¿Qué hacer en Panamá? Lugares y actividades imperdibles

 

Desde el interior del país, pasando por sus playas, hasta la ciudad de Panamá, fue un viaje lleno de nuevos descubrimientos. Además de una amplia cultura, Panamá tiene muchos recursos naturales para disfrutar, como sus hermosas playas a lo largo del Pacífico y del Atlántico, una exuberante vegetación, con una gran diversidad de flora y fauna,  y numerosas islas a lo largo de sus costas. Panamá es un paraíso tropical para descubrir y disfrutar.

Mujeres poderosas fueron las maestras de este recorrido, ellas me acompañaron y dejaron un profundo aprendizaje. Fue un viaje único, acompañado de mucha sabiduría, para repensar el turismo desde un lugar más consciente y respetuoso de la hermosa tierra panameña que nos recibió con los brazos abiertos. 

El recorrido comenzó en el pueblo de Arena, en la provincia de Herrera. Este lugar es reconocido por mantener vivas sus tradiciones y festividades (como los carnavales) y por su tierra. La calidad del suelo lo vuelve perfecto para ser usado para la alfarería y de ahí deriva el nombre del lugar. Unos alfareros locales nos abrieron las puertas de su casa para conocer de cerca su trabajo. Con mucha amabilidad y risas, nos hablaron con orgullo de su oficio, parte de su herencia, y nos mostraron cómo un puñado de tierra se convierte en arcilla para finalmente darle forma. Intentarlo fue muy divertido. El trabajo con las manos tiene algo mágico: cuando ellos lo hacían, parecía sencillo, pero cuando yo lo intenté, el resultado final fue un gracioso OVNI.

 

Nuestro día continuó rumbo a La Enea de Guararé, en la provincia de Los Santos, donde visitamos la Finca El Bongo 
(@finca_el_bongo). Nos recibieron con un plato típico llamado sancocho: un rico caldo de pollo y ñame (tubérculo parecido a la papa) condimentado con orégano y cilantro, acompañado por arroz. En Panamá, no importa la temperatura, la sopa es sagrada y se toma todo el año.

Esta zona se caracteriza por su cultura folclórica. Por eso, en la finca, costureras trabajan todo el año en la realización de la vestimenta nacional: la pollera, que se usa en el Festival de la Mejorana (@festivaldelamejorana) durante septiembre. Cada pieza es un diseño único y lleva diferentes guardas de dibujos bordados y finas puntillas, todo hecho a mano. Nos invitaron a vestirnos por un rato con estas ropas, que para cada familia panameña es un tesoro que se guarda para ser pasado de generación en generación. Además, nos maquillaron y llenaron de accesorios, para terminar en una ronda de baile folclórico y así vivir la experiencia al 100%. 

Atravesamos un hermoso paisaje rural de caminos ondulantes, entre pequeñas montañas llenas de verde, hasta llegar a Cambutal, un pequeño pueblo costero de la península de Azuero. Allí paramos en un cálido hotel de playa (@hotelplayacambutal), a orillas del océano Pacífico. El destino es súper agreste y natural, de extensas playas muy poco concurridas y potentes olas, ideales para surfear. Solo se escucha el sonido del mar y de los pájaros. La arena es oscura, ya que proviene de la composición volcánica de la región, y contrasta con la abundante vegetación de la zona. ¿Lo mejor? El agua siempre es cálida.

Apenas llegué, no dudé un segundo y fui rápido a cambiarme para darme mi primer baño de mar. La vista era realmente imponente. Sentí que tenía todo ese mar para mí sola, que me estaba esperando para conocernos. A la distancia, solo había inmensidad y me dediqué a disfrutar de ese presente.

 

Al día siguiente, amanecí bien temprano para tomar mi primera clase de surf, una de las actividades que más esperaba, un pendiente que tenía desde hacía muchos años. Sentí un fuerte hormigueo en mi panza al momento de entrar al mar, cargando la tabla y sorteando el oleaje que me recibía. Me adentré hasta que el agua me tapó el pecho. Mirando hacia el horizonte, tenía que esperar a que llegara “la ola”; rápidamente, cuando creí que era el momento, me subí a la tabla y, braceando un poco, esperé que la fuerza del mar hiciera su trabajo, y así fue. La primera vez, no intenté hacer nada más que mantenerme sobre la tabla, porque ya me parecía un montón. De a poco, y con el correr del tiempo, me fui animando a hacer un poquito más. No llegué a pararme, solo a arrodillarme. Pero me dejó el mejor sabor salado para volver a intentar y tratar de conseguirlo en el futuro.

Con ese satisfactorio dolor de cuerpo, por haberlo trabajado y exigido, por la tarde aproveché para relajar en una clase divina de yoga en el hotel Sansara (@sansararesort). Este resort queda a unos pocos metros de donde estaba parando y fue el lugar elegido para varias de las comidas durante mi estadía. El destino es realmente ideal y tranquilo para desconectarse de la ciudad y vivir una experiencia muy consciente en conexión con la naturaleza.

La isla Caña, con una playa de 13 km de largo, está situada en la provincia de Los Santos. Es un paraíso natural conocido por su rica biodiversidad y sus impresionantes manglares. Este lugar es conocido por ser un importante sitio de desove y anidación para las tortugas marinas; a este fenómeno se lo conoce como “las arrivadas” y sucede de agosto a noviembre. Este sitio es un ejemplo destacado de conservación marina. Las organizaciones locales y la comunidad han sido cruciales para educar y proteger la fauna marina y sus hábitats.

Recorrí la pequeña isla en bici, paseé entre las casas de sus habitantes y la naturaleza virgen del lugar. De repente, me sorprendió una lluvia pasajera que aproveché para hacer un stop y almorzar en la casa de unos vecinos de la isla, ellos me recibieron afectuosamente y me agasajaron con un delicioso pescado frito acompañado con arroz con coco. 

 

Cuando frenó la lluvia, seguí con mi paseo. Esta vez en kayak y acompañada por un guía nativo. Hicimos un recorrido por ríos internos para conocer y apreciar estos santos protectores de los ecosistemas y la ecología que son los manglares. Estos árboles, de raíces entrelazadas y visibles, son protagonistas esenciales de este tipo de hábitat, rico en diversidad de especies de peces, crustáceos y aves; ayudan a mantener la calidad del agua y son una barrera natural para proteger la costa de la erosión y las tormentas. 

“Conocer las bellezas y atractivos turísticos que están situados en áreas de diversidad biológica y cultural, donde hay comunidades autóctonas, campesinas e indígenas, inspira y enseña a vivir el turismo desde un lugar más consciente y sustentable”, nos explicó Ana Young, una de las guías y compañera de este hermoso viaje.

Este pequeño pueblo, ubicado en la provincia de Colón, se encuentra rodeado de un frondoso bosque tropical. Disfruté mucho hacer senderismo entre altísimos árboles y grandes arbustos. En el camino fui descubriendo plantas de café silvestre y otros frutales.

Caminaba en silencio, para que los animales no se asustaran y se animaran a mostrarse, y concentrada en la observación para poder avistar las aves nativas del lugar. De repente, descubrir entre el follaje un trogon, un pequeño pájaro de pecho rojo, fue una recompensa grande. 

 

A la hora del almuerzo, me esperaba una hermosa clase de cocina brindada por las mujeres que cocinan en el restaurante Kaská. Este lugar es el centro de encuentro de los lugareños, donde suceden todas las cosas importantes del pueblo. Está dirigido por “Los Rapaces” (@achiote_al_natural), un grupo ecoturístico dedicado a proteger y fomentar las riquezas de la zona. Nos enseñaron a preparar el verdadero arroz con coco y la marinada del pescado, todo con productos frescos de su propia huerta. Mientras cocinábamos, se dieron esas lindas charlas entre mujeres en las que, pese a las diferencias, nos encontramos en muchos lugares comunes que compartimos como madres, hijas, hermanas y amigas. 

 

Por la tarde de ese mismo día, embarqué desde el puerto de Gallo para recorrer las tranquilas aguas del río Chagres. Navegar a través de sus amplios márgenes fue un viaje entre su salvaje naturaleza y su rol fundamental en la historia del país. Durante el recorrido, nos acompañó el canto de aves exóticas y diversos tipos de monos, entre los que pude avistar una familia de monos aulladores trepados entre los árboles. El trayecto termina al llegar al mar Caribe. Allí, sobre un acantilado, se asomaba majestuoso el Castillo de San Lorenzo, que me esperaba para darle fin a un día lleno de emoción, comunión, naturaleza e historia.