Cinco bares notables: la ruta del café americano
De Rosario a Ciudad de México, de Lima a Río de Janeiro, un tour por media docena de cafés con mucha historia
12 de noviembre de 2017
1 Rosario. El Cairo
El café más antiguo del país es el Tortoni, de Buenos Aires, que pronto festejará 160 años de existencia. Pero no sólo en la Capital hay bares históricos: uno de los más conocidos en el interior es el rosarino El Cairo, abierto desde los años 40 y elegido por la bohemia y los intelectuales del gran puerto fluvial como su refugio predilecto. Es a la vez un bar restaurante y un centro cultural. Roberto Fontanarrosa fue su habitué más famoso y plasmó sus sobremesas con amigos en la Mesa de los Galanes. El Cairo lo recuerda con su efigie, apoyada contra un buzón. Sean o no lectores de Boogie el Aceitoso y de Inodoro Pereyra, todos los que pasan por el bar se prestan al ritual de sacarse una foto con aquella estatua.
2 Ciudad de México Café de Tacuba
A un par de cuadras del Zócalo, este local se convirtió con el tiempo en una institución del centro histórico de Ciudad de México. Desde que abrió sus puertas, en 1912, ha recibido a muchos comensales ilustres, como Diego Rivera (organizó allí el banquete de su casamiento con Guadalupe Marín) y Porfirio Díaz. El edificio y los salones tuvieron varias intervenciones, sobre todo luego de un incendio hace unos años, pero trata de conservar lo más posible la esencia de la construcción original, levantada en el siglo XVII para servir de convento. Sus salones están ambientados con frescos, obras de arte, azulejos, boiseries y murales. Algunas de las especialidades de la casa son los tacos, los tamales, los chiles rellenos con queso, las chalupas (tortillas fritas) de Puebla y los panuchos al estilo Tacuba (tortillas de maíz con guiso). Además de su cocina, el restaurante es renombrado por sus serenatas con tunas y bandas de mariachis. Un repertorio totalmente distinto al del conjunto Café Tacuba, que homenajea también el histórico restaurante, a su manera.
3 Lima. Bar Cordano
En la capital peruana hay varios bares que convocan a los viajeros de paso. Hay que nombrar el Maury, donde se inventó el pisco sour, y el del histórico Gran Hotel Bolívar. A solamente unos cientos de metros de la Plaza de Armas y del Palacio Presidencial, el Cordano es un recuerdo de la Lima de otros tiempos. La barra, las mesas y las sillas cambiaron muy poco desde su apertura en 1905, cuando era el lugar donde comían los empleados ferroviarios de la vecina estación, hoy transformada en la Casa de la Literatura Peruana. Su carta está compuesta por todos los indispensables de la cocina peruana y se recomiendan los ceviches y los platos de mariscos.
4 Montevideo. El Hacha
Seguramente se puede considerar como el bar más antiguo del continente. Fue fundado hace alrededor de dos siglos. Las distintas fuentes mencionan fechas desencontradas: algunas, fines del siglo XVIII y otras principios del XIX. Lo cierto es que fue inicialmente una pulpería y un almacén, transformado con el tiempo hasta convertirse en un ícono de la capital oriental. El edificio conservó varios de sus elementos coloniales: los muros muy espesos, un aljibe, travesaños de palmera y hasta rejas originales. Su truculento nombre es hoy apenas un lejano eco del sangriento asesinato de uno de los primeros encargados, con esa arma. El almacén se convirtió en bar a principios del siglo XX y se salvó de un cierre definitivo en varias ocasiones a lo largo de las décadas pasadas. El regreso más reciente tiene apenas un mes: El Hacha reabrió sus puertas el 13 de octubre, como restaurante y centro cultural.
5 Río de Janeiro Confeitaria Colombo
Su gran salón clásico sobre dos pisos podría estar en cualquier establecimiento Belle Époque de alguna capital europea. Pero está en la tropical ciudad carioca. Aquel café restaurante que homenajea al navegante genovés fue abierto en 1894 cuando Río era capital del Brasil. Forma parte de los imperdibles del centro histórico de la ciudad y es regularmente seleccionado entre los bares más lindos de todo el mundo. Al entrar llaman tanto la atención la cúpula vidriada como los mostradores llenos de especialidades dulces (entre ellas las gaufrettes, los pasteles de nata, los petits fours y los rivadavias -pancitos con dulce de leche-). Las sillas y las mesas combinan su estilo art nouveau con los grandes espejos que cubren las paredes, traídos de Bélgica en la década de 1910.