No es una foto del Amazonas ni de algún lugar perdido en América Central; tampoco de un río de Africa infestado de cocodrilos. Esta foto fija la imagen de un mediodía a sólo 150 kilómetros de Buenos Aires; en un lugar increíble, que permite al visitante pintar una obra de arte para la memoria.
No sé qué es lo que me atrae tanto de Villa Paranacito, no sé si será el brazo del Paraná que lo baña; los campings que prácticamente se mecen con la corriente de la orilla; la amabilidad de su gente, o las calles de tierra que van de acá para allá.
Villa Paranacito tiene algo que te atrapa, que te hace perder entre los pájaros que van y vienen. Una garza y otra y otra más y son miles las fotos; ni la cámara ni los ojos alcanzan.
De repente son las 2 de la tarde de un sábado. Silencio de campo. Y qué ganas de pescar, de tirar la línea y esperar, ahí, sentado en el pastito con el sol y unos mates. Qué lindo es oír un poco ese sonido a nada, a tranquilidad, ese sonido a la ciudad tan lejos, pero a la vez tan cerca... Sólo dos horas en auto y ya está, así de rápido y otra vez a empezar.
Cada vez que entro en Villa Paranacito me admiro de la tierra rojiza tan de Misiones, tan de estar lejos de casa, lejos de las obligaciones, y así nomás empiezan a aparecer los campings, algunos agrestes, otros más organizados con baños, agua caliente, parrillas y todo lo que uno busca cuando quiere descansar. También están los bungalows, las cabañas y, por supuesto, los hoteles para aquellos aventureros que quieren más comodidad.
Particularmente elijo el camping. Paso por la carnicería y están esos deliciosos chorizos o unos bifes de lomo para comer mirando al río. Pasar la tarde caminando o sentados sobre una manta con el termo, un libro, o lo que sea. Después, a eso de las 4, si es verano y hace mucho calor, qué divertido es meterse al río y nadar, jugar a tirarse desde el borde y hacer piruetas o remar hasta el medio y saltar desde la proa.
Así de fácil llega la tarde y de a poco el sol se acurruca en el horizonte. Cada vez es más eso que se ve en la foto, eso que no se sabe dónde empieza o dónde termina, esa mezcla entre agua y tierra que toma color con algunos rayitos que luchan por quedarse y no pueden... Y qué fácil se confunde todo y de repente es un Monet justo frente a nosotros.
De noche, los desafío a contar cuántas estrellas se ven. El cielo de Paranacito es tan limpio como los lagos del Sur, como un cielo patagónico. Y qué espectacular subirse al bote del camping y dejarse llevar por el río un ratito para concentrarse en eso que nos cubre, para encontrar formas entre las estrellas. Qué bueno que este río sea tan tranquilo.
Ya son las 21.30. Por qué no prender el fuego de nuevo y sentarse una vez más a escuchar el sonido, esta vez con aroma a noche y a los camalotes que no dejan de pasar. Recién es sábado y uno ya está tan relajado, ya siente que es de ahí, del río y sus plantas, sus flores, sus caballos y tantas otras cosas.
Pasar una noche en carpa en Paranacito es levantarse bien temprano para mirar el amanecer, a remar río abajo y llegar hasta donde no se ve más que algunas vacas, algunos caballos, y por supuesto cientos de garzas hambrientas. Y de a ratos uno siente que no sabe dónde está, que son muchísimas las plantas que lo rodean y que la nada está ahí, recostada frente a la pequeña embarcación.