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Malvinas: cómo es ponerse en la piel de la hermana de un combatiente

La escritora Frida Herz propone una novela que explora el lugar de Sofía, que tenía 7 años cuando se desató el conflicto armado para defender las islas


Frida Hertz, escritora

Frida Hertz, escritora - Créditos: Gentileza Frida Hertz



A Frida Herz hacía tiempo que le rondaba la idea de escribir sobre Malvinas. Pero más que de quienes lucharon y sobrevivieron o murieron quería indagar en qué había pasado durante la guerra y, a través de los años, con aquellos que no pelearon en las islas, pero a los que la guerra los persiguió de por vida. Y pensó en una hermana de un combatiente: así nació Sofía, su protagonista.
Hasta el arcoíris es una novela –la primera de Herz- que cuenta la historia a través de una mujer que en 1982 era una niña de siete años. Era, también, la hermana pequeña de un soldado argentino. Era una niña que creció en un ambiente marcado por la tristeza y la desesperación de la incertidumbre y que, de grande, siente que hasta su maternidad está cruzada por ese dolor.
“Durante un tiempo me resistí a escribir la historia que quería y necesitaba contar. Yo nací en 1976 y, si bien tenía grabadas imágenes de la angustia de mi propia madre que condenaba la guerra en llantos silenciosos y a los gritos frente a amigos y desconocidos, no me sentía legitimada para escribir sobre el horror que no viví en carne propia”, cuenta la autora. Pero el tema insistía, su infancia hablaba.
“‘Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria’, dijo la poeta Louise Glück. Creo que acertó conmigo: que los recuerdos, aunque lejanos en el tiempo, decidieron por mí”, reflexiona Herz, ya con el libro editado por Milena Pergamino.
- ¿Cómo fue ponerte en el cuerpo de una hermana de un veterano de Malvinas?
- Fue maravilloso y, por contradictorio que pueda parecer, mantuve la cabeza fría, libre de emociones mientras abordaba las escenas. La cabeza fría, pero los dedos calientes sobre el teclado. Antes de sentarme a escribir el primer borrador, necesité tener en claro cómo era esa niña, cómo crece, cómo reacciona. Necesité decidir de antemano en qué tono y con qué gestos va a decir lo que finalmente dice y va a hacer lo que hace, pero sin saber lo que va a decir o hacer. Dejé que el personaje me sorprenda. Fue la escritora Inés Garland la que hace muchos años me enseñó a dejar volar a los personajes.
Suelo decirle a la gente que comparte sus escritos en mi taller y repetirme hasta el cansancio que mientras escribimos tenemos que imaginar exactamente lo que pasa. Me documenté, leí ficción, ensayos, notas periodísticas, pero no de manera exhaustiva. Después, dejé todo eso a un lado.
La escritura es un proceso misterioso. Creo que una vez que encontré la manera de contar la verdad —y con verdad me refiero no a la verdad histórica, sino a la realidad de la ficción que quise contar — me resultó fácil meterme de lleno en la cabeza y el cuerpo de los personajes. Es como si me hubieran dejado reconocerlos más o menos desnudos, pero fui yo como escritora la que decidí hasta dónde acercarme a cada uno. Claro que en Hasta el arcoíris el foco y el zoom está puesto en Sofía, el personaje principal.
- ¿Cómo llegaste a dar con la voz de Sofía?
- En la novela existen fragmentos de un diario que escribe la protagonista y que está intercalado a lo largo del relato. Son, sobre todo, sueños y recuerdos escritos en tercera persona, como si ella no pudiera hacerse cargo de que le pertenecen.
La voz de la narradora, que coincide con el personaje principal, en cambio, es frenética, acelerada. Por una decisión que me alentó a tomar Santiago Llach después de escucharme leer con mucha prisa y sin pausa, quité prácticamente todas las comas. Me aseguré de que el relato se entendiera sin la puntuación a la que estamos acostumbrados, aunque reconozco que el lector tiene que hacer un esfuerzo, al menos inicial, hasta amoldarse al ritmo vertiginoso de quien cuenta.
- ¿Hubo alguna intención autobiográfica de recrear la atmósfera de tu casa en esa época?
- Hasta el arcoíris no es una novela autobiográfica, pero uno escribe de lo que conoce. Recuerdo a mi mamá, y más recuerdo la emoción que me producía verla pidiéndonos a mí y a mis hermanos que nos calláramos y nos quedáramos quietos, de lunes a viernes, a la hora del noticiero.
Recuerdo que cenábamos temprano porque mamá tenía que mirar Sesenta minutos. Por entonces, había un solo televisor en mi casa, de esos pequeños que proyectaban imágenes en blanco y negro, de los que había que levantarse para girar la perilla en el sentido de las agujas del reloj hasta el canal que se quería sintonizar. Diez minutos antes de que empezara el noticiero, mamá ya estaba sentada, con las piernas recogidas en el sillón y el televisor sintonizado en ATC. Me sentaba ya bañada, con pijama y robe sobre la alfombra, pegada a mamá y la acariciaba por instinto y sin preguntar.
Un informe de la TV pública sobre el “fondo patriótico” para Malvinas
Tampoco terminaba de entender por qué discutía con las madres de mis compañeras de colegio que tejían bufandas para mandarles a los soldados. Mamá les decía con vehemencia que no les iban a llegar, ni las bufandas ni la plata que pedían en las colectas escolares. Tampoco la plata ni las joyas que donaron en vivo los famosos y empresarios de la época, durante un programa en vivo que se llamó Las 24 horas de las Malvinas. A mí me entusiasmaba la idea de verlo, pero después de un rato que me pareció demasiado corto mamá suspiró, apagó el televisor y se fue a acostar.
- ¿Cómo juega la sociedad patriarcal en tu novela?
- La novela deja entrever el debate acerca de la toma de decisiones en el seno de una familia, del reparto de responsabilidades, la postergación como consecuencia de la carga y multiplicidad de tareas que las mujeres muchas veces nos autoimponemos, que venimos sosteniendo a lo largo de la historia y que recién ahora nos cuestionamos y nos animamos a cuestionar.

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