KRALENDIJK, Bonaire.- Ochenta kilómetros al norte de Venezuela, cincuenta al este de Curaçao y ciento cuarenta al este de Aruba, Bonaire es la menos conocida de las Antillas Holandesas, y muy probablemente la más bella.
Como un diamante opacado por el brillo de sus hermanos, posee muchas facetas inesperadas que aguardan ser descubiertas.
Su belleza no radica en nada definible: ese mar que copia el color del cielo, esas palmeras que dibujan sombras en la arena blanca y fresca y ese eterno sol caribeño no son nuevos, pero aquí producen una magia propia y particular.
Esta parte del Caribe no se aleja mucho de aquel otro mitológico; las aguas, las arenas y los soles se esfuerzan por agradar y las preocupaciones tal vez existan, pero pueden ser olvidadas.
De paseo por la isla
En el centro de la isla, sobre la costa oeste, se encuentra Kralendijk, la capital. Aquí se concentra la mayoría de las tiendas y restaurantes de Bonaire, emplazados en casas bajas de estilo holandés.
El Norte es el sector más exuberante y, a diferencia del Sur que es llano y desértico, aquí el paisaje es montañoso y la vegetación frondosa. Un camino que parte de Kralendijk bordea el mar y luego se desvía hacia el Este. Así se llega a Rincón, el pueblo más antiguo de la isla, donde aún se conservan las casas construidas por los holandeses en la época de la Colonia.
El camino continúa hasta Boca Onimá, donde en una gruta cercana a la playa los primitivos habitantes de la zona dejaron pintada en la roca la huella de su existencia.
Para ermitaños
El sector sur es bien diferente del resto de la isla. Ya no se ven montañas como en el Norte ni grandes cantidades de árboles y cactos: el Sur es una llanura casi desértica donde la vista del horizonte se interrumpe esporádicamente por la aparición de la silueta ondulante de alguna palmera.
El Sur es también la región menos poblada de la isla y, por lo tanto, el lugar preferido por aquellos que buscan playas apartadas y solitarias.
El día en Bonaire termina temprano. Después de la cena algunos prueban suerte en la ruleta o en el baile, pero por lo general la luz del sol rige las actividades y son pocos los que conservan fuerzas luego de una jornada intensa de buceo o de bronceado.
El viento del este, que viene del mar abierto, sopla parejo y refresca las noches y los sueños.
Paraíso submarino
Bonaire -que se pronuncia bonaire y no boner, como muchos suponen, ya que su nombre proviene del papiamento y no del francés- está considerado uno de los mejores lugares del mundo para realizar buceo.
Toda el área submarina que rodea a la isla es parque nacional.
En las profundidades, arrecifes y cuevas albergan a una innumerable cantidad de corales y peces, incluyendo especies endémicas.
Los sitios predilectos de los que realizan buceo con tubos son las playas de Pink Beach, Angel City, Salt City y Calabas Reef, donde la claridad del agua permite que haya visibilidad hasta los sesenta metros de profundidad.
Los que realizan snorkelling prefieren Playa Funchi, Boca Slagbaai, Nukove y la cercana Klein Bonaire, una islita deshabitada de 600 hectáreas, donde la vida submarina se desarrolla muy próxima a la superficie.
En el norte de Bonaire, ocupando una extensión de 6000 hectáreas, se encuentra el Parque Nacional Washington Slagbaai.
No son sus playas vírgenes ni sus lagunas de aguas tibias la atracción principal del parque, sino las más de 130 especies de aves que allí habitan.
Entre ellas se cuentan garzas, cucús, pelícanos, flamencos, papagayos amazónicos y otras especies más extrañas como el bananaquit.
Su flora está compuesta fundamentalmente por variedades de cactus como el Melón di Seru o el Kadushi, que llegan a superar los cinco metros de altura.
Hay en la isla lagunas de agua salobre -el Goto Meer y las piletas de secado de sal de la Compañía de Sal de las Antillas- que sirven de santuario a una de las más numerosas colonias de flamencos del mundo.
Se estima que la población de flamencos de Bonaire supera los veinte mil ejemplares, lo que implica que hay más flamencos que personas.
Estas aves se alimentan de las algas que crecen en las aguas saladas y que son las que les otorgan su coloración tan particular.
Caribes y arawaks, a flechazo limpio
Algunos caminos conducen a la historia
KRALENDIJK.- En una página amarillenta de enciclopedia perdida en estante polvoriento de biblioteca puede leerse la siguiente definición de Caribe: "Mar de América Central, adyacente del Atlántico, también llamado Mar de las Antillas. Baña las islas de este nombre, las costas centroamericanas y las septentrionales de Colombia y Venezuela".
La palabra que le sigue es caribes, y dice así: "Pueblo indio procedente de la cuenca del Orinoco, que ocupaba en el siglo XV las Antillas Menores, la costa del Mar de las Antillas y las Guayanas. Temibles guerreros, lucharon contra los arawaks".
En el momento de decidir unas vacaciones, estas definiciones carecen de sentido y parecen ser reemplazadas por otras del estilo: "Lugar hermoso donde el agua es transparente, el sol broncea parejito, la arena no se calienta nunca y no existen las preocupaciones".
No importa cuán cierta es esta definición (tampoco sabemos si los indios caribes eran tan temibles y tan guerreros): la gente necesita edificar y sostener mitos para vivir.
Alejo Schatzky