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La edad de los porqués tiene su reino en Nueva York

El Museo de Historia Natural da respuesta a cada pregunta entre juegos y actividades




Por Encarnación Ezcurra
El alboroto de niños reina en las 45 salas del Museo de Historia Natural de Nueva York. En sus recodos más populares, como el hall de la Vida Oceánica o el Ala de los Dinosaurios, el bochinche no se amedrenta ni ante las moles gigantescas, una ballena azul que pende del techo en un caso y el esqueleto tamaño real de un Tiranosaurio rex en otro.
El museo recibe estas hordas de personas bajitas con entusiasmo, ofreciendo todo el año una programación tan variada y abundante que las atrae como un imán. De hecho, los integra al paisaje hasta convertir el señorial edificio en un panal donde chicos multicolores miran, trepan, tocan, leen, comentan en diversos idiomas, piensan de diferente forma y se convierten en una muestra viva del fascinante mundo que expone.
Adentro, el aire acondicionado es polar y la calefacción tropical, así que no hay estaciones para el torbellino de carritos, cordeles con la hilera de niños amarrados o familias pedestres. Además de los visitantes regulares, las escuelas o colonias de vacaciones marcan a sus huestes con remeras chillonas o con gorros brillantes y los dejan corretear bajo la mirada atenta de sus supervisores, los guardas y los voluntarios, jubilados que espontáneamente se acercan y explican aquello que hace rato mantiene el seño fruncido del aprendiz.
En la entrada principal frente al Central Park, por donde se ingresa en el clásico hall que conmemora a Theodore Roosevelt y que ahora está parcialmente tapiado por refacción, hace tres años un empleado contestaba una y otra vez, con la tolerancia de quien lo ha adquirido como una rutina de trabajo, que sí, que ése era lugar de Una noche un museo, la película donde Ben Stiller interpreta a un guardián de seguridad donde todo cobra vida cuando se pone el sol.
Ahora que ese dato ya es parte del inconsciente colectivo de Nueva York (un guiño más que se sumó a la colección más grande del mundo de lugares comunes), los chicos pueden comprobarlo por sí mismos: el museo ofrece un programa viernes y sábados para dormir en sus salas. Es para niños de entre 7 y 13 años, requiere reserva previa ( www.amnh.org/ kids/sleepovers/) y cuesta 129 dólares por persona, con enseres y alimentos incluidos, y con un cupo de tres niños por adulto responsable.
Además, en este momento el museo expone como programa especial (añadiendo 8 dólares a la entrada general de 16) una incursión al cerebro humano (hasta el 14 de agosto), una muestra de los dinosaurios más grandes del mundo (hasta el 2 de enero) o una exposición de ranas (hasta el 8 de enero). En el Centro Rose de la Tierra y el Espacio, un planetario suspendido en una caja de cristal de 30 metros de altura donde los objetos parecen volar, invitan a repasar el origen del Universo con un video inicial que relata Liam Neesson o, también por 8 dólares extra, uno puede sentirse testigo presencial de aquel minuto cero con la proyección de un Viaje a las Estrellas, con la voz de Whoppi Goldberg.
Hay varias confiterías en el edificio, pero quien haya sobrevivido al mareo de las multitudes en los pasillos puede arriesgarse a la experiencia de su salón de comidas más grande, en la Planta Baja (que llaman Primer Piso), donde hay islas de alimentos para todos los paladares. Por un promedio de 15 dólares por persona es posible recuperar fuerzas con la adictiva chatarra o los platos orgánicos tan en boga. No se puede circular por el museo con comida, pero hay en todos los pisos bebederos de la famosa agua de canilla de Nueva York, como reza el cartel para aventar los temores de que no sea potable.
En cada sala, en mayor o menor medida, la ciencia se explica de manera interactiva con ilustraciones y ensayos. Es imposible, a cualquier edad, no sucumbir ante la curiosidad propia o la curiosidad por la curiosidad ajena. Excepto en la esquina sur del cuarto piso, en la torreta Astor, donde no hay "nada más" que ver que la ciudad y su emblemático parque que se cuelan por los ventanales. Un curioso rincón de sosiego para detener un momento el recorrido, sólo para volver pronto a la gran fiesta de la edad de los porqués.

DORMIR ENTRE DINOS Y TIBURONES

Por el éxito de las películas de Ben Stiller Una moche en el museo, varios establecimientos del mundo decidieron hacer de la ficción realidad y organizaron programas para que los chicos pasen una noche de película.
Aunque los dinosaurios, animales embalsamados y guerreros romanos no resucitan como en el film, la propuesta consiste en que chicos, generalmente entre 7 y 12 años se queden a dormir con sus amigos en el museo, casi como de campamento, junto con guías que les contarán detalles de historia y naturaleza de manera interactiva y con muchas sorpresas. El Museo Americano de Historia Natural, de Nueva York, escenario de la película, renueva cada temporada su propuesta nocturna. Ahora se centra en la prehistoria del mundo submarino y las enormes criaturas que lo habitaron hace 200 millones de años.
En Valencia, La Ciudad de las Artes y la Ciencia, durante el verano español invita a dormir mientras los tiburones nadan a pocos metros. Se realiza en la Torre Océanos en el El Oceanográfico, entre otras actividades para chicos.
En nuestro país también hay noche para chicos curiosos. El Museo Paleontológico Egidio Feruglio, de Trelew, realiza durante julio y agosto el programa Exploradores en pijamas, todos los viernes a la noche, desde las 20.30 hasta el sábado a las 8.30.
Los chicos de entre 7 y 12 años podrán imaginar paisajes del pasado más remoto, fabricar réplicas fósiles, hacer todas las preguntas que se les ocurran y hasta dormir junto a los dinosaurios. Cuesta $ 165 por chico e incluye la cena y el desayuno. Reservas: (02965) 432100, Int. 26; e-mail, info@mef.org.ar

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