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El mestizaje mediterráneo de Túnez

Clima de transición, antiguas tradiciones y renovadas esperanzas, en un recorrido urbano desde la ancha avenida Burguiba hasta las callecitas de Sidi Bou Said




Hace falta un simple paseo de diez minutos por el centro de Túnez para percibir la identidad mestiza de este pequeño país mediterráneo, híbrido de las culturas europea y árabe. Es el tiempo que requiere cruzar la ancha avenida Burguiba, con sus animados cafés y su barroco edificio de la Ópera, para adentrarse en los estrechos callejones de la medina, la ciudad antigua, donde vivía la mayoría de la población antes de la llegada de la colonización francesa, a mediados del siglo XIX.
Será por su carácter mestizo y tolerante, por sus pequeñas dimensiones o por su apertura al Mediterráneo, que Túnez transmite una sensación de sosiego ausente en otras capitales árabes. Ni tan siquiera el atentado yihadista de marzo último, en el que murieron 21 personas, la mayoría turistas, ha sido capaz de transformar su espíritu.
Incluso el día de cierre de la campaña electoral de sus últimas elecciones, se respiraba un ambiente calmo. Todos los principales partidos políticos situaron su tienda de propaganda electoral en la avenida Burguiba, corazón comercial de la ciudad. Los militantes repartían folletos entre los peatones que disfrutaban de una agradable temperatura otoñal. Algunos ciudadanos, de ideologías opuestas, se enzarzaban en discusiones políticas, y se formaban corrillos espontáneos de debate público, siempre de forma civilizada. Esta práctica, inaudita durante las cinco décadas de férrea dictadura poscolonial, ya sólo es posible en la cuna de las revueltas árabes. En los otros países de la Primavera Árabe, los vientos de cambio han hecho renacer viejos odios sectarios y han generado nuevos.

En Sidi Bou Said

Si hay un barrio que condensa las principales virtudes de la capital tunecina, ese es sin duda Sidi Bou Said. El antiguo suburbio de pescadores, en una colina, con sus callejones empinados y estrechos, se ha convertido en uno de los más exclusivos de Túnez y uno de los más comunes lugares de asueto de los habitantes de la ciudad y de los turistas que la visitan.
Sus casas, asomadas al mar, de paredes blancas inmaculadas y ventanas azules, recuerdan a las de las de Ibiza, Santorini o Sicilia. Más allá de fronteras y leyes, de patrias y religiones, hay una identidad arquitectónica y gastronómica común mediterránea, fraguada tras siglos de intercambios. Después, un laborioso ascenso por las empedradas calles de Sidi Bou Said apetece tomar un té en uno de los cafés con unas magníficas vistas a la bahía. Regado por la brisa marina, la sensación de paz es completa.
Como no sólo de calma vive el hombre, mi siguiente destino es la medina, sede del tradicional zoco y zona más bulliciosa de la ciudad. A pesar de la caída registrada por el turismo, los tenderos no suelen asaltar al viajero y cuando lo hacen, no insisten demasiado ni pierden el gesto amable. Junto a la imponente mezquita Zeituna (literalmente del olivo, en árabe), en el centro de la medina, se hallan las tiendas de suvenires Ahmed y Amir. Les sorprende que un extranjero, ataviado con la inevitable cámara de fotos al cuello y una guía de viajes en la mano, se dirija a ellos en árabe. Me ofrecen una silla y un té. "Tranquilo, no nos compres nada si no quieres. Sólo queremos charlar contigo", me dice Ahmed, de mediana edad. Una nueva muestra de la hospitalidad y talante tranquilo de los tunecinos.
Ambos tienen curiosidad por saber qué se cuenta en el extranjero sobre Túnez. Por unos días, este pequeño país de apenas 10 millones de habitantes se coló en 2011 en los titulares de la prensa mundial. Una revolución pacífica había conseguido, en un plazo de pocas semanas, forzar al cruel autócrata Ben Alí a huir subrepticiamente a Arabia Saudita. Su ejemplo inspiraría a millones de árabes en Egipto, Siria, Libia, Yemen y otros países. Sin embargo, después, ya en transición, Túnez cedería el protagonismo mediático a sus vecinos, más poblados, violentos y con mayor importancia geoestratégica.
"Estos tiempos no han sido fáciles. La revolución supuso un frenazo para la economía. Y los islamistas, cuando subieron al poder después de ganar las primera elecciones libres, nos decepcionaron", explica Amir, que a pesar de todo no pierde la esperanza. "El país tiene futuro. Saldremos adelante y volveremos a dar ejemplo a todo el mundo árabe", sostiene.
El período poselectoral parece darle la razón. Los islamistas de Ennahda aceptaron su derrota y el traspaso de poderes a la oposición se hizo sin sobresaltos. Los analistas certifican que, con la Constitución aprobada y habiendo celebrado unos segundos comicios libres y pacíficos, la transición a la democracia se ha culminado de forma satisfactoria.

La mezquita del olivo

La conversa es agradable, pero el tiempo apremia. Me despido de los comerciantes y me dispongo a entrar en la mezquita Zeituna, la más grande y sagrada de la ciudad. La guía advierte que está prohibida la entrada a los no musulmanes, y un cartel lo confirma en francés en la principal puerta de acceso. Sin embargo, como nadie parece controlarlo, me descalzo haciéndome el sueco. La belleza del patio interior de la mezquita hace honor a su fama. Algunos hombres están sentados en el suelo, reposando. Un grupo de niños corretea. Tan pronto como saco la cámara aparece un imam barbudo vestido con una chilaba y un turbante, y me susurra unas palabras ininteligibles en árabe. Temo que me cazaron, pero antes de rendirme, le sonrío y le respondo en árabe con un simple: "¿Cómo está?" Como si hubiera acertado la contraseña secreta de la cueva de Alí Baba, el imam me da un golpecito cómplice en la espalda y desaparece.
Entonces, ya sin reparos, me muevo con soltura por el patio. Ya nadie más presta atención a mi cámara de fotos. Sus 184 columnas, cuyos capiteles dan constancia de su antigüedad, fueron probablemente elaboradas a partir de las ruinas de Cartago, la ciudad destruida por las tropas romanas al final de las guerras púnicas. Esta mezquita fue construida en el siglo IX, poco después de la conquista musulmana. Después, cada período ha ido aportando su contribución creando un conjunto ecléctico. Por ejemplo, la cúpula azulada, del siglo XI, es un buen ejemplo de arte zirí, de la dinastía fatimida. La majestuosa torre, de estilo morisco, es el componente más reciente, pues data de mitad del siglo XIX.
Entre casas destartaladas y callejones oscuros, siempre pintorescos, la medina esconde numerosas joyas del arte otomano. Entre ellas destaca Dar Hussein, un palacio construido en el siglo XVIII. Decorado con bonitos azulejos, ésta fue la sede del primer consejo municipal electo de la ciudad y aquí situaron su cuartel las tropas francesas tras ocupar Túnez. También merece la pena visitar el mausoleo de Turbet Bey, edificado en el siglo XVIII. La fachada exterior del complejo, de piedra amarillenta, está decorada con columnas y placas de estilo veneciano. Dentro, en los diversos mausoleos familiares, predomina el mármol blanco adornado con sanefas policromadas típicas árabes.

Herencia francesa

Al no ver ningún restaurante salgo de la medina, a la ciudad europea construida por los franceses. Aquí sí hay numerosos establecimientos para almorzar. Sin embargo están todos cerrados. Es día de elecciones y los servicios de la ciudad se encuentran bajo mínimos. Con el estómago ya en pie de guerra entro a curiosear en el Mercado Central, de columnas de acero y paredes de cristal, un típico ejemplo de la arquitectura funcional de la Revolución Industrial. Está prácticamente vacío, excepto un rincón del que sale humo y un olor a pescado al grill estupendo. ¡Aleluya! El propietario del humilde local, que cuenta con sólo cuatro mesas de plástico, apenas habla francés, pero me hace entender que debo comprar yo mismo el pescado y luego ellos lo cocinan. Acompañado de una especie de revoltillo de huevo y verduras local, el pescado está delicioso. Valió la pena esperar.
"¿Por qué ha triunfado la transición en Túnez y ha fracasado en el resto de los países árabes?", se pregunta la prensa occidental. Saliendo de la medina y caminando por la avenida Burguiba, que los franceses diseñaron inspirándose en los Campos Elíseos de París, surge una posible respuesta: Túnez ha estado más expuesta a la cultura europea, a su laicismo y a la democracia. Y no sólo por la profunda huella que dejó la colonización francesa. En 1861, siendo aún una provincia otomana, Túnez contaba con un gobernador visionario que apostó por modernizar el país y aprobó la primera Constitución del mundo árabe.
En una ciudad que jugó un papel importante en el despertar de la civilización humana, uno no puede partir de Túnez sin visitar las ruinas de Cartago. En un promontorio entre el centro de la ciudad y el barrio de Sidi Busaid, y al lado de la catedral de San Luis, se encuentra el museo al aire libre con los restos de la antigua ciudad que dominó el Mediterráneo antes de sucumbir a la pujanza de Roma. El recinto, que cuenta con unos paneles explicativos trilingües, invita a un paseo relajado y a dejar correr la imaginación.
Todavía más imprescindible es recorrer el Museo Nacional del Bardo, el más impresionante museo arqueológico del norte de África y blanco del sangriento ataque terrorista de marzo. Además de esculturas, ánforas y otros objetos de la vida cotidiana del período cartaginés y romano, cuenta con una maravillosa colección de mosaicos romanos encontrados en excavaciones hechas en la región. Muchos presentan un estado de conservación sorprendente, manteniendo un colorido muy cercano al original, como si no hubieran pasado unos 2000 años. El museo se encuentra sometido a un robusto dispositivo de seguridad, que ha permitido ya el retorno del turismo.

Datos útiles

Cuándo ir
Túnez posee un típico clima mediterráneo, con veranos calurosos e inviernos suaves. Sus primaveras y otoños son muy agradables. Para el viajero que quiera centrarse en visitas de tipo cultural es mejor evitar el verano. En cambio, visitar el país durante la canícula estival añade una posible actividad de ocio: las bellas playas tunecinas. En la capital, las mejores están en el barrio de La Marsa, adyacente a Sidi Busaid.
Dónde alojarse
Grand Hotel de France: a un par de calles de la avenida Burguiba y de la medina, este elegante hotel de estilo colonial es una muy buena opción para alojarse en Túnez, además de económica. Los precios varían en función de la estación, pero oscilan alrededor de los 50 dólares. El servicio es competente y amable. Dirección: 8, Rue Mustapha M’Barek. Tel: (216) 71326244. E-mail: hotelfrancetunis@yahoo.fr
Hotel Dar Ben Gacem: también en un emplazamiento céntrico, esta es una opción para aquellos viajeros con un presupuesto más elevado, ya que sus 7 habitaciones oscilan alrededor de los 300 dólares la noche. El establecimiento es un encantador palacio reformado del siglo XVII y combina autenticidad con todas las comodidades del mundo moderno. Dirección: 38, Rue du Pacha. Tel: +216 71 563 742. E-mail: info@darbengacem.com
Dónde comer
Cantina del Mercado Central: en un rincón de este histórico mercado se encuentra su cantina, un local humilde, pero que puede ofrecer al viajero una sabor único: el del Túnez más popular. Los clientes suelen comprar el pescado en los puestos del mercado, y en el local se lo cocinarán al grill y le añadirán como complemento un revoltillo de huevos típico del país. El precio oscila alrededor de los 5 dólares. Dirección: Rue d’Allemagne, a dos calles de la avenida Burguiba.
Dal el Jeld: restaurante elegante y clásico especializado en comida tradicional tunecina. Se encuentra en una villa remozada de la medina. Su ambiente es auténtico y la comida, deliciosa. Debido a su popularidad se aconseja llamar un par de días antes para reservar y asegurarse una mesa. Dirección: 5-10 Rue Dar el Jeld. Telf: +216.71560916. E-mail: dareljeld@gnet.tn

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