progre... Esa clase de gente, la que compra libros. Cuando yo empecé a leer las mismas cosas que escribía, primero que es mucha más gente la que te dice que te escuchó que la que dice “te leo”. Pero segundo, es la diversidad. Por eso aparece todo el tiempo mi viejo de vuelta. 

Lionel Messi durante las entrevistas de otra de las películas en las que participó: an eternos.

Lionel Messi durante las entrevistas de otra de las películas en las que participó: an eternos. - Créditos: PEGSA

 

Hace poco Messi leyó una historia que escribiste sobre él y se emocionó. Y llegó a eso justamente porque lo leíste en la radio.

Nunca jamás le habría llegado ese cuento a Messi si hubiese estado solo escrito. Si yo no lo hubiera dicho en voz alta. Nunca jamás. No habría sido lógico. O sea, ni Antonella ni él habrían leído un texto de seis mil palabras. Con la oreja somos todos las mismas personas. En cambio, con la lectura hay que tener un ejercicio muy, muy fructífero para entender lo que es un punto y coma, un matiz. O sea, no todos leemos. Y eso no significa que nadie sea pelotudo, significa que no todos tuvieron las mismas oportunidades. Pero si vos tenés la posibilidad de hacer que una historia la gente la pueda escuchar con la entonación correcta, con los matices correctos, y lográs que se emocione con eso, le estás dando la herramienta de la lectura. En otro formato, pero se la estás dando. A mí me parece que está buenísimo que la tecnología nos permita habilitar el oído como nuevo ojo.

Tenés una nueva iniciativa, el Congreso Orsai, donde reúnen a profesores de todo el país para enseñarles nuevas herramientas. ¿Está esa búsqueda de acercar a los chicos a la lectura desde otro lugar? 

Sí, invitamos a mil profes de Lengua y Literatura, porque entendemos que son los que más cerca están de millones de pibes que no quieren saber un carajo, porque entienden que la cosa va por otro lado. Y el profesor y la profesora saben una didáctica, pero hay otro montón de cosas que los profesorados no les dan, que tienen que ver con la gestualidad, con la oralidad, con la escénica. Entonces, nuestra idea es dar una clase distinta cada seis meses. Las dan directores de teatro, actores y actrices, magos. Y todo eso tiene que ver con la educación, con la pedagogía. Si vos generás que mil profesores tengan herramientas nuevas, además de la didáctica, de lo que dice el Ministerio, si por afuera les podemos dar muchas herramientas de diversión, es posible que esos pibes salgan un poco más contentos con escuchar historias, con escribirlas. El cambio tiene que ser creativo. 

Siempre, desde que arrancaste la revista Orsai, buscaste con todos tus proyectos salirte de la lógica comercial tradicional. ¿Sentís que allanaste un camino? 

Sí, y ahora hay muchos proyectos colaborativos. Pero  todavía no tienen prepotencia. Para hacer estas cosas es muy necesario ser prepotente, no pedir permiso. No es una colecta por la que tratamos de conseguir suscriptores. No, la estamos rompiendo. Y esa es la manera de ser mejor que la industria. No dar lástima por el costadito. Si hacés algo autogestivo, tenés que superar a la industria, pagar mejor, para que todo el mundo se dé cuenta de que la mierda es la industria. Porque si no, sos otra mierdecita más, mucho más chiquitita, que me vas a hacer trabajar por lástima en tu proyecto autogestivo. 

Hace poco hiciste lo mismo en cine con la peli La uruguaya, de forma colaborativa.

Este y los siguientes proyectos audiovisuales tienen como objetivo que la gente que pone dinero gane plata y que el producto se dé en cines, en plataformas, y funcione. Es el mismo objetivo de la industria, pero sin utilizar la industria ni el Estado. No nos permitimos subsidios ni publicidad. Tratamos de hacerlo solamente entre socios productores. Nos gustan las transacciones entre particulares sin que se meta nadie. Es un discurso muy libertario y, al mismo tiempo, es un discurso muy de izquierda. Porque es colaborativo, autogestivo, que todo el mundo cobre muy bien, que seamos todos amigos, que no haya jerarquías. Nuestro proyecto abarca las ideologías más extremas porque no somos ni tenemos una ideología de este tiempo. O sea, es la próxima ideología. 

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