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Son amigos desde hace más de 10 años, él es VIH positivo y decidieron tener un hijo juntos a través de donación de esperma

Mariana G. Cáceres y Mariano Moreno se conocen desde los veintitantos; hoy crían a Joaquín, su bebé de ocho meses; una historia de mapaternidad en tiempos de deconstrucción


Mariana G. Cáceres y Mariano Moreno se conocen desde los veintitantos; son amigos y hoy crían a Joaquín, su bebé de ocho meses

Mariana G. Cáceres y Mariano Moreno se conocen desde los veintitantos; son amigos y hoy crían a Joaquín, su bebé de ocho meses - Créditos: Sol Santarsiero



Con Mariano nos conocimos hace más de diez años, a nuestros veintilargos. Cada uno había ya transitado sus respectivas historias de amor y desamor. Yo había perdido un embarazo con una pareja anterior que –si bien no había sido totalmente buscado– me despertó el deseo de ser madre. Quedé movilizada y quise saber la causa de esa pérdida. Empecé a investigar, me dio curiosidad saber el motivo. A partir de ahí empezó, sin darme cuenta, mi camino hacia la búsqueda.
Tenía 37 años en ese momento y estaba decidida a ser mamá. Me dije: “Yo ya tengo cierta edad, no tengo ganas de perder el tiempo ni hacérselo perder al primero que se me cruce”, así que empecé a barajar las alternativas que tenía. Lo primero que pensé fue recurrir a un banco de esperma anónimo. Ahí recordé una antigua conversación de amigos que habíamos tenido con Mariano, siendo mucho más jóvenes y sin que la maternidad se me pasara por la cabeza como una posibilidad concreta. Yo le había dicho que él sería “un gran padre”, me lo reimaginaba en ese rol.
Así que le dije de una: “Yo quiero ser madre, no puedo dejar atrás ese llamado. ¿Qué onda si me donás vos?”. ¿Por qué pensé en él? Porque hace muchos años que somos amigos. Además, hace diez años él me había comentado que era VIH positivo y que eso lo condicionaba con la paternidad, por la posibilidad de transmitir el virus al bebé. Eso también me movilizó. Mariano, en ese momento, se sorprendió, pero me dijo: “Dejámelo pensar”. Un mes después, vino con la decisión tomada: “Vamos a hacerlo, seamos mapadres”.

“Por mi condición sexual y por tener VIH, yo me había resignado a no ser padre”

A fines de los 90, eran épocas en las que se veía muy difícil la paternidad entre personas del mismo sexo y, como yo estaba saliendo con un chico, tenía anulado ese deseo. Sumado a eso, por el VIH en mi cuerpo, descarté por completo la posibilidad de ser padre, porque me daba miedo la posibilidad de que pudiera transmitirle el virus. Aunque ahora, después de tratamientos y protocolos médicos especiales que se activan para esos casos en particular, me doy cuenta de que nosotros venimos a desmitificar que se puede tener VIH y no transmitirle el virus al bebé.
Esto es un paso enorme y es muy alentador, ya que es importante que todas las personas con VIH sepan que, más allá de su orientación sexual y de su enfermedad, hoy tienen la posibilidad de formar una familia si así lo desean, sin poner en riesgo de contagio al bebé. Esto nos parece un hecho inclusivo y desmitificador. Además, la Ley de Reproducción Asistida incluye en las prácticas a personas del mismo sexo, con lo cual los tratamientos deben cubrirse por obra social a todas las personas, sin distinción de la elección sexual.

“La pandemia detuvo todo; la cabeza se me fue para cualquier lado”

Una vez que decidimos emprender la búsqueda juntos, el recorrido no fue nada fácil. La primera consulta médica fue en febrero de 2020, y ahí nos sumergimos en un mundo desconocido, en un mar enorme de información nueva. Supe de mi reserva ovárica –que decae con la edad de las mujeres– y pensé que ojalá hubiese manejado toda esta información cuando era más chica, porque me hubiera dado la posibilidad de elegir congelar óvulos a otra edad o planificar qué hacer con otra conciencia. Mientras nos hacíamos todos los estudios previos a los tratamientos de fertilización, incluyendo los protocolos relacionados con el VIH para descartar la transmisión del virus, vino la pandemia y todo se detuvo por un tiempo.
Pasaban los meses y no podíamos avanzar en nada; cuando pudimos retomar, tuvimos que renovar todos los estudios médicos porque habían pasado más de seis meses, y tenían que estar actualizados para someternos a un tratamiento de fertilidad. ¡No te explico la bronca! Son procesos muy largos y que requieren mucha paciencia; la cabeza se me fue para cualquier lado. Pero sabíamos que no nos íbamos a dar por vencidos por nada del mundo, así que decidimos seguir adelante.

“¡Tenemos un positivo, vas a ser papá!”

Una vez que estuvieron dadas todas las condiciones médicas de ambos y con la certeza de que el virus del VIH no sería transmitido al bebé, pudimos realizar la FIV (fertilización in vitro). Bancando los pinchazos, con mucha paciencia y mucha fuerza, haciendo meditaciones y todo lo que nos ayudara a transitar esa montaña rusa de emociones y de poner el cuerpo. Como yo había tenido una baja respuesta a la estimulación ovárica, nos sugirieron parar el tratamiento. Pero nosotros dijimos: “Vamos a confiar, hay dos folículos”. Así que seguimos adelante con la punción.
El 30 de enero de 2021 finalmente logramos hacer la transferencia de un embrión. Después vino la larga “betaespera” –como se les dice a los días posteriores que hay que esperar para corroborar o no el embarazo–. Las personas que pasamos por eso sabemos que son momentos de mucha ansiedad y en los que parece que el reloj no pasa más. Cumplidos esos días que se hacen eternos, mi mamá me acompañó a chequear el resultado y, cuando vi el informe, inmediatamente lo llamé a Mariano y le dije: “¡Tenemos un positivo, vas a ser papá!”. El primer paso estaba logrado. Estábamos felices.
Mariana G. Cáceres y Mariano Moreno se conocen desde los veintitantos; son amigos y hoy crían a Joaquín, su bebé de ocho meses

Mariana G. Cáceres y Mariano Moreno se conocen desde los veintitantos; son amigos y hoy crían a Joaquín, su bebé de ocho meses - Créditos: Sol Santarsiero

“La comapaternidad no es la soñada”

Joaquín nació el 12 de octubre de 2021. Por suerte todo salió como esperábamos; pero también fue caer en otra realidad ya materializada, al día de hoy no terminamos de caer del todo. En cuanto a la crianza, pactamos mucho antes del embarazo, que los dos primeros años Mariana estaría más presente y decidimos que iba a ser muy “mamitis”, sabiendo que Joaquín iba a vivir con ella. Los primeros días después del parto, decidimos vivir un tiempo los tres juntos y tuvimos que transitar una convivencia que no habíamos buscado ni presupuestado, con malos y buenos humores.
La comapaternidad no es la soñada. Los primeros días fueron terribles: Mariana arañaba las paredes, el puerperio la tenía irritable y nerviosa, ninguno de los dos dormía bien, sumado a una lactancia difícil, fue un verdadero caos. Y yo me sentía impotente por no saber qué hacer. Ahora, con Joaquín un poco más grande, ya está todo más acomodado. Yo lo visito regularmente, me reconoce siempre, es tan bueno, tan angelical... Cada vez que estoy con él quedo como embobado, es un verdadero milagro.

“En un momento sentimos que nos estábamos perdiendo como amigos”

Es obvio que nuestra relación de amistad cambió, ahora tenemos un hijo. En este tiempo hubo altibajos y replanteos, pero pudimos conversarlo porque necesitábamos volver a los orígenes, a cuando éramos muy amigos, pero ahora siendo mapadres. Sentimos que nuestra amistad está en una etapa de “work in progress”. Lo más importante es que nos queremos un montón, nos divertimos juntos y nos admiramos mucho.
Confío plenamente en Mariano como persona, como amigo y como padre. En un momento sentí que estaba perdiendo a mi amigo; había una delgada línea que confundía la amistad con la pareja, porque queremos ser mapadres y, al mismo tiempo, amigos, es muy difícil correrse de esa línea. Por suerte, con el paso de los meses pudimos ir reacomodando nuestro vínculo. Ahora nuestra relación de amistad ya está más aceitada, yo no quería caer en confundirnos con un matrimonio separado que se lleva mal.

“Queremos deconstruir la idea de familia tradicional que viene en un solo formato”

Nosotros creemos que hicimos un gran recorrido, pero también queda mucho por aprender hacia adelante, especialmente cuando Joaquín sea más grande. Siempre tuvimos claro que le vamos a contar cómo fueron las cosas. Nuestro mensaje con él va a ser claro desde el comienzo: “Mamá y papá son amigos y juntos te buscamos con mucho amor”. Joaquín tiene también una responsabilidad, la de mostrar y visibilizar todo esto a la sociedad. Debemos deconstruir la idea de familia tradicional que viene en un solo formato.
En estos tiempos de cambios de paradigmas y de deconstrucción de varios estereotipos, mandatos y creencias, está claro que la idea de familia como la teníamos en el imaginario anterior ya nos queda chica. Hoy en día, existen numerosos formatos que tienen que ver con diferentes elecciones sexuales, nuevos tratamientos que permite la ciencia, subrogación de vientre, madres solas por elección, ovodonación y también coparentalidad, que es cuando dos personas como nosotros, que no son pareja, deciden compartir la crianza. ¡Existen muchos modelos!
También reconocemos que nos surgen muchos miedos para cuando Joaquín esté en el colegio y tenga que sociabilizar, sobre todo por algunos prejuicios de padres con ideas más antiguas o tradicionales, ya que nosotros no somos ni matrimonio ni pareja, ni convivimos. Pero, a pesar de todo eso, siento que venimos a desmitificar muchos prejuicios.

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