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La ciudad sin fallas - Valencia

No existe una sola manera de conocer esta gran aldea española famosa por las fiestas falleras. Acá van cuatro: desde su rica historia, a través de su aún más rica gastronomía, a partir del arte y en familia




La Ciudad de las Artes y las Ciencias, todo un contraste con el casco antiguo valenciano

La Ciudad de las Artes y las Ciencias, todo un contraste con el casco antiguo valenciano - Créditos: Juan Ángel Maldonado

"Preferimos las sonrisas a los códigos de barras": el cartel saluda a quienes -turistas y locales- ingresan al radiante, amplio y bullicioso Mercado Central de de Valencia. Toda una declaración de principios para una ciudad que es la tercera en importancia en España, capital de una Comunitat oficialmente bilingüe (allí se habla español y valenciano), y donde el siglo XXI se da la mano con la tradición: los mercados a la vieja usanza rebosan de actividad, las embarazadas siguen dando nueve vueltas en torno de la Catedral (una por mes de embarazo) para garantizar un buen parto, las abuelas se reúnen una vez por semana en la plaza redonda El Clot para coser las tradicionales trajes falleros. La vida se intuye urbana, tranquila. Disfrutable.
En Valencia, más que acumularse por capas la historia se filtra como una presencia porosa. Están las ruinas de cuando fue Valentia, la colonia militar romana. Hay huellas del pasado visigodo, la poderosa cultura árabe, el siglo XV -que, de la mano de Alejandro VI, Papa Borgia y valenciano, la consagró "capital" del Mediterráneo-, del modernismo del siglo XX, de los sueños a futuro que Santiago Calatrava plasmó en la deslumbrante arquitectura de la Ciudad de las Artes y la Ciencia.
Y está la luz, la que hicieron célebre los cuadros de Joaquín Sorolla y que envuelve las mañanas de la ciudad en una suave vibración cristalina. Un eco del Mediterráneo que está ahí nomás, al alcance de la mano.
Eso lo saben muy bien los madrileños. Desde que se inauguró el AVE Madrid-Valencia, la distancia entre ambas ciudades se redujo a unas 2 horas. Por eso, en cuanto se anuncia la primavera se lanzan al tren, en busca de las playas valencianas. A la inversa, mucho valenciano toma el AVE temprano, visita alguna muestra o espectáculo en la capital del país, y a la noche regresa a casa.
Valencia es conocida como la ciudad del running. La mayoría de los runners se da cita en los parques que, a lo largo de 12 km, atraviesan la ciudad: una línea verde que todos denominan "el río". Porque, en realidad, se trata del cauce seco del río Turia, desviado luego de una inundación que a fines de los años 50 devastó la ciudad. La monumental obra de ingeniería permitió trazar un nuevo recorrido para el río y dotar a la ciudad de un generoso corredor vegetal que se puede recorrer a pie, en sesión de running o en bicicleta, desde el céntrico casco antiguo hasta las futuristas construcciones de Calatrava y las modernas urbanizaciones que las rodean.
Hay varias Valencias -y muchos turismos- en una. Es ideal para quienes buscan el placer de una ciudad activa pero desplegada a "escala humana", así como también para quienes siguen el calendario de fiestas (las célebres Fallas de marzo son las favoritas) u optan por recorrer las playas cercanas. A continuación, cuatro itinerarios posibles para tomarle el pulso a un destino con identidad propia.

Una vuelta al pasado

Parece que más que "estar en la luna de Valencia" la cuestión pasaba por dormir bajo su resplandor. Así lo explica Vito, alguna vez llegado de Europa del Este y hoy guía turístico en la capital valenciana. A metros de las Torres de Serranos, vestigio de la muralla que rodeó la ciudad hasta el siglo XIX, Vito cuenta que los sólidos portones de la urbe amurallada se cerraban a una determinada hora, cuando la noche comenzaba a asomar. Los distraídos que olvidaban la rigidez de esta norma solían quedarse afuera, "bajo la luna de Valencia", expuestos al frío y riesgos de la intemperie.
Lejos de aquella épica, hoy la austera arquitectura gótica de las Torres de Serrano es el punto de partida ideal para perderse por las calles sinuosas del casco antiguo. Allí está la Lonja de la Seda, magnífico edificio del siglo XV (el "siglo de oro" valenciano) donde se daban cita los mercaderes que comerciaban telas con Génova y Malta. También la Catedral, donde se exhibe el cáliz del que, según la tradición, bebió Jesucristo en la última cena. La reliquia atrae tanto a peregrinos y fieles católicos como a interesados en el universo New Age. Frente a la Catedral está la Plaza de la Virgen, donde los jueves se sigue reuniendo el ancestral Tribunal de las Aguas (ligado al uso del agua de riego en esa región tradicionalmente agrícola). Cuando cae la noche, la zona más antigua de la ciudad se convierte en el lugar por excelencia de los bares repletos, el tapeo y los tragos.
Valencia histórica, generosa en tradiciones y edificios del siglo XV

Valencia histórica, generosa en tradiciones y edificios del siglo XV - Créditos: AFP

Los caminos del arte

Si alguna vez Valencia fue sinónimo de los luminosos cuadros de Sorolla, la cerámica de Manises o las delicadas figuras de cerámicLladró, hoy -al menos, masivamente- su gran referente es el arquitecto valenciano Santiago Calatrava. Aunque concebida junto a Félix Candela, La Ciudad de las Artes y las Ciencias, un impactante complejo que se extiende a lo largo de casi 2 km y medio, en paralelo y sobre el antiguo río Turia, lleva la marca de Calatrava. Las formas aerodinámicas de sus edificios albergan el Oceanogràfic, el Palau de les Arts, un Museo de Ciencias, un mirador ajardinado y el Hemisfèric, que incluye una sala de proyecciones de forma circular y cuya fachada se asimila a un enorme ojo humano.
La Ciudad de las Artes y la Ciencia, con la marca del arquitecto Calatrava

La Ciudad de las Artes y la Ciencia, con la marca del arquitecto Calatrava - Créditos: Juan Ángel Maldonado

No sólo la arquitectura es arte al aire libre. En el último tiempo, el street art convirtió a algunos sectores del El Carmen, en el casco histórico, en una galería de arte cielo abierto. Entre las apuestas más interesantes está la "arquicostura" de Raquel Rodrigo, autora de murales realizados con materiales textiles y primoroso "punto cruz".
En otro registro temporal y visual, este año los frescos de la Iglesia de San Nicolás están entre los más visitados. Se trata de unos 1900 metros cuadrados de abigarradas y deslumbrantes pinturas cuya restauración fue la gran noticia del año. "Es nuestra capilla Sixtina" dicen, orgullosos, los habitantes de la ciudad.
Asimismo, Valencia cuenta con el Museo de Bellas Artes, considerado la segunda pinacoteca más importante de España, después del Museo del Prado.

De paellas y mercados

"¿Quieren saber por qué aquí se come tan bien?", pregunta un valenciano. La respuesta no es ni una receta ni el secreto de algún exótico ingrediente, sino una dirección: la del Mercado Central, punto clave para las compras de los habitantes de la ciudad y centro de peregrinación para los turistas que no pueden creer -porque no puede creerse- la diversidad de alimentos en exposición, la calidad y el tamaño de los productos de huerta, la variedad de pescados y mariscos.
Allí está todo lo que se disfruta en cada restaurante o bar de la ciudad: el arroz Bomba que -se nos instruye- es el más adecuado para preparar la paella valenciana, los quesos, las longanizas, las naranjas (con las que se prepara el agua de Valencia: cóctel de cava, jugo, vodka, gin, azúcar). Y las chufas: pequeños tubérculos con los que se prepara la orxata, refrescante y sabrosa bebida típicamente valenciana.
El mercado, de sobria arquitectura modernista, es amplio, luminoso, limpio y está construido alrededor de una suerte de nave que algunos comparan con la de una catedral: un templo al gusto por la comida y una vida con tiempos un poco más lentos.
El modernista Mercado Central, una catedral sibarita

El modernista Mercado Central, una catedral sibarita - Créditos: Juan Ángel Maldonado

Pero hay otras maneras de entender por qué en estas tierras "se come tan bien". Salir, por ejemplo, a los alrededores de la ciudad y descubrir las amplias zonas de arrozales y huertas que la rodean. Por allí, a unos 6 kilómetros del centro, está la Barraca de Toni Montoliu (www.barracatonimontoliu.com), un maestro paellero que, más que un menú, ofrece toda una experiencia. Toni propone participar en un "taller" de paella "verdaderamente valenciana". O sea, basada en arroz, conejo, pollo y verduras, y cocida a leña. Los visitantes asisten -y participan módicamente- en los preparativos de la delicia que comerán después, en el comedor del lugar. También se les ofrece una paseo por las zonas cultivadas, y la visita a la barraca -tal la denominación de la típica vivienda de los campesinos valencianos) donde vivieron los padres del mismísimo Toni.
Toni Montoliu, maestro paellero

Toni Montoliu, maestro paellero - Créditos: Juan Ángel Maldonado

Oceanogràfic y Bioparc

Hay dos estrellas en el turismo familiar valenciano: el Oceanogràfic y el Bioparc.
Considerado el mayor complejo de acuarios en Europa, el Oceanogràfic forma parte de la Ciudad de las Artes y las Ciencias y tiene capacidad para albergar a 45.000 seres vivos de 500 especies diferente. Las enormes instalaciones representan los principales ecosistemas del planeta. Y, si para los chicos la visita obligada son los espacios destinados a las belugas o los infalibles pingüinos, los adultos agradecerán el paso por el "restaurante submarino": espacio de luces tenues rodeado por un acuario circular, donde se puede comer "sumergidos" en los movimientos plásticos e hipnóticos de los peces.
Por su parte, el Bioparc Valencia fue creado hace 8 años y abarca unos 100.000 metros cuadrados. Está dedicado exclusivamente a la fauna africana y alberga unos 4000 animales, ubicados en amplios espacios que recrean sus hábitats originales. "Todos provienen de otros zoológicos o nacieron aquí", aclara uno de los guías, resaltando que ninguno de los animales del Bioparc fue arrancado de su entorno natural. "Surgimos como respuesta a la problemática ambiental y a la pérdida de especies", insiste, mientras deja paso a un colorido contingente de escolares que va directo a uno de los sectores favoritos: el de Madagascar y sus lémures.
Otra opción infantil, gratuita y muy a mano, es el Parque Gulliver, enorme representación del personaje realizada por un artista fallero e instalada en los parques del cauce seco del Turia. Allí los chicos -a modo de liliputienses- pueden trepar al cuerpo de Gulliver, arrojarse por los pliegues-toboganes de su saco o jugar con la arena que rodea la escultura.

Datos útiles

Cómo llegar
Iberia vuela dos veces por día a España. Con escala en Madrid, los pasajes a Valencia se consiguen a partir de los $20.000, ida y vuelta.
Qué ver
Oceanogràfic: Está abierto de domingo a viernes de 10 a 18 y sábados de 10 a 19. La entrada sale 28,5 euros.
Bioparc: abierto de lunes a domingos, de 10 a 18. Entrada: 23,80 euros los adultos; 18 los niños.
Lonja de la seda: abierta de lunes a sábado de 9,30 a 19. Domingos de 9.30 a 15. La entrada sale 2 euros. Domingos y festivos, gratis.
Barraca Toni Montoliu: para visitarla o participar del taller de paella, debe realizarse reserva previa al 629689805 o a barracamontoliu@gmail.com
Palacio Ducal de los Borja (Gandía): información sobre visitas con guía, teatralizadas o nocturnas en visites@palauducal.com
Descuentos
Valencia Tourist Card: se puede sacar por 24, 48 ó 72 horas; permite obtener descuentos en las principales visitas (Ciudad de las Artes y las Ciencias, Bioparc, Torres de Serranos, tour en bicicleta, etcétera), además de beneficios en el transporte. Se obtiene en las oficinas de Turismo o en máquinas expendedoras del aeropuerto.
En Internet
www.turisvalencia.es

Entre la Albufera y el mar

El año pasado dos millones y medio de turistas visitaron Valencia. La región apuesta a mantener ese nivel de masividad y, además, busca fortalecer algunos circuitos exclusivos. Ese es el caso del Parador de El Saler, que combina campo de golf, spa, entorno (está ubicado entre el parque natural de la Albufera y el mar) y el modernismo arquitectónico de un hotel construido a mediados de los 60 y puesto a nuevo en 2008.
En lo que hace a la gastronomía, el gran enclave exclusivo es el restaurante que el chef Quique Dacosta (www.quiquedacosta.es) tiene en la ciudad valenciana de Denia. Tres estrellas Michelin, el restaurante no ofrece una simple carta, sino la degustación de un menú fijo, basado en seis actos, cada uno con sus respectivos platos y maridaje.
La experiencia puede llegar a implicar entre tres y cuatro horas de despliegue de sabores y texturas, en un ambiente de exquisito diseño y estudiada ritualidad. Aceptar la propuesta implica sumergirse en lo más contemporáneo de la práctica gastronómica. También, estar dispuesto a pagar 190 euros por persona.

Viaje al país de los Borgia

No eran italianos, sino de origen español. No eran Borgia, sino Borja. Una familia proveniente de Zaragoza, luego afincada en Valencia, en la que el gen del poder se haría especialmente fuerte en uno de sus integrantes: Roderic de Borja, que en Italia pasaría a ser Alejandro VI, el Papa Borgia. Eso se aprende en Gandía al recorrer los pasillos del Palacio ducal de los Borja (www.palauducal.com).
Antes de ser nombrado Papa, el Cardenal Rodrigo de Borja (que en Italia hablaba en valenciano con sus íntimos) compró el ducado de Gandía para sus descendientes. El palacio, decorado por distintas generaciones de la poderosa familia, es un muestrario de diferentes estilos arquitectónicos, decorativos y pictóricos; un auténtico viaje en el tiempo, de las estancias más fastuosas a las más austeras. Especialmente indicada en caso de que haya niños, hay también visitas teatralizadas, en las que un grupo de actores interpreta a los integrantes de la mítica familia.

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