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El tango tiene corazón en todos lados




A mí me pasa lo mismo que a usted, según cantaba Palito Ortega antes de dedicarse a la política. Si estoy viajando, apenas escucho un tango en una reunión, tiemblo al pensar que me van a preguntar si lo bailo. Dando por sentado que sí, porque lo imaginan tan habitual en un argentino como el caballo en un gaucho. Y paso seguido una señora me va a abrir los brazos para llevarme a la pista igual que con Al Pacino en Perfume de mujer. Es el sueño de las gringas con la milonga.
Sin embargo, como la mayoría de los porteños, no me atrevo a bailarlo. No es cosa, como en cualquier otra música, de mover el esqueleto y punto ya que vale todo. No queremos pasar un papelón porque la mano en la cintura debe marcar con firmeza los pasos, sin dudar, para no transmitirle a las piernas ajenas el riesgo país. Nos paraliza no saber lo que tendríamos que saber, la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Es una danza anterior al feminismo, cuando los roles de ambos sexos estaban claramente determinados. Por eso no se baila suelto, sino apretado. Es la expresión vertical de un deseo horizontal y forma parte de la coreografía del deseo que asegura la multiplicación de la especie. Los estudiosos extranjeros que lo respetan más que nosotros, lo llaman baile de contacto, de fricción. En oposición a los tecnos donde cada uno va por su lado, mirando más a los espejos que al compañero, sin tocarse ni por casualidad. Ideales para histéricos unisex que muchas veces bailan solos o en grupos indiferenciados que siguen incondicionalmente las travesuras de los disc jockey (DJ) convertidos en estrellas.
El tango, y de manera muy especial el baile que no necesita la traducción de las letras, atrae en el posfeminismo que busca un nuevo equilibrio entre los sexos, ni muy muy ni tan tan. Donde cada cual atienda su juego sin creerse superior al otro/otra ya que pasó de moda el machismo y el hembrismo.

De una punta a la otra

Basta pasear por Internet para observarlo en todo el mundo, desde Finlandia hasta Londres y acentuadamente en Estados Unidos donde en San Francisco hay una radio que pasa tangos 24 horas seguidas aunque el locutor no hable una palabra de español. Y lo más interesante, porque se trata de pasar del dicho al hecho, es la incorporación del tango a los ritmos latinos en los boliches.
Aparentemente no tiene nada que ver por su melancolía de pensamiento triste que se baila en oposición al cuerpo desatado de la Vida loca. Sin embargo, como lo sabía Jorge Porcel que cantaba y bailaba muy bien tangos y boleros, hay bastante en común. Lo confirma en su restaurante de Miami, donde su anexo parece un consulado latinoamericano. Y lo mismo se da en la enorme pista del Conga Room en Los Angeles, que por su éxito describen como el House of Blues de los ritmos Latinos. Jennifer López (su dueña) incluyó clases de tango junto a las de merengue o cumbia para que todos se puedan prender mientras los conjuntos pasan de un ritmo a otro.
La música es híbrida por naturaleza y su fecundidad aumenta donde confluyen culturas distintas. Es lo que pasó con la bailanta, el fenómeno Rodrigo y la apabullante cumbia villera. Procesos de fusión que los especialistas llaman fertilidad cruzada y cross over (sobrepasar los límites). Astor Piazzolla es un capítulo mayor al saltar del Colón al Club Almagro y viceversa. Me serviré este cóctel que agrega salsa al tango. La próxima vez que me pregunten si bailo tango me largaré sin dudarlo. Y que salga lo que el destino quiera con la tutela de Carlos Gardel que se cantaba todo, desde jotas y cielitos hasta fox trots con las rubias de New York...

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