Participó de una sesión de coaching con caballos para reducir el estrés y esto es lo que aprendió de la experiencia
El coaching con caballos es una metodología para desconectar del estrés de la ciudad y conectar con uno mismo y con la naturaleza poniendo en juego los 5 sentidos.
29 de noviembre de 2023
Coaching con caballos para desconectar de la ciudad y conectar con nosotros mismos y el entorno natural. - Créditos: Gentileza Natalia Álvarez
Salir de Capital un sábado a las 9 de la mañana, disponerse a cortar con las obligaciones rutinarias, con la sobreinformación, el estrés que cada uno carga. Mates, protector solar, repelente para mosquitos, gorra, ropa cómoda. La invitación es a vivir una experiencia de coach con caballos (y vino) que involucre los 5 sentidos.
¿Qué es el Coaching Asistido con Caballos (CAC)? Se la define como una actividad de aprendizaje experiencial en la que nos relacionamos con los caballos, en su medio natural, y los vinculamos con ejercicios de autoconocimiento. Es una metodología derivada del coaching tradicional, en la que el caballo se convierte en espejo emocional de la persona. La idea de pasar una jornada así es disponerse a vivir el momento, abrirse a la naturaleza, bajar un cambio al ritmo de vida para acceder a una vivencia introspectiva y también de intercambio con otras personas que se disponen a lo mismo.
Esta vez la propuesta es en el Pensionado La ilusión, un haras ubicado en General Rodríguez, a 50 kilómetros de Capital, que organizan tres amigas que se definen como “amazonas, amantes de la equitación y los caballos”: Patricia Porcel, Técnica Internacional en Equinoterapia e instructora ecuestre; Natalia Alvarez, licenciada en Marketing y coach ontológica; y Natalia Tuozzo, abogada y docente. Esta vez se sumó a la coordinación también Martina Pérez, la hija de Tuozzo, estudiante de psicología y quien hace años acercó a su mamá a la práctica de equitación.
Caminata y respiración en tres tiempos antes de conectar con los caballos. - Créditos: Gentileza Natalia Álvarez
En la caballeriza está Agustín, el joven capataz, que riega para aplacar la tierra y pasa la escoba frente a los diez boxes que tiene a su cuidado. A esta hora de la mañana están vacíos: todos los caballos están en el campo, cada uno ubicado en diferentes parcelas o piquetes como les llaman. La actividad empieza a las 10 a unos metros de ahí, luego de atravesar la pista de equitación.
Después de pasar por dos tranqueras, bajo una sombra tupida, hay unos fardos con almohadones para no pincharse, y en el suelo una colcha rústica. Las organizadoras se presentan e invitan a caminar un trayecto por el campo, en silencio. A la vista hay caballos en diferentes parcelas, pero también teros que cruzan y mariposas. Se oyen pájaros de los que hace tiempo no se oyen en la ciudad.
Respirar en tres tiempos, ir sintiendo los latidos del corazón, prepararse para el encuentro con los caballos. “Sientan los latidos porque los latidos dicen mucho, eso les vamos a transmitir a los caballos”, dice Alvarez. Sin pedirlo expresamente, es el modo de empezar a serenarse, de sintonizar con ese cielo inmenso, el colchón verde de vegetación por la que se transita con cuidado por los pocitos que puede haber en la tierra, para tratar de no quebrar la vegetación del lado del sendero.
La conexión con la naturaleza, indispensable para esta actividad que invita al autoconocimiento. - Créditos: Gentileza Natalia Álvarez
¿”Qué se quieren llevar”?, lanza Natalia Alvarez. Y nadie habla. Solo se escuchan los pájaros, el incansable balido de una oveja llamada Sol.
Es la caminata previa para que todo el grupo se quite de encima los ruidos de la ciudad. “Ahora vamos a entrar en contacto con los caballos”, anuncia Tuozzo. “Recuerden que vamos a meternos en su casa, así que es con respeto, como cuando entramos a la casa de otra persona o cuando recibimos a alguien en la nuestra”.
Al final de un lote pastan un caballo y una yegua: Century y Bella. “Vamos a acercarnos, pero sin tocarlos”, dicen las guías. Piden observar qué hacen ellos, cómo nos perciben. Según explican el caballo es el más perceptivo de los animales domésticos, con lo cual la presencia de 10 personas cercándolos no les pasa desapercibida. Sin embargo, ellos siguen pastando, las orejas en alto, como en alerta. Son mansos, así que las coordinadoras aclaran que no van a atacar, ni a correr. Nadie habla. Ellos se van moviendo apenas, sin dejar de pastar.
El siguiente ejercicio llega después de unos mates y un momento a la sombra. El sol de las 11 de la mañana cae de lleno en el campo. No corre nada de viento. Surgen recuerdos que involucran el campo, la infancia, algún modo de quietud (nunca sonó un teléfono). Los que quieren comparten en voz alta las sensaciones y sentimientos que van apareciendo.
El acercamiento a los caballos es paulatino, respetando "la casa" que los cobija. - Créditos: Gentileza Natalia Álvarez
Ahora la propuesta es conectar con el caballo, pero con los ojos cerrados. Ellas reparten pañuelos y cada participante se va aferrando a una soga para caminar en grupo, de modo ordenado. La oscuridad es una especie de intemperie, como dice Alejandra Kamiya en uno de sus cuentos. Cuesta entregarse, confiar.
Las guías acompañan a cada una de las personas hasta el caballo elegido, Century. Allí cada quien puede tomarse el tiempo que quiera para tocar, oler, abrazar, sentir a ese animal enfrente suyo. Es rara la sensación de no saber qué parte del animal se toca. "El cuello”, dice la guía.
La superficie es suave, caliente, se perciben los latidos del animal como a lo lejos. Cada uno que pasa, al final pide permiso para sacarse el pañuelo. Se impone la imperiosa necesidad de ver.
Las reacciones son variadas a lo largo de esa experiencia frente a Century: alguien sonríe y pide que le saquen una selfie; “pude estar tan cerca de un caballo sin tenerle miedo porque lo hice con los ojos cerrados”, comenta otra mujer del grupo; otros se retiran conmovidos o asombrados; una señora se abraza al caballo y llora por su conexión con su marido (murió hace poco, dirá después).
Conectar con los caballos con los ojos cerrados, una experiencia para explorar con el tacto y el olfato. - Créditos: Gentileza Natalia Álvarez
Uno de los objetivos del coaching asistido con caballos es que el caballo se convierta en espejo emocional de la persona y que ella pueda trabajar con sus emociones, capacidades y debilidades para generar cambios en su vida. También existe la experiencia de constelación y sanación asistida con caballos, que una de las personas del grupo también vivió hace un tiempo y trae para compartir.
“¿Quién de ustedes puede mover 500 kilos?”, pregunta Tuozzo. El grupo se mira. Nadie parece poder. El objetivo es mover, en dos grupos, mil kilos, que son los que pesan Century y Bella juntos. Con una estrategia pensada antes de acercarse a los caballos, cada grupo, solo ayudado por una soga pudo lograrlo. Una complicación extra es que no se podía hablar entre compañeros.
“Ambos grupos pudieron cumplir con el objetivo”, dice Natalia al final de la actividad. “Lo importante también es ir viendo si hay que redefinir en el momento, ir aprendiendo en el camino, establecer liderazgos”. No habla solo de la experiencia de mover a los animales de un lugar a otro del potrero. Cada uno piensa en sus objetivos, su recorrido, lo que viene a revisar.
Pautar objetivos grupales: uno de los ejercicios para realizar en la jornada de coaching con caballos. - Créditos: Gentileza Natalia Álvarez
Ya es pasado el mediodía. La experiencia –que ellas llaman método de los 5 sentidos– termina con un almuerzo maridado con vinos, una oportunidad de cerrar la tarde explorando aromas y sabores pensados para este sábado de noviembre.
En una zona frondosa de árboles, entre los que se destacan los eucaliptos con su aroma fresco y mentolado, hay una mesa tendida con mantel blanco, platos azules y un arreglo de lavanda. A su lado, una mesa más pequeña con fraperas listas para que los vinos estén frescos. Uno de los caballos ronda por el lugar, se acerca a husmear la canasta con panes.
La somelier Laura Garcilazo es la última de las mujeres que se incorpora. Ella guía con su saber para que los vinos se aprecien a la vista en copa, en su aroma, textura y sabor. Las tablas de quesos y las empanadas fritas son el maridaje perfecto. La charla se distiende, se oyen risas de sobremesa familiar. Las coordinadoras se despiden con un cuento.
El encuentro final, en una mesa con bebida y comida que invita a explorar sabores, texturas y lo visual. - Créditos: Gentileza Natalia Álvarez