Identidad de género: “Yo quiero ser Luciana todos los días, no de vez en cuando”
Desde pequeña, Luciana se percibe como mujer. Nos cuenta sobre su lucha para ser aceptada y cómo la ley de cupo laboral trans le dio derechos y una nueva vida.
11 de agosto de 2022
Desde hace tres años, Luciana Molina es secretaria de la Gerencia de Relaciones Institucionales y Comunicaciones de los subterráneos de la Ciudad de Buenos Aires.
Jamás imaginó este presente, sin embargo, luchó incansablemente por él. Su pasado -lleno de pérdidas, carencias y rechazos- la no aceptación de su familia y la discriminación por parte de la sociedad nunca la desviaron de su objetivo: ser fiel a sus deseos. “Poder contar mi historia es una gran oportunidad, no sólo para ser escuchada sino también para que otras personas se sientan inspiradas a contar la suya”, dice Luciana M., esta chica trans de 32 años que tuvo que atravesar todo tipo de vicisitudes para defender su identidad.
“Desde que iba al jardín tengo recuerdos de que me gustaban los nenes. A los seis o siete años, ya quería pintarme las uñas y ponerme cosas en el pelo. Siempre me percibí mujer”, recuerda mientras se remonta a esa infancia marcada por el abandono de su padre y la crianza de su abuela. “Mi papá nos abandonó de chicas a mí y a mis tres hermanas. Mi mamá trabajaba todo el día y mucho no la veíamos, así que nos crio mi abuela. Éramos rehumildes”, cuenta.
A las carencias económicas y afectivas se sumó la muerte de su madre cuando ella tenía apenas 12 años, tragedia que la hizo madurar de golpe. "Después de la pérdida de mi mamá no quise ocultarme más y empecé a demostrarle a mi familia que yo me sentía mujer pero, en ese momento, no contaba con el apoyo de ellos porque había mucha ignorancia en el tema. Para ellos era una vergüenza”, señala y da cuenta del rechazo que tuvo que soportar por aquellos tiempos.
Luciana supo convertir el dolor en lucha. Hoy, es referente de una red de inclusión que día a día visibiliza las necesidades de la comunidad LGTBIQ+.
Luego de un año de terapia para tratar “su enfermedad” y de reiteradas escapadas de su casa, esa quinceañera tomó una decisión: gritarle al mundo su verdadera identidad. “Mi tía me llevó a la psicóloga y a mí me causaba gracia porque yo no sentía que fuera a cambiar algo en mí. Yo siempre fui muy segura de mí misma, de quien quería ser. El amor propio fue lo que me hizo ser fuerte y decir: ‘Yo quiero ser Luciana todos los días, no de vez en cuando’”, revela aún emocionada.
Salir al mundo
La muerte de su abuela fue un nuevo cimbronazo en su vida y el fin de su relación con sus hermanas. “No querían que viva más con ellas. Un día volví de la casa de una amiga y, una de ellas, me había revoleado toda mi ropa y me había dado vuelta el colchón”, relata. Tras este hecho, decidió irse de su casa.
Con apenas 17 años y lo poco que entraba en un bolso, Luciana dejó atrás su pasado para comenzar un nuevo capítulo, uno de los más oscuros de su vida pero a la vez de los más liberadores. “Empecé a trabajar como camarera en un boliche y ahí conocí a otras chicas trans. Ellas trabajaban en los bosques de Palermo y me ofrecieron ir con ellas. Sinceramente no tenía mucha opción. Venía de perder a mi abuela, de perder mi casa y estaba en la calle”, se justifica con la voz entrecortada.
“Le pedí a mi abuela que me cuidara desde el cielo para que no me pasara nada grave y empecé a trabajar como prostituta”, cuenta y dice que "meterse en la piel de un personaje" fue lo que la ayudó a soportar esas noches de tanta exposición. Si bien intentó dejar la calle una y otra vez, la falta de oportunidades laborales para su género, el maltrato o las precarias condiciones de los trabajos que conseguía la hicieron reincidir varias veces. “Yo lo hice por necesidad, nunca me gustó y tuve días en que la he pasado mal. A veces, lloraba mirando el cielo y decía: ‘¿cuándo me va a caer una soga a mí?”.
Entre tanto dolor, sufrimiento y desesperación (incluso intentó tres veces quitarse la vida) parece que el universo escuchó sus súplicas y una noche de invierno, más precisamente un 7 de agosto, le mandó a una persona que llenó su mundo de esperanza. “En 2016, conocí a mi actual pareja, Agustín. Lo conocí trabajando en la calle. Yo no iba a ir porque era pleno agosto y hacia un fríoooo”, recuerda, entre risas.
La buena química fue inmediata y lo que, en un principio, iba a ser una cita de horas se transformó en una convivencia que ya lleva seis años. “Dio la casualidad que él era de Lanús como yo, así que nos empezamos a conocer y, al mes, nos reenganchamos. Desde esa noche, no fui nunca más a los bosques”, recuerda, y da cuenta que este hombre no sólo la sacó de la calle sino que la ayudó a construir un nuevo presente.
Nueva vida: derechos adquiridos y sueños cumplidos
Si bien comenzar una relación seria fue determinante a la hora de dejar su labor como trabajadora sexual, Luciana está convencida de que fue el gran camino espiritual - iniciado años atrás- el que puso a Agustín en su camino. “Quería empezar a rodearme de buenas energías, poder sanar y curar, así que comencé haciendo reiki, meditación y alineación de chakras. Hasta me fui a Córdoba y conocí el Uritorco. Creo que eso me ayudó un montón. Poco a poco, empezaron a aparecer las personas correctas, los lugares correctos y todo fue cambiando”.
De hecho, como parte de este proceso de sanación, a los 23 buscó a su papá y pudo soltar la mochila del abandono. Años más tarde, terminó el secundario, armó un CV y se acercó a uno de los dispositivos del Gobierno de la Ciudad en busca de trabajo. Su primera oportunidad la encontró en el Azucena Villafor; un refugio para mujeres de la calle.
La experiencia fue re fuerte. Era operadora social, servía el desayuno y el almuerzo. Si bien tenés que estar preparada psicológicamente para bancarte esas historias, yo lo hacía con gusto porque venía de pasarla muy mal también, así que siempre me posicioné como una más ahí adentro. Me sentaba a tomar mate con ellas, charlábamos, les contaba mi experiencia de vida y podía entenderlas desde la empatía”, recuerda sobre este lugar que le dejó una gran enseñanza: aprender a manejar las frustraciones cuando estas mujeres volvían a caer.
Luciana trabajó como operadora social en un refugio para mujeres de la calle.
Si bien esta fue una experiencia sumamente enriquecedora, sus ganas de progresar la llevaron en busca de nuevos horizontes. Y fue ahí que apareció esta megaoportunidad que la tiene ocupada hasta el día de hoy: ser secretaria administrativa en la Gerencia de Relaciones Institucionales y Comunicaciones en Subterráneos de Buenos Aires. El trabajo en blanco no sólo le dio la posibilidad de cumplir sueños y obtener derechos, sino de ser parte por primera vez de un equipo de trabajo. “Después de pasar por trabajos en negro y en condiciones deplorables (porque se abusan de la necesidad), poder estar en este lugar fue soñado para mí. Fue como entrar a Disney”, dice, mientras enumera todos los beneficios que logró a lo largo de estos tres años.
“Soy muy agradecida de las oportunidades y esto no es solo una oportunidad laboral, sino un cambio de vida. Tener un trabajo y un sueldo fijo hoy por hoy me permitió tener un mejor pasar económico y también una relación más sana con mi pareja, podemos proyectar juntos”, dice. Y como parte de estos derechos adquiridos, Luciana pudo acceder al procedimiento de feminización de rostro (para suavizar algunos rasgos de su cara) y tomarse los días de licencia correspondientes para la intervención.
"Tomaba hormonas y eso me estaba haciendo mal porque producen efectos adversos en el cuerpo. Además, había ciertas partes de mi cara que quería modificar y aproveché a hacerlo como tiene que ser: en un quirófano, con un cirujano y no en un lugar clandestino”, cuenta quien, en 2016, ya había pasado por el quirófano para operarse las lolas.
Su trabajo en relación de dependencia le permitió adquirir un montón de derechos y proyectar una nueva vida.
En los últimos 5 años su vida cambió por completo. A su trabajo como secretaria administrativa, se sumó su rol en Red Diversa, esa comunidad que tiempo atrás confió en ella y le dio una oportunidad. “Es un espacio que se creó para dar visibilidad a las cuestiones del colectivo LGTBIQ+ y fue creciendo cada vez más. Tiene un dispositivo (El plan integral) que se ocupa de garantizar que el cupo laboral trans se cumpla en empresas y dependencias del gobierno. Yo me encargo de la convocatoria, participo de las reuniones y los encuentros, organizo las salidas culturales, las capacitaciones”, explica supercomprometida con la causa.
Luciana debatiendo sobre políticas de inclusión junto a Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
“Yo no sé si soy un ejemplo. Cada persona transiciona a su manera, cada uno procesa a su tiempo. Hay personas que nunca pueden hacerlo y, otras, que lo afrontan como yo”, reflexiona esta guerrera que de estar en la calle sin esperanzas ahora debate sobre políticas públicas inclusivas con funcionarios del gobierno de la Ciudad.
“Es duro y muy difícil todo lo que pasé, pero no reniego de nada porque gracias a eso hoy por hoy soy esta persona. Eso sí, si pudiera volver el tiempo atrás y hablar con esa chica indefensa le diría que no se sienta sola, que siga teniendo fe, que las oportunidades, tarde o temprano, llegan”, concluye orgullosa de sus logros.