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Por qué "hablar por hablar" puede afectar nuestra salud mental

La psicóloga con orientación perinatal y reproductiva habla de cómo el "hablar por hablar" anuñla la escucha. ¿Cómo ejercitar el arte de escuchar y qué beneficio nos traería?


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Dejémonos abrazar en silencio. - Créditos: Getty



El bombardeo de voces es enorme. Un mundo inabarcable de personas hablando, compartiendo saberes, ofreciendo o amoldándose a formatos que buscan transmitir incesantemente palabras que acercan temáticas, las navegan y también las desgastan, en el peor de los casos.

Caras en primer plano, cuentas de IG y Tik Tok con nombres propios que habilitan espacios de reflexión, ofrecen talleres e invitan a transitar experiencias diversas y sin fronteras.

Un “real time” constante, replicador y amplificador que no cesa; por el contrario, crece y gana espacios, con reglas entramadas desconocidas para la mayoría, donde los algoritmos ponen en jaque y ofrecen un mar de incertidumbre muy costoso para quienes generan contenidos.

Un modelo instalado que pulsa y se impone, activando un modo binario de habitarlo: se pertenece o no, con nulas medias tintas. La productividad se mide en horas de presencia en podcasts, lives, posteos, reels, carretes y tuits que se disparan a todo motor con opiniones veloces y automáticas sobre los temas que se instalan como oleadas a las que se torna adictivo subirse.

 

Lo vimos y vivimos con las repercusiones de la session #53 de Bizarrap y Shakira donde las redes sociales, las marcas, celebrities y no tanto, fueron tomadas por las opiniones, reflexiones, cuestionamientos, celebraciones, repudios y análisis autorreferenciales que se presentaron de forma instantánea, intentando clavar el primer mojón, decir lo más innovador y disruptivo, esforzándose por pensar no solo rápid, sino también creativamente, si eso es posible con tan poco tiempo de introspección.

¿Hay una compulsión a decirlo todo? ¿A participar de todos los debates? ¿A utilizar todas las plataformas disponibles? ¿Estamos hablando de más? ¿Hablar de más nos hace escuchar menos?

El mundo exige hablar. Exige opinión y que, además, ello se traduzca en seguidores que crezcan, que alimenten comunidades atomizadas digitales como islotes en los cuales anclar, likear y continuar hacia el siguiente.

Los aspiracionales actuales se pueden leer en clave de seguidores, nuevos roles como los y las influencers, quienes se preparan para salir a la arena de una charla TED o generar minutos de streaming y plataformas de voz.

 

La revista TIME en su última edición, aborda el tema preguntado si hablar menos traería algún beneficio, de la mano de Dan Lyons y su libro “El poder de poder mantener la boca cerrada en un mundo eternamente ruidoso”, que analiza la locuacidad y sus efectos, así como comparte datos que permiten dimensionar el fenómeno: en el año 2022 se produjeron más de 2 millones de podcasts, que han publicado 48 millones de episodios y 3.000 eventos TEDx tienen lugar cada año solo en USA.

Lyons al mismo tiempo plantea el interesante contra fenómeno actual, donde las personas que ocupan lugares de poder hablan menos y son cuidadosos con sus mensajes, registran el impacto de los silencios y se construyen un entorno de menos sobreexposición que los hace valiosos en un mundo de altísima visibilidad, corriéndose del “mansplain” donde los hombres durante décadas se ubicaron siendo “los campeones de hablar demasiado, explicar y acapararlo todo”.

Pero ¿qué tiene que ver esto con el cuidado de la salud mental?, ¿cómo se relaciona la inmediatez de hablarlo todo con la ansiedad, la frustración y las sensaciones de estar perdiéndonos de algo o tolerar el sabernos fuera?

El “hablar por hablar” anula la escucha. La escucha interna y también la externa, una compulsión que arrasa con el otro, lo deja a un lado, minimizando el intercambio. No importa tanto la devolución, ni la calidad de lo que nos puedan decir a partir de nuestras reflexiones, sino que ellas escalen, se hagan virales, lleguen lejos. Un camino impersonal, una realidad paralela donde alguien tiene algo para decir y donde algunos teóricamente quieren escuchar.

 

Pero ¿cómo ejercitar el arte de escuchar?: quienes trabajamos de encontrarnos con el misterio del otro sabemos de su complejidad y el enorme ejercicio que significa silenciarnos a tiempo, poner entre paréntesis opiniones y creencias propias, ir a la sutiliza de lo “no dicho” que se filtra entre palabras.

Escuchar podría pensarse como el anverso de hablar, porque exige silencio, un camino hacia adentro, tomarse un tiempo para procesar lo que el otro piensa y como lo expresa. Elegir los modos para conectar, iniciar una conversación, dejarse interpelar.

Escuchar demanda control, controlar el impulso de verbalizar aquello que se piensa, pero sobre todo controlar los tiempos. Cuando decir, sin invalidar, despojarse de la satisfacción inmediata que las redes sociales ofrecen seductoramente y que entrampa.

¿Cómo recuperar el valor de la escucha? Reconocer aquella respiración consciente que oxigena y nutre la idea a transmitir antes de la verborragia tuitera, donde tiene más valor “clavarla al ángulo” que transitar la jugada con pases, stops y una elaboración que necesita tiempo y dialogo interno.

Un silencio subestimado que necesitamos recuperar para valorar lo dicho, rescatar el peso de las palabras, aquietar el motorcito ansiógeno que se activa ante el sin fin de mensajes y opiniones flotantes y fundamentalmente para repetirnos menos y construir más.

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