
El hombrecito encorvado, de unos 50 años, entra en el repleto bar de La Condesa, en Ciudad de México. Con un arnés, carga sobre su abdomen algo parecido a una batería de auto y sostiene en la mano derecha los extremos de dos cables. No necesita anunciar qué es lo que ofrece: todos los parroquianos saben perfectamente de qué se trata.
Al menos todos los locales. Porque el asunto puede resultar confuso para los extranjeros. José, así se llama el hombre, vende toques. En cuanto lo ven, cinco o seis amigos, hasta entonces entretenidos alrededor de un balde lleno de cervezas, se le acercan entre risas y desafíos. Negocian el precio de lo que están por consumir y luego forman una ronda, que termina de cerrarse con dos de ellos sosteniendo sendos cables conectados a la caja de toques. A la vez, la acción atrae a buena parte del público del bar, que suspende todo para prestar atención al show espontáneo.
El toquero procede, entonces, a accionar la única perilla de la caja y los amigos en ronda siguen riendo, pero ahora de otra manera, más nerviosa, mientras se escucha un leve zumbido. Pasan los segundos, quizás un minuto, y el toquero mueve un poco más la perilla. La cadena humana parece más rígida que antes, las muecas aún más duras. Hasta que uno de los clientes no soporta más la electricidad y suelta las manos de sus vecinos, rendido. No obstante, entre más carcajadas, todos le pagan al toquero por igual. Será que aquí todos ganan. O todos pierden, según se vea.
Los toques son una curiosa tradición con varias décadas de vigencia en la capital mexicana. Aunque todavía se ven por la ciudad, especialmente en los bares y las fondas más concurridos por turistas, los toqueros ya no abundan tanto como antaño. "A fines de la década del setenta, cuando yo era pequeño, recuerdo que era común que los toqueros pasaran de día por los barrios ofreciendo toques o toquecitos. Eso prácticamente desapareció y sólo persiste en sitios frecuentados por gringos", aclara el periodista mexicano Miguel Tajobase.
Ni una lamparita
Así, hoy es más común econtrar toqueros en la turística Plaza Garibaldi (donde se reúnen los mariachis) o en el Templo Mayor, por el centro de la capital. La broma se cobra el equivalente a unos 10 o 20 pesos argentinos por persona. No sólo se practica de manera colectiva, sino que también hay valientes que lo hacen en solitario. Todo el chiste dura el tiempo que las víctimas resistan.
En la Argentina, la idea de una descarga eléctrica como alegre pasatiempo nocturno podría tener connotaciones ciertamente oscuras. En México parece ser diferente. Para Bryan Domínguez, de Toluca, "es divertido, sobre todo cuando lo pruebas en grupo. Que yo sepa nunca ha habido un accidente: el voltaje es tan bajo que no encendería una lamparita. No sé si será un mito, pero dicen que cuando has bebido un poco, la electricidad viaja más rápido a través de tu cuerpo..."
Sitios como Mercado Libre, en México, comercializan tanto máquinas de toques listas para usar (unos 400 pesos argentinos) como kits para armarlas en casa (por 200). Y en YouTube varios toqueros solidarios regalan prácticos tutoriales para quien necesite ayuda en el montaje, además de videos de turistas que registraron la shockeante experiencia a su paso por la encendida Ciudad de México.
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