Newsletter
Newsletter

Amar es integrar: una guía práctica para encontrar la madurez en los vínculos

Cuando aprendemos a mirar –en nosotras mismas y en los demás– nuestras luces y sombras, nos abrimos al milagro de la experiencia amorosa. Acá, una guía práctica para entregarnos.


pareja abrazada feliz

Amar es integrar: cómo abrirnos al amor. - Créditos: Getty



En un mundo que muchas veces nos empuja a elegir entre extremos, a mirar todo en términos de blanco o negro, el amor nos invita a explorar los matices. ¿Qué significa realmente amar? Más allá de los clichés románticos y las expectativas idealizadas, amar es un acto profundo de integración: aceptar no solo lo que nos gusta del otro, sino también aquello que nos desafía, nos incomoda, nos mueve. Es desaprender esa mirada binaria que clasifica a las personas en “buenas” o “malas”, en “perfectas” o “imperfectas”, para abrirnos a un entendimiento más pleno, más humano.  

En esta nota, para la que consultamos a la psicóloga Inés Dates (@ines.dates.viviendo) te proponemos reflexionar sobre cómo integrar nuestras luces y sombras –y las de los demás– para construir vínculos más reales, más auténticos, más libres. Porque amar no es cambiar al otro, sino aprender a mirar desde un lugar nuevo. Una mirada que abrace la totalidad, con todo lo que eso implica.

Amar más allá de las ideas

Cuando elegimos una pareja, solemos estar guiadas por aquello que admiramos de la otra persona, por esas características que, conceptualmente, nos resultan atractivas. Un ejemplo podría ser: que sea deportista, que tenga muchos amigos, que ame viajar y que su pasión por su trabajo sea palpable. Y suena bien, ¿no? Porque esas cualidades nos inspiran, nos generan ilusión y nos hacen sentir que estamos al lado de alguien especial.  

Pero luego llega la convivencia con esa realidad, y ahí aparece la paradoja. Aquello que tanto nos atrajo puede convertirse, de a poco, en un motivo de molestia. El deportista que nos encantó resulta ser el que todos los sábados tiene partido de fútbol, y nos quedamos solas con los planes. El sociable y carismático que siempre tiene amigos alrededor ahora parece estar más con ellos que con nosotras. Y el profesional apasionado que admiramos porque “ama su trabajo” es el que muchas noches se queda hasta tarde frente a la computadora mientras nosotras esperamos que apague la luz y comparta un momento.  

¿Significa esto que nos equivocamos al elegir? No necesariamente. Más bien, este choque entre la idealización y la realidad nos invita a mirar de frente nuestra capacidad de amar. Amar, de verdad, implica integrar: aceptar que las mismas cualidades que admiramos también traen consigo desafíos. Que la pasión por el fútbol, el trabajo o los amigos no desaparece cuando nos convertimos en pareja. Al contrario, esos aspectos forman parte de la esencia de la persona que elegimos. 

El desafío está en entrar en el terreno real, donde amar no es intentar que el otro cambie para acomodarse a lo que queremos, sino aprender a convivir con esa totalidad. Es negociar tiempos, aprender a expresar nuestras necesidades y, sobre todo, recordar que aquello que hoy nos molesta es también lo que, en algún momento, nos enamoró.  

Integrar es un proceso (que se entrena) 

Integrar no siempre es algo que surge de manera automática o sencilla. Es un aprendizaje constante, un proceso que podemos mirar como una habilidad que se entrena. Integrar lo que nos copa y lo que nos incomoda requiere pasar por diferentes momentos que, aunque desafiantes, son la base para construir relaciones profundas y genuinas. ¿Qué pasa cuando no lo hacemos?

  • Primer paso: darnos cuenta. Reconocer que hay aspectos de la otra persona que nos generan frustración o molestia, y ser honestas con nosotras mismas al respecto. No se trata de ocultar esos sentimientos ni de fingir que todo está bien, sino de registrarlos con claridad.  
     
  • Segundo paso: aceptar. Aceptar no significa resignarnos o conformarnos, sino entender que las partes que hoy nos desafían son también parte esencial del todo. Esa pasión por el trabajo que a veces parece excesiva, ese amor por el deporte que nos saca tiempo juntos, forman parte de la esencia de quien amamos. Aceptar es reconocer que el otro no es perfecto, pero tampoco nosotras lo somos.  
     
  • Tercer paso: integrar. Y acá es donde empieza la verdadera transformación. Integrar es dejar de ver las cualidades de la otra persona como opuestos irreconciliables para empezar a comprenderlas como piezas de un todo. Es aprender a mirar desde un lugar más amplio, donde las luces y las sombras conviven y se complementan. Este paso implica flexibilidad, empatía y una voluntad genuina de abrazar la totalidad de la relación.  
     
  • Cuarto paso: confiar. Confiar en que lo que amamos de nuestra pareja es más que la suma de sus partes. Que no necesitamos elegir entre lo que nos gusta y lo que no, porque esas partes hacen al todo, y el todo es lo que realmente nos llena. Confiar en que, al integrar, estamos construyendo algo mucho más profundo que una relación perfecta: estamos construyendo un amor real.  

Atenti: sepamos que este proceso no es lineal ni está exento de tropiezos, pero cada paso nos acerca a la posibilidad de amar con mayor plenitud. Entrenar esta habilidad de integrar nos transforma, no solo nuestra forma de vincularnos, sino también como personas. Nos permite abrirnos a vínculos más auténticos, en los que el amor no es un concepto idealizado, sino una experiencia vivida, rica y llena de matices. 

Valorar los matices

Cuando vivimos desde una mirada rígida –que se opone a la integración–, nos terminamos perdiendo la posibilidad de habitar espacios que podrían transformarnos. Nos cerramos a experiencias que, aunque desafiantes o incómodas al principio, podrían ampliarnos la perspectiva y enriquecer nuestra forma de estar en el mundo. Al etiquetar rápidamente a una persona, una situación o incluso a nosotras mismas como “buenos” o “malos”, “para mí” o “no para mí”, limitamos nuestras posibilidades de conexión y descubrimiento. La vida es mucho más que esas etiquetas. Es en los matices, en los grises, donde encontramos aprendizajes profundos y momentos que nos marcan.  

Te proponemos asimismo reflexionar sobre todas las personas que dejamos de conocer de verdad porque una cualidad, una diferencia o un defecto nos hizo descartarlas. También pensemos en las oportunidades que dejamos pasar porque no se ajustaban a lo que esperábamos o creíamos que era “lo correcto”. La rigidez nos encierra, pero la integración nos abre un mundo de posibilidades infinitas. Nos invita a caminar caminos nuevos, a ver con otros ojos más flexibles, a vivir más plenamente. 

Porque, al final de cuentas, no se trata de elegir entre lo que nos gusta y lo que no, sino de abrazarlo todo como parte de un universo más rico y complejo que merece ser explorado. Al integrar, no solo construimos relaciones más reales, sino que también empezamos a vivir con mayor libertad. ¿Y amar con libertad no es, acaso, la mejor manera de amar? 

"El amor, si está desordenado, no fluye"

 Por Patricio Ramos. 

Facilitador de constelaciones familiares.
@constelacionespatricioramos

Cuando Bert Hellinger, el creador de las constelaciones familiares, se encontró con esta disciplina, dijo que se trataba de una ayuda de vida. Hellinger no se ha caracterizado por dar consejos, sino por acercarnos una serie de leyes universales que rigen las relaciones humanas, a las cuales llamó “órdenes del amor”. Si estas leyes se respetan, el amor puede fluir en nuestras vidas; si se transgreden, el amor no fluye. No se trata de falta de amor, sino de orden. El amor siempre está; solo que, si está desordenado, no fluye. 

Uno de estos órdenes es el de la pertenencia. Todos aquellos que son parte tienen el mismo derecho a pertenecer. Lo cierto es que cuando algo se torna difícil, doloroso, nos enoja; necesitamos excluir, no mirar, desplazar aquello que no podemos integrar. Lo quitamos del corazón, para poder seguir adelante. Y lo cierto es que, muchas veces, no hay otra opción. Poder seguir mirando hacia la vida se nos vuelve esencial.

Pero en algún momento, aquello que dejamos para otro momento o incluso para alguna generación venidera reaparece, reclamando su derecho a ser parte. Algunas veces, repitiendo patrones o dinámicas; otras veces, a través de un síntoma, una enfermedad o simplemente como un impedimento para avanzar con fuerza hacia lo nuevo. Allí es donde aparece la oportunidad de mirar hacia atrás, para poder incluir, reconocer la pertenencia, para integrar desde el amor aquello que fue, independientemente de nuestros deseos, expectativas, nuestra ética o nuestra moral, abrazando lo que es.

 

Es cierto que amar es integrar, pero no siempre estamos abiertos a esa mirada amorosa, inclusiva y espiritual. Esa filosofía requiere un trabajo personal enorme, que generalmente aparece cuando nuestro ego se rinde ante lo que la vida trae. Rendirse, ese acto humilde ante lo inmenso, nos aparece a priori como un signo de debilidad. Cuando el ego se rinde, el alma crece y se expande, abriéndose a lo nuevo.

Desde la mirada de las constelaciones familiares, cuando los asuntos de pareja no fluyen, nos encontramos a menudo con desórdenes e implicancias en nuestro sistema de origen. Nuestros padres y sus asuntos de pareja, abuelos y sus historias y dinámicas, y así, al servicio de aquello que llegó primero y que todavía nos invita, como fruto de todas esas historias de amor (incluso aquellas donde nos resulte difícil reconocer el amor), a abrazarlo todo.

Tendemos a creer que pertenecen a los sistemas familiares solo aquellos a los que consideremos “buenos”, pero también las parejas anteriores, aquellos que hicieron sitio para que otros pudieran llegar y encontrarse, los amores ocultos, los secretos familiares, los amantes, los que causaron daño, todos aquellos que forman parte del entramado de nuestra historia, merecen su lugar y su reconocimiento.

Entonces, ¿cómo integramos amorosamente? Mirando hacia atrás, con la intención de mirarlos a todos, pudiendo correr nuestra dualidad, que siempre deja afuera algo, y abriendo nuestro corazón. Y podemos decirles: “Gracias a todos; a partir de ahora, les hago un lugar en mi corazón. Agradezco su llegada y le doy a cada uno su lugar. Así, recién, puedo tomar mi propio lugar. El único posible para mí. Solo aquí tengo fuerza para poder tomar mi vida. Honro y respeto sus historias, sus caminos, sus destinos”. Quizás entonces un suspiro me llene el corazón, con la certeza de estar en paz con lo anterior. Quizá recién entonces pueda girarme con la intención de dejar atrás aquello que ya pasó y pueda empezar a mirar hacia lo nuevo, hacia donde la vida se abre paso, y decirle que sí a aquello que todavía espera por nosotros.

 

¡Compartilo!


Denise Muchnik

Denise Muchnik Especialista en liderazgo, facilitadora de espacios de cambio y crecimiento personal y organizacional. Es Coach Ontológico, Máster en Coaching Organizacional, Facilitadora de Programación Neurolinguistica.


En esta nota:

SEGUIR LEYENDO

Sexionario: conceptos de sexualidad y diversidades

Sexionario: conceptos de sexualidad y diversidades


por Alejandro Viedma

Anti San Valentín: 5 propuestas para disfrutar si no estás en pareja

Anti San Valentín: 5 propuestas para disfrutar si no estás en pareja


por Redacción OHLALÁ!

Carta para solteras: 4 revelaciones de mi estadía conmigo misma

Carta para solteras: 4 revelaciones de mi estadía conmigo misma


por Soledad Simond

Cómodos y cancheros: 10 looks para que te inspires este San Valentín

Cómodos y cancheros: 10 looks para que te inspires este San Valentín


por Belén Sanagua

Desde escapadas hasta cenas temáticas: las mejores propuestas de San Valentín en hoteles de lujo

Desde escapadas hasta cenas temáticas: las mejores propuestas de San Valentín en hoteles de lujo


por Redacción OHLALÁ!


 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2022 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.

QR de AFIP