PRAIA, Cabo Verde (El Nacional, de Caracas. Grupo de Diarios América).- Si bien es cierto que hoy no cabe la menor duda de que las islas Canarias pertenecen al llamado archipiélago Macaronésico, formado por las Azores, Madeira y Cabo Verde, no siempre fue así.
En la AntigŸedad, todo lo que quedaba más allá del Mediterráneo era el confín del mundo.
Así, a las Canarias se las consideró el vestigio sobreviviente de la Atlántida, sumergida en el mar según la leyenda. Más allá del estrecho de Gibraltar, según Platón, quedaba aquel continente sumergido en las aguas.
También se las conoció durante el Imperio Romano como las islas afortunadas, siempre ligadas a la idea de que, estando lejos del centro del mundo, ofrecían el sitio de la felicidad.
Pero en la Edad Media se las conoció a través de la idea cristiana del paraíso perdido, de acuerdo con la descripción bíblica del paraíso terrenal.
De estos tiempos es la leyenda de San Borondón: curiosa modificación del nombre de un monje irlandés llamado Brandán, que en el siglo VI emprendió viaje desde Irlanda hacia el lugar del paraíso terrenal.
Pero lo más asombroso es que el monje asegura haberlo hallado en la superficie de una isla. Incluso, esta isla aparece en algunos mapas del siglo XVI en los que se le atribuye el nombre de San Borondón.
Misterios no develados
Habitantes de las Canarias aseguran haberla visto, pero después no ha habido manera de encontrarla. El caso ha sido de tal importancia para los isleños que, en los siglos XVI, XVII y XVIII, se organizaron expediciones cuyo resultado fue infructuoso. Sin embargo, desde las islas La Palma y La Gomera se asegura que ha sido vista, ha aparecido en el mar.
Los datos no son ambiguos, pues tienen fecha precisa sus últimas apariciones: el 28 de agosto de 1953; otra vez en agosto, pero el 18 de 1958, y más recientemente, el 25 de marzo de 1967.
Quienes la han visto aseguran que es más verde que todas las praderas de Europa, que abunda el agua como sólo puede haberla en América del Sur y que la arena de sus playas es sólo comparable con la de las islas de los mares del Sur. Dicen que no la castiga ni el sol incandescente ni la bruma entristecedora, pero están contestes en afirmar que es un sitio solitario, al que no ha llegado el hombre a sembrar ni la vida ni el caos.
Los que juran haberla visto admiten que su visión es como un fogonazo que después se pierde en la nada, pero insisten en que nada igual puede comparársele, salvo uno de ellos que estuvo al borde de la muerte y aseguró que morirse y ver a San Borondón era la misma dicha.
Rafael Arráiz Lucca