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Me encontrás en Montauk




Películas que uno no olvida

La primera vez que vi la película Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos (el título en inglés: Eternal Sunshine of the Spotless Mind), Montauk pasó a ser para mí sinónimo de escape, amor y de caminar por la playa en invierno. Aunque es muy difícil encasillar en éstas palabras la idea en la cabeza que me hice acerca de Montauk, un pueblo ubicado en la costa sur de Long Island, Nueva York.
Quizás la obra de Michel Gondry me marcó mucho porque la vi en un momento de mi vida en la que esta película tenía muchas cosas para decirme.
Cuando con mi novio las cosas no estaban aún muy claras, elegimos viajar juntos a este sitio con el que yo había soñado tanto. El viaje en tren, las vueltas en bici y la playa durante ese fin de semana alcanzó para acercarnos.
En la película, ambos protagonistas, Joel y Clementine -imposible no acordársela caminando cerca de la orilla con ese buzo naranja flúor sin lograr sociabilizar con nadie del almuerzo- se encuentran en un viaje en tren. Joel se había subido a ese tren de una manera totalmente impulsiva -muy poco común en él-, escapando de su trabajo. Allí la conoce a Clementine, que probablemente llevaba el pelo teñido de azul, naranja o de algún color impactante. Aunque no se conocen por primera vez. Sino que se conocen por primera vez una segunda vez. Ambos intentaron borrar al otro de la cabeza. Pero el destino insistía otra vez.
Al igual que Joel y Clementine, con mi novio elegimos Montauk para reencontrarnos. Perdonen el romanticismo de hoy, sepan entender, nos casamos en unas horas con mi novio. ¡Te quiero mucho, lindo!








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