Carlos Núñez tiene su casa en Vigo, Galicia, pero dice que la música lo ha acostumbrado a vivir "con la casa a cuestas": viaja permanentemente y no paga el precio con ningún sentimiento de extrañeza.
En Os amores libres, el disco que acaba de venir a presentar a Buenos Aires, trabajó sobre las distintas tradiciones que influyeron sobre la música de Galicia, y para eso viajó mucho. "Me propuse investigar en todo lo que está más allá de la música celta con la que se asocia normalmente a la que hacemos en Galicia. Nuestra música está, por cierto, inserta en la tradición celta, pero también incorpora elementos flamencos y de la músicas árabe, judía y de los gitanos."
Una de esas líneas lo llevó hacia el Este. Siempre había supuesto que la música que tocaban los gitanos de Galicia debía tener fuertes coincidencias con la de los gitanos del Este, que esas escalas y esos ritmos tan particulares que estaba acostumbrado a oír desde chico debían tener una correspondencia exacta con la música gitana de otras regiones. Así dio con Taraf de Caransebes, un grupo de gitanos rumanos, y viajó para grabar con ellos.
Generosidad cíngara
"Era noviembre de 1998 cuando Europa estaba atravesando una ola de frío glacial. En la escala de Bruselas me enteré de que todos los aeropuertos rumanos estaban clausurados y decidí entonces viajar hasta Budapest, en Hungría. Ahí tomé un tren que, supuestamente, me dejaría en Carancebes, el pueblo donde viven estos gitanos con lo que yo iba a grabar.
"En el medio de la noche recibo un llamado: me tenía que bajar ahí mismo, un lugar del que no reconocía el nombre, porque todo indicaba que el tren se quedaría varado en la nieve en cualquier minuto. Bajé desconcertado. Allí me esperaban dos integrantes del grupo y, en efecto, después supe que unos kilómetros más allá el tren había quedado atascado. "Era de noche y hacía un frío atroz. Cuando nos subimos a la furgoneta en la que viajaríamos vi en ella la representación de su nomadismo: toda llena de cosas, de trapos, preparada para andar por los caminos y subsistir.
"Después de tres horas por un camino de barro llegamos a Carancebes, un pueblito ínfimo. Ahí me agasajaron con otro de sus tesoros, como una chorva, una sopa de carne y vegetales que yo interpreté mal porque así llamamos en España a las chicas".
El sistema digital del estudio de grabación en Carancebes, que hasta entonces había sido sólo una preocupación mental para Carlos N., se convirtió en problema. Entonces fueron a grabar a Timisoara, esa ciudad de gran protagonismo en la Europa del este que ya aparece en las crónicas medievales y que fue dominada durante dos siglos por los turcos.
Cuando Claudio Magris se refiere a Timisoara en su magnífico libro El Danubio, cuenta que el pachá musulmán, aun cuando ya sabía que su batalla estaba perdida, seguía dando lucha porque una batalla ardua sólo aumenta la gloria del vencedor. Dice también que cada piedra cuenta una "historia plurisecular y amontonada", aunque los anuncios turísticos prefieren destacar que allí nació Johnny Weissmüller.
"Yo no pude ver mucho de la ciudad, porque me zambullí en el estudio de grabación, una casucha llena de humedad en la que llegué a tener el frío que no tuve en años. Después, con el trabajo, me olvidé de todo. Fue magnífico grabar con ellos y tener contacto con su música y su cultura.