Nunca decimos nunca, pero el plan no es volver a (la) tierra. Así, entre paréntesis, porque de tanto en tanto nos despertamos con cierta angustia, preguntándonos si esta vida es real o si un día de estos nos vamos a caer de las nubes. Llevamos nueve meses en el mar, navegando a vela por la costa de Brasil y durmiendo a bordo cada noche desde que zarpamos.
La tripulación somos Juan, yo y nuestro hijo Ulises. Él psicólogo y yo periodista, hace 8 años hicimos el curso de timonel buscando contacto con el río, con la naturaleza, sin saber nada de náutica, de viajes a vela o de casas-barco. Ese mundo se nos reveló como el plan perfecto para el viaje largo que tantas veces habíamos postergado.
La llegada del primer hijo los decidió a emprender la travesía. - Créditos: Constanza Coll
Pero nunca llegaba el momento perfecto, hasta que Ulises dio vuelta la ecuación. Acababa de cumplir dos años cuando renunciamos al trabajo, alquilamos nuestro departamento y armamos cuatro mochilas: una por cada uno, más una de juguetes. Nos mudamos al barco, ajustamos lo necesario para vivir dentro y zarpamos. Hoy contamos mil millas navegadas y muchos motivos para seguir llevando esta vida,
9 razones para vivir en el mar
Coni, Juan y su hijo Ulises, de tres años, viven y viajan en velero por la costa de Brasi hace 9 meses. Desde Búzios, cuentan por qué les fascina vivir en el mar. - Créditos: Constanza Coll
1. Vivir en una máquina de viajar. El Tangaroa navega a unos 10 km/h. Vamos despacito, pero como los caracoles, llevamos la casa a cuestas y eso nos hace sentir cómodos y seguros en cualquier lugar. Al mismo tiempo, la vela es una forma de viajar ecológica, sustentable y con muchísima autonomía: mientras haya viento vamos a poder seguir avanzando.
2. Horizontes 360. Sea que estemos navegando o fondeados, siempre estamos rodeados de mar y cubiertos por cielos abiertos e infinitos. Entonces aprovechamos los amaneceres y atardeceres, las noches estrelladas y de tormentas, los morros verdes, las playas. El paisaje nos envuelve y nos hace parte, sentimos que crecemos, que vivimos la naturaleza inmensa. Y lo mejor es que esa postal paradisíaca se renueva cuando cambiamos de bahía en bahía.
Créditos: Constanza Coll
3. Ser dueños del tiempo. Amanecemos con el primer sol que entra por los tambuchos y nos dormimos cuando cae la noche, especialmente Ulises que no hace siesta. En el medio llevamos cierta rutina de mar que nos hace bien, con remadas a la playa, juegos en la arena, con las olas y con nuestra perrita Lula, pesca con arpón, series de yoga, lectura, dibujo y contemplación: "Estoy mirando el mar" o "Mirá qué lindo atardecer", son frases espontáneas de Ulises.
Más momentos para conectarse con el otro - Créditos: Constanza Coll
4. Estar para nuestro hijo, y viceversa. Estamos juntos todo el día, todos los días. Eso fue un gran cambio especialmente para Juan, que sólo compartía el desayuno con Ulises y casi nunca lo encontraba despierto al llegar de trabajar. Lo vemos crecer, le enseñamos, aprendemos, jugamos. La infancia de Ulises no se nos pasa volando.
Créditos: Constanza Coll
5. La dosis justa de aventura. No hacemos nada extremo, pero al vivir en el mar convivimos con ciertos riesgos. Tenemos que navegar atentos; ser precavidos en relación al clima; y siempre estamos explorando lugares desconocidos, a veces con muy poca infraestructura. Todo esto nos hace sentir vivos, mucho más presentes.
También viaja con ellos su perrita Lula. - Créditos: Constanza Coll
6. La clave minimalista. El barco tiene una cama doble, dos cuchetas, un baño, un fuego, un placard minimo para los tres. Dejamos atrás nuestro auto y nuestra casa con todo lo que tenía dentro, y 9 meses después no extrañamos absolutamente nada. Esta es una vida austera, de no consumo, lo mejor pasa por otro lado.
Créditos: Constanza Coll
7. La vida natural. A bordo llevamos 200 litros de agua (más o menos lo que se gasta en una ducha de 10 minutos), que nos duran 15 días. Separamos la basura, lo orgánico vuelve al mar y lo reciclable a la ciudad. Navegamos a vela, y si acaso precisamos el motor, éste consume apenas un litro y medio por hora. Y por sobre todo, hacemos más y compramos menos hecho.
8. El mérito del esfuerzo. Todo cuesta un poco más en el barco: cargar agua en cascadas o juntar lluvia para lavar la ropa, y hacerlo a mano; remar para desembarcar la basura o hacer las compras; pescar para comer o amasar panes y tortas; izar velas; levar el ancla; navegar al próximo destino. Pero cada tarea realizada nos hace sentir plenos.
Créditos: Constanza Coll
9. La dulce incertidumbre. Al principio nos asustó, hoy creemos que no saber lo que vamos a hacer en los próximos años nos hace sentir libres y entusiasmados por lo que puede venir. ¿Y la jubilación? ¿Y la educación de Ulises? ¿Y sus carreras? Sin ataduras y en un círculo de relaciones y espacios que se renueva día a día, surgen respuestas a preguntas que nos hacíamos en tierra, y preguntas nuevas.