Los cinco kilómetros que distan a la estancia El Ombú desde la asfaltada ruta provincial 41, cerca de San Antonio de Areco, era un fango después de grandes lluvias. Ahora es un ripio que desafía las tormentas para gratificación de los viajeros y de la dama anfitriona.
Eva Boelcke, que últimamente dispone -además del casco- de una casa de huéspedes de tres habitaciones, cada una con baño privado, un comedor y una cocina, comodidad abastecida con una conexión satelital para la televisión. Todo preparado para consumir el turismo de estancia, una forma de desenchufarse de la City. En verano se conjugan la llanura con las zambullidas en la piscina.
Los conocedores se privilegian con alguna de las seis habitaciones del casco principal, el original de estilo itálico fin de siglo que mandó a erigir el general Pablo Riccheri (1859-1936), a quien la tradición atribuye haber enterrado su montura allí mismo cuando, viejo, supo que ya era inútil cabalgar su pequeña vastedad.
De su estancia El Ombú -por el arbusto símbolo que perdura en el pequeño parque-, a 118 kilómetros de Buenos Aires, quedan 300 hectáreas donde solía descansar de su gigante sueño armado, ya que era y se sentía el responsable del ejército renovado para el que había gestado el servicio militar obligatorio y comprado armas en Europa y una gran extensión para maniobras y asentamiento en Campo de Mayo.
Curiosamente Ricchieri, que nació en San Lorenzo, no lejos del convento y lugar de la modesta batalla sanmartiniana, conoció en el cercano puesto La Lechuza -a un paso de El Ombú- a un coterráneo suyo, don Segundo Sombra, que había nacido en Coronda y que con ese apelativo lo eternizó Ricardo Güiraldes.
El escritor también conoció a Ricchieri porque escribió muy cerca, en La Porteña, parte de su libro mayor. Otro dato curioso, don Segundo y Ricchieri murieron en el mismo invierno de 1936.
A trote suave Fuera de estas ineludibles evocaciones, los turistas que se hospedan en El Ombú -130 pesos base doble con cuatro comidas y actividades, o pasar el día por 70-, disponen de los placeres camperos, que no sólo consisten en la contemplación del paisaje horizontal, el avistamiento de las aves bonaeresenses y la tareas rurales, sino en protagonizar plácidos paseos en alguno de los cinco sulkies a disposición.
Los hospedados más dinámicos prefieren las cabalgatas que guía la dueña de casa, o Alberto Viaggio, su marido, a veces en suave trote hasta el río de Areco, y bien montados: hay cuarenta caballos para elegir.
Si algún rigor impone la meteorología, el salón de juegos de mesa, billar y pingpong no da paso al aburrimiento, ocio también combatido por una buena biblioteca, cerca de las colecciones de armas o de la decoración gauchesca. Reservan por el 4710-2795 y en la estancia por el 02326-492080.
Buenos desayunos, aperitivos con empanadas que preludian a los asados, pero también copas de langostinos, peceto al vino tinto o pollo al jerez, merecen luego el descanso reparador en el casco de grandes galerías con farolas y quizás el canturreo de canciones sureras que entona El Mosco Oscar Pereyra. Un gaucho enjuto y cetrino que supo ser arriero y domador como su padre, de quien heredó la firmeza de prenderse al lomo del pingo más salvaje, como un mosco, precisamente, ahijuna.
Francisco N. Juárez