Ayer tuve un día agotador. Después de la audiencia volví al consultorio y nos internaron en un curso hasta las 7 de la tarde. Salí de ahí, busqué a los chicos por casa y nos fuimos a lo de mis viejos a comer. Llegué de vuelta a las 12 con los tres dormidos. Caí rendida.
La audiencia pasó sin sobresaltos, es una cosa muy formal que no implica demasiadas emociones. Me dijo mi abogada que en agosto, a más tardar septiembre, sale la sentencia.
Cuando terminamos y nos estábamos yendo, saludé a Nicolás y me dijo: "Feliz debés estar, ¿no?".
Mientras caminaba por la calle, sola, con un café en la mano me pregunté: ¿qué me habrá querido decir?
No estoy feliz pero sí aliviada. Es decir, esta no es una circunstancia que me alegre, pero dentro del proceso de divorcio es lo mejor que puede pasar, ¿no? Que todo fluya sin obstáculos.
Ahora, ¿la ironía de Nicolás a qué apuntaba?
No entiendo, de verdad.
No entiendo, de verdad.
Ahora tengo mucho trabajo. En 10 minutos vienen unas mellizas de 4 que son DE TERROR. De esas que no paran y destruyen todo a su paso cual demonio de Tazmania. Y la madre, esas típicas que no se levantan de la silla y las "reprenden" a la distancia: "Miiiliii, no toques la cartera de la doctoraaaa". Uf, me sublevan.
Pero, ¿saben qué? Es viernes, estoy a punto de tomar el primer mate del día y piendo atender todo el día escuchando Squirrel Nut Zippers. ¿Qué más?
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