Paraíso patagónico: seis días en kayak por Los Alerces
Una travesía a puro remo entre árboles milenarios y las aguas frías de los lagos Futalaufquen, Rivadavia y Verde y del río Arrayanes.
17 de octubre de 2017 • 00:13
Río Rivadavia. Foto: Gustavo Castaing
Amanece a orillas del río Carrileufú. Mientras desarmamos el campamento y nos distraemos con un desayuno frugal, los organizadores –Carlos Villafañe y Gustavo Godoy– alistan los kayaks para encarar el primer tramo de una travesía de seis días que nos adentrará en el Parque Nacional Los Alerces.
Río Carrileufu. Foto: Gustavo Castaing
El río baja ancho, manso y transparente, hipnótico. Mate en mano, gorrito de lana, Carlos dibuja en el aire con el dedo el trayecto del día. Simula curvas y distancias, amplio conocedor de la senda acuática. “Son 21 kilómetros, parece mucho pero es río abajo, con la corriente a favor”, alivia. El grupo enfila hacia la orilla para prepararse: cubrecockpit, salvavidas y remos. Carlos y Gustavo ajustan las pedaleras –que mueven el timón– de acuerdo a la altura de cada kayakista, y lanzan recomendaciones básicas para los primerizos. Ambos son, como muchos habitantes de la zona, patagónicos por adopción. La vida los llevó a habitar el sur y el amor por los remos los cruzó en Esquel. Carlos empezó a practicar kayak a principios de los 90 en el Delta; Gustavo, un poco después, también en la provincia de Buenos Aires. En 2010 empezaron a dar clases y cursos. Así nació Kayak Soul, con una idea infalible: un circuito en el PN Los Alerces, con distintas variantes según el grado de conocimiento de los remeros.El parque es un must desde hace tiempo. Este año fue declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO; alberga un bosque milenario de alerces (la segunda especie viviente más longeva del planeta) y una biodiversidad desparramada en sus 259.570 hectáreas, pieza clave para conservar el ecosistema de los Bosques Templados Valdivianos, una ecorregión considerada por los científicos como prioritaria para la conservación.
Desde el agua
Rápidos en el Rivadavia. Foto: Gustavo Castaing
Junto a Gustavo, el fotógrafo, nos toca un bote doble. Esfuerzo compartido y más equilibrio, por el lado bueno; menos flexibilidad y coordinación permanente, por el otro. Arrancamos bajando el Carrileufú. El viento a favor y la corriente alivianan la tarea. El cerro Tres Picos, nevado e imponente, va quedando atrás, en plano inmóvil. El agua está tan serena que parece vidrio: las rocas del fondo, nítidas, pasan a toda velocidad, en completo silencio. Apenas algunos rápidos sobresaltan el andar, mientras le tomamos la mano, como podemos, a la coordinación. Menos de tres horas después, llegamos a Villa Lago Rivadavia, y paramos en el camping El Abuelo Daniel.
Lago Rivadavia. Foto: Gustavo Castaing
Desembarcamos en una playa sombreada por una antigua alameda. La villa es un vallecito fértil, verde intenso, sembrado de alfalfa y repleto de corrales donde crecen vacas y ovejas. Hacia el fondo, el Cerro La Momia se erige cual centinela. “Mañana se va a complicar”, avisa Carlos.El viento comienza a soplar de madrugada, sacudiendo hasta la contorsión los viejos álamos, que a su vez multiplican el zumbido. Carlos decide suspender la jornada de remo prevista. “Estamos por encima de los 25 kilómetros de viento, el máximo permitido para salir”, repite. El calorcito amaina para darle paso a un frente frío y lluvia que no cesan hasta bien entrada la tarde. El panorama no es el mejor. Los organizadores toman la decisión de sortear el último trayecto que nos queda del Carrileufú e ingresar al camping del lago Rivadavia por la ruta, en camioneta.
Camping el Lago Rivadavia. Foto: Gustavo Castaing
Arribamos al camping, a orillas del espejo homónimo, una extensa playa de piedras y un bosque tupido de coihues. El agua parece negra, reflejo de la tormenta que persiste en el cielo. Con tiempo de sobra, encaramos un trekking hasta la confluencia del arroyo Colegual y el río Rivadavia. Los troncos blancuzcos prolijamente enfilados acompañan la orilla del lago Rivadavia hasta la desembocadura de un río color turquesa profundo, rodeado de pinares y arrayanes. Las truchas deambulan tranquilas. Lo veo a Carlos rondando en la playa con un aparatito en la mano y mirando el lago y el cielo, en forma intercalada. Cuando advierte mi presencia, se ve en la obligación de aclarar: “Es una estación meteorológica portátil, con la que voy midiendo el viento y la temperatura”. El resultado no es alentador: se proyectan ráfagas de hasta 40 kilómetros. Nos refugiamos en el campamento, fogón y abrigo. Gustavo pica verduras para saborizar unas bondiolas.
Lago Menéndez. Foto: Gustavo Castaing
A la mañana siguiente, el lago amanece planchado y garantiza una jornada de kayak placentera. Bordeamos la playa y entramos al río Rivadavia. Carlos nos pide que lo encaremos con tranquilidad: “No se hagan los locos”. La adrenalina se vierte en el cuerpo con la fuerza de una correntada que se torna virulenta y unos rápidos que nos ponen a prueba.En una de las curvas –lo más difícil para los principiantes–, uno de los chicos se da vuelta y nos asustamos. Un tronco traicionero y una piedra formaban un corredor espumoso que disparaba el kayak hacia cualquier lado. Por suerte, unos metros más adelante, sale a flote empapado y riéndose del episodio. Paramos en una playa diminuta. Carlos prepara unos mates y comenta que viene “lo más lindo” del parque. El río sigue su curso hasta el lago Verde; en la desembocadura, un cambio de dirección del viento nos hace padecer un buen rato. El lago cierra su perímetro rodeado de un bosque frondoso de maitenes, alerces, coihues, pinos, cipreses, con música del insistente chucao.
Río Arrayanes
Pitío, ave del PN Los Alerces. Foto: Gustavo Castaing
La llegada al río Arrayanes se presenta como un estímulo mayor. El color turquesa casi fosforescente es un llamador que ayuda a encarar los últimos kilómetros de los 17 ya recorridos. Es media tarde y Gustavo nos espera con un guiso de lentejas en el camping del río Arrayanes.
La mesa está servida en el campamento. Foto: Gustavo Castaing
A 300 metros está el acceso al mirador. Subimos durante más de una hora para regalarnos una panorámica imperdible del parque. Al fondo, el glaciar Torrecillas, que baja de la montaña para convertirse en el lago Menéndez. Los ríos y sus lagos, la geografía exuberante de Los Alerces, se aprecian desde lo alto en toda su dimensión.Durante la madrugada se desata la tormenta. El clima obliga a cambiar los planes. Hay que esperar el nuevo parte de Parques Nacionales para decidir. Pero éste llega con malas nuevas y los organizadores deciden permanecer en el camping una noche más y programar una larga remada hasta el lago Krüger para el día siguiente.La lluvia se convierte en un manto fino que todo lo empapa. Amagan algunos claros en el cielo y dejan ver los picos enfrente, que lucen una incipiente nevada. Decidimos hacer un sendero hasta Puerto Chucao y el mirador del glaciar Torrecillas, sobre el lago Menéndez. Caminamos entre arrayanes frescos como el hielo, flores silvestres que gotean rocío y vemos un lahuén de 300 años. El río Menéndez parece celeste como el cielo, ahora tapado por las nubes.
Rumbo al Krüger
“Bueno gente, ¡a remar!”, grita Carlos cuando, al fin, volvemos a subir a los kayaks. Navegamos río abajo por el Arrayanes hasta su desembocadura en el lago Futalaufquen. En Punta Matos picamos algo para juntar fuerzas y encarar, quizás, lo más complejo de la travesía: el cruce a lago abierto.
Lago Krüger. Foto: Gustavo Castaing
El primer objetivo es el estrecho de los Monstruos, que marca el pase entre los lagos Futalaufquen y Krüger. La remada se hace dura y prolongada, pero altamente estimulante. El Krüger nos recibe verde esmeralda, con una pequeña pero insistente ráfaga de viento en contra. Hacia el fondo del cuadro, la llegada: la casa del guardaparque y una hostería de madera abandonada convertida en un refugio envidiable.Con la invasión de ratones en el verano de 2013, que llegaron en masa por la floración masiva de la caña colihue –un fenómeno que sucede cada 60 años–, los concesionarios tuvieron que abandonar el lugar, que ya recibía pocas visitas en relación a otros alojamientos del parque por su difícil acceso: se llega tras 12 horas de caminata. El premio es un paisaje agreste, donde pueden aparecer huemules y, con suerte, algún puma. Baja el sol sobre los cerros. Salimos a buscar leña y de regreso vemos un zorrito bordeando el lago. La luna se suspende equidistante de las montañas y refleja su fulgor en el Krüger para regalarnos un mosaico del mundo único.“A este lugar no llegan todos. Es un punto lo suficientemente aislado. Venir al Krüger implica planificación, sobre todo si la estadía es mayor a un día, lo recomendable”, explica Carlos, mientras prepara una trucha pescada con mosca en el lago y la leña cruje en el hogar de hierro.
Preparando la cena en el Lago Krüger. Foto: Gustavo Castaing
Al día siguiente, salimos bien temprano para regresar a Punta Matos. Gustavo nos espera con un cordero asado a la cruz, inmejorable despedida, y un brindis final a orillas del Futalaufquen.
DATOS ÚTILES
Kayak Soul T: (02945) 15-41-5669/ 15-54-7273. kayaksoulesquel@gmail.com Ofrecen dos travesías, una en el PN Los Alerces y otra en el Río Chubut, además de excursiones de distinta duración y dificultad por lagos y ríos. La excursión de seis noches en Los Alerces, $16.500 por persona (en un grupo de entre cuatro y siete). Incluye alojamiento en camping, guía, equipo técnico, cuatro comidas diarias, fotos digitales y un vehículo de apoyo.
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