Queda a menos de 100 kilómetros de Buenos Aires y es ideal para una escapada de fin de semana
A poco más de cien km de Buenos Aires, un paraje rural que no sólo vive de recuerdos, con restaurantes y rincones ideales para una salida de pocos días
10 de mayo de 2024
Por la antigua estación, el último tren de pasajeros pasó en 1978 - Créditos: María Aramburú
“Esto es para vos. ¡Un abrazo de gol, viejo!”, dice la dedicatoria del menú que escribió Lucas Coarasa para la inauguración del Almacén CT & Cía del pueblo de Azcuénaga, el 10 de julio de 2011. Se mantiene hasta hoy. Y ésa es la razón de ser de este restaurante de campo, que ofrece picadas, empanadas, pastas y parrilla.
Fue para honrar la memoria de su padre, Enrique Domingo Coarasa, que sus diez hijos recuperaron el edificio del antiguo almacén de ramos generales y lo transformaron en un cálido comedor para doscientos cincuenta personas con muebles de época, miles de recuerdos y la atención de Lucas, Agustín, Juan Manuel y equipo. Enrique no alcanzó a ver su sueño cumplido pero sus descendientes continuaron con el legado en este pueblo a 108 kilómetros de Buenos Aires.
Rafael Coarasa llegó a Azcuénaga en 1912 proveniente de Huesca, España. Vino con su carta de recomendación de buena conducta, actualmente enmarcada sobre una de las paredes del restaurante, atiborradas de historia y de platos cachados con dedicatorias de famosos y no tanto. Él fue uno de los socios de la Casa Terrén, almacén que funcionó en el pueblo desde 1885 hasta casi concluida la década del 70, cuando se fundió.
El viejo almacén de ramos generales hoy es un restaurante bien concurrido los fines de semana - Créditos: María Aramburú
“Mi padre vivió en primera persona la degradación de lo que había sido su propia vida. Azcuénaga se fue vaciando de gente y de identidad cultural, condenada a un ostracismo lento y constante. Por eso, desde el amor por nuestras raíces, decidimos apostar al turismo”, dice Lucas.
A todas luces lo lograron, a juzgar por la cantidad de autos y motos que llegan los fines de semana para quebrar la parsimonia de un pueblo de tres por seis manzanas, veredas de pasto y los ineludibles altares a la Virgen de Luján y al Gauchito Gil.
De película
La estación de dos pisos ostenta su abandono luego de que el silbato del último tren de pasajeros pitara en 1978; el de cargas, en 1992. A pocos metros se ve un mural de adobe, obra de Carlos Moreyra y Cristina Terzaghi, y un molino que parece tomado directamente del Quijote. Al caer el sol, todo se ilumina con la bella luz de las crueles provincias. Los sapos y los pájaros cantan su canción de cuna.
El poblado, con apenas trescientos habitantes, conserva viejas casonas centenarias con los herrajes de antaño donde se filmaron películas como El hijo de Dios y novelas como La extraña dama. Sus calles mueren en el campo. Campo sembrado en su mayoría con plantaciones de soja, de esas sobre las cuales advierte su peligro para las comunidades circundantes la periodista Fernanda Sández en el reciente libro La Argentina fumigada.
En busca de esta quietud decenas de personas llegan a comer en el Almacén CT la parrilla generosa o los excelentes fiambres y quesos de la zona que conforman la picada de campo. También se sirven minutas, el costillar o el jamoncito sólo los domingos, y el asado (viene con todo, chorizo, morcilla, entraña, asado, vacío). Sin perderse el matambrito de cerdo con limón, un clásico local.
Versos camperos
Raúl Ferraroti y Norma esperan con quesos y dulces caseros - Créditos: María Aramburú
La plaza tiene algo de salvaje, con muchos árboles flacos de otoño y pasto quemado por la helada. En una esquina, detrás de la mesa repleta de quesos y dulces caseros, Raúl Ferraroti espera el horario de la invasión de turistas. Con 69 años, el gaucho de contextura mediana, bigotes amables, bombachas, camisa blanca, chaleco gris y una coqueta tirita roja en el cuello, lee versos camperos y dice riendo que lo llaman El Chueco. “Si me dicen Raúl, no me doy vuelta”. Toma un mate y aclara la garganta: “tomar mate y no pitar es como abrazar y no besar”, añade. Los gringos no pitan: soplan y arruinan el mate.
Vende quesos tipo Sardo o Mar del Plata hechos por su nuera, Verónica; dulces de leche de los pocos tambos que quedan en la zona y dulces de naranja, limón y mandarina, y pasteles que prepara su mujer, Norma. Recuerda con tristeza que hace ya un año se vino del campo porque “no me daban más las rodillas; y cuando uno llega a viejo, lo ladran”.
Extraña levantarse y ver el campo: “los primeros días me costó, no aguantaba estar encerrado”. Y uno se pregunta encerrado dónde, con el cielo de Azcuénaga y el horizonte al alcance de la mano.
La Porteña
Cruzando la calle está la casa de Ramona Lescano, pasando la provisión Lo de Tita, donde atiende Ana María; la Escuela Nº 4, primaria y secundaria, fundada en 1893; y la Carnicería del Pueblo, que por razones desconocidas vende pollo y chancho pero no carne de vaca. Ramona tiene la llave de la Capilla Nuestra Señora del Rosario, frente a la plaza, inaugurada en 1902. Si está cerrada y no es horario de siesta, se puede tocar el timbre para conocerla. Sólo hay que preguntar en los restaurantes; el pueblo se recorre caminando.
Santín Capecci, bisabuelo de Analía Capecci, la dueña del restaurante La Porteña, con las mejores pastas de la zona, fue peón de albañil de esta misma iglesia, recién llegado de Ancona, Italia. Allí se quedó como sacristán hasta su muerte. Cuando pudo construir su casa, trajo a su familia y entonces aparece en la historia el abuelo de Analía, Eduardo, que estudió en Buenos Aires el oficio de sastre. Y es que el restaurante antes fue sastrería, famosa en toda la zona: las planchas, agujas, carretes de hilo y otras antigüedades se exhiben en uno de los salones de la casa.
Raviolones de espinaca, calabaza o seso, canelones de carne y hongos, calabaza o verdura, ñoquis de papa o espinacas, tallarines cortados a cuchillo y sorrentinos de jamón y queso con seis salsas posibles: bolognesa, tuco y carne, cuatro quesos, mixta, rosa o de finos vegetales. Más las picadas con empanadas caseras. Nada que ver con la cocina gourmet y sí con la real. No sirven nada más que eso y postres como higos en almíbar, de la higuera del patio del fondo. Hay que reservar sí o sí.
Quizás Rafael Coarasa y Santín Capecci se conocieron y tomaron juntos un vermú con papas fritas en el Club Recreativo Apolo. Los Fernet con coca, con alguna minuta, metegol o pool de por medio, son un clásico del atardecer azcuenaguense aún hoy, en el club, que es el único lugar abierto durante la semana. O quizás comieron en la primera fonda, mezcla de almacén restaurante y hotel, ubicada donde hoy se levanta el club, la Fonda de Carniglia.
Tal vez se encontraron en la panadería La Moderna, fundada en 1917, que conserva el horno a leña. Y compraron el pan, las galletas de campo o las tortas negras; y charlaron del tiempo. Hoy sus descendientes encarnan los sueños de un futuro mejor de la mano del turismo.
Cómo llegar
Por RN 7 hasta San Andrés de Giles. Allí, tomar por RP 193 unos 11 km hasta Azcuénaga. Desde Buenos Aires, son 108 km. Otra forma de llegar es por Acceso Norte, Autopista Panamericana, ramal Pilar, ruta 8 hasta el km 99. Allí doblar a la izquierda y tomar ruta mejorada, pero no tanto, por 2 km hasta Azcuénaga.
Dónde comer
Almacén CT&Cia: abre sábados mediodía y noche, domingos mediodía y feriados. Preferentemente, con reserva, especialmente los domingos. Empanadas, $ 30; picada de campo para dos, $220; asado del domingo (un poco de todo) para dos, $380; el matambrito de cerdo con limón, $200. Vinos entre $180 y $480. Cubierto promedio, $300 por persona. Av. Pablo Terren esq. Julia Vildasola; tel. (011) 32202820, (02325) 491054; (011) 1557933746. www.almacenct.com.
Restaurante La Porteña: sábados, domingos y feriados al mediodía. Empanada, plato de pastas a elección y postre, $220. Empanada con picada de la casa y todo el resto, $260. Bebidas aparte. Vinos desde $120 hasta $230. $70, la gaseosa de litro. Av. Pablo Terren, frente a la estación. Tel. (02325) 440449, 491019. 15413544.
Buffet del Club Recreativo Apolo: servicio de bar y cafetería. Minutas. Pileta. Tiene su equipo de fútbol y cumplió en julio último 97 años de la mano de los descendientes de los fundadores, que también apuestan al turismo.
Dónde dormir
Hospedaje El Árbol Caído: desayuno casero, televisión por cable, DVD, wi-fi. Sala con hogar a leña. Amplio parque. Tarifa, 400 pesos por persona. Av. Pedro Sillón s/n, Azcuénaga. Tel. (02325) 491024, mini.gatti@gmail.com