Nicole Duret
El 21 de julio de 2011 llegamos al aeropuerto de Heathrow, donde una amiga de mis padres, Chantal, nos esperaría para llevarnos hasta su pequeña casa en las afueras de Londres, en East Sussex, donde nos hospedaríamos por unos días. Sin embargo, cuando nos encontramos con ella, los planes habían cambiado: su casa estaba llena. . No sólo vivían allí ella y su hijo, sino un amigo de su hijo y un hombre checo que, al caer de un árbol, se había roto la pierna. Por eso arregló con una familia del lugar que nos dejaría quedarnos en su casa mientras ellos estaban de vacaciones en París.
La casa era más bien una impresionante mansión, construida hace cientos de años en medio de un bosque en Forest Row…, y quiénes más para recibirnos que tres hermosos y gordos gatos a los que deberíamos alimentar con comida orgánica, y que serían nuestros compañeros durante unos días.
Además de su hermoso paisaje, Forest Row tiene otros encantos. Allí vivió A. A. Milne, el escritor de Winnie the Pooh, que basó su Bosque de los 100 Acres en el bosque Ashdown Forest, del cual Forest Row recibe su nombre, y por el cual Chantal, su hijo, mis padres y yo tuvimos una larga caminata; así como David Gilmour, guitarrista y cantante de Pink Floyd.
Entre los visitantes más remarcables se encuentra sir Arthur Conan Doyle, que solía frecuentar The Brambletye Inn, y donde en su libro La aventura del Negro Peter, Sherlock Holmes y Watson también se hospedan. Otro visitante, y uno de los más impactantes diría yo, fue John F. Kennedy, que se reunió en 1963 con el que era en su momento primer ministro, Harold Macmillan.
Forest Row no es un lugar como cualquier otro. Sus habitantes son muy variados, sencillos y cada uno tiene una historia para contar. Casi todas las noches se reúnen en alguno de los muchos y típicos pubs a escuchar a la banda local cantar.
Particularmente en The Brambletye Inn, una de las noches, en medio de la música y litros de cerveza, un irlandés borracho, vestido nada más que con unos calzoncillos, un poncho y un sombrero bombín rojo, me pidió que le cuidara su vaso de cerveza mientras él iba al baño. Al regresar no sólo dijo que quería venir a la Argentina a aprender a bailar tango, sino que dijo que no llevaba puesto un sombrero, sino que su cabeza se había oxidado por tomar agua.
El último día que pasamos en Forest Row hicimos un picnic al aire libre, en uno de los jardines de Gravetye Manor, y luego fuimos a la estación de la Southern Railway, donde uno de los guardas me prestó su sombrero. Entre los pasajeros apurados y los trenes antiguos y de vapor, me imaginaba en la plataforma 9 y ¾, que lleva a Hogwards, en las novelas de Harry Potter.
Forest Row es mucho más que un pueblo con gente rara, pero muy simpática, y visitantes extraordinarios; es un lugar diferente que, a pesar de los prejuicios que teníamos en un principio, le dio a una familia demasiado convencional una de las aventuras más memorables de sus vidas.