Los que viajan del otro lado del mundo para ayudar
Cada vez son más los que buscan conocer otras culturas de una manera diferente, colaborando con comunidades que lo necesitan. Experiencias e historias inspiradoras desde África y Asia
1 de octubre de 2017
Francisco Susmel, en Mozambique
Francisco "Paco" Susmel, arquitecto, integra Somos del Mundo, una organización que trabaja con voluntarios argentinos en Mozambique. Por esta iniciativa, que comenzó como un proyecto entre cinco amigos, ya pasaron 160 voluntarios. Viajeros que buscan tomarse ese tiempo para preguntar, entender y empatizar con realidades diferentes.
En 2013, llegó por primera vez a ese país del sudeste africano con otras doce personas por tres meses. Pero, después de varios viajes, en verano de este año decidió instalarse allá por tiempo indefinido y trabajar con otros argentinos en la construcción de aulas para comunidades rurales. Son pequeños espacios de 30 metros cuadrados, que llevan cuatro o cinco días de obra bajo la lluvia o con más de 32° del verano mozambiqueño.
Francisco es uno de los muchos argentinos que en los últimos años emprendieron la aventura de trabajar como voluntarios a través de distintas organizaciones y por diferentes causas, especialmente en países de África y Asia. Las opciones son muy variadas y pueden ir de la enseñanza de idiomas, deportes u otras especialidades, hasta la construción de infraestructura, el cuidado de animales y las tareas administrativas, entre otras.
Algunos voluntarios, como Paco, deciden contactar directamente a ONG instaladas en las comunidades y ofrecerse como candidatos. Sin embargo, la mayoría elige empresas que, a través de Internet y con sólo un clic -y algunos dólares- ofrecen un inmenso abanico de posibilidades de voluntariado. En algunos casos, estas empresas hacen de nexo entre el anfitrión y el futuro voluntario y se encargan de encontrar una vivienda y cubrir algunos gastos, como la comida. Si se elige esta opción, el costo del programa puede llegar hasta los 1000 dólares, sin incluir el pasaje.
Otras iniciativas online, como www.workaway.info, sólo muestran las diferentes ofertas para que el voluntario contacte a su anfitrión y gestione todo lo necesario para viajar. Este sitio tiene propuestas en más de 150 países y el candidato debe pagar 29 dólares para visualizar las opciones y elegir la que más se adapte a sus expectativas.
Una familia voluntaria
Ser voluntario no siempre implica una experiencia solitaria. María Basavilbaso decidió viajar a África acompañada por su familia. "Nos convertimos en ciudadanos del mundo, de esos que siempre me habían parecido medio raros. Pero ahora que lo veo desde adentro, siento que es algo muy natural". Junto a su esposo, Matías, y Cipriano, su hijo de apenas un año y medio, se embarcaron en una aventura hacia Sierra Leona que marcaría un antes y un después en sus vidas.
María Basavilbaso pasó seis meses en Sierra Leona, junto a su marido y si hijo
A María siempre le gustó conocer lugares recónditos y ayudar. En 2016, su marido le hizo una propuesta: "Si llego a entrar al magíster para el que estoy aplicando, los meses anteriores podemos hacer lo que vos quieras". Así fue como se contactaron con West Africa Rice Company (WARC), una organización social creada por argentinos que se dedica a enseñar buenas prácticas a agricultores de Sierra Leona para potenciar sus cosechas. "Para mí, esto fue una experiencia de vida, nos fuimos casi seis meses allá. Fue vivir un sueño", agrega María.
Durante ese tiempo, trabajó en un proyecto llamado The Little Orange House (La casita naranja). Este espacio funciona como un centro para el desarrollo de la primera infancia donde se procura nutrición, estímulo y cariño a niños de 3 y 4 años. "Me tocó hacer de todo: desde ayudar en la recaudación de fondos y manejar el presupuesto hasta prever la planificación académica y entrenar a los trabajadores en sus roles y preparar el menú de cada día".
María tiene mil y una anécdotas. Como aquella primera vez que Cipriano pisó la aldea de Tormabum, a siete horas en auto desde Freetown, capital de Sierra Leona y la ciudad donde estaban instalados. "Chipi tenía un año y cuatro meses. Cada vez que se largaba a caminar por la aldea, varios niños se le sumaban por detrás. Si Chipi apuntaba con el dedo a una cabra y decía: "Meee", ellos agarraban la cabra y se la alcanzaban para que pudiera tocarla. Si apuntaba a los cocos de una palmera, alguno se subía para bajarle uno. Si tropezaba y caía al suelo, lo ayudaban a levantarse y le limpiaban las rodillas. Algunos adultos se reían y le decían el Rey de Torma", cuenta María.
Cada viaje a la aldea era una aventura. De un recorrido de siete horas, tres eran por camino de tierra. En medio de la selva, las pequeñas aldeas se intercalan con paisajes frondosos y abundantes. "Cada vez que pasábamos por una aldea, todos los niños salían corriendo a ver al pumuy (blanco) y gritaban a coro pu-muy, pu-muy, pu-muy, como en un juego. Ellos se divertían y nosotros nos reíamos".
Al igual que Paco y la mayoría de las personas que viajan como voluntarios, María decidió recorrer diferentes ciudades más allá de Tormabum y Freetown. "¡Es un país alucinante! Sobre la costa oeste de África, las playas son lindísimas. También conocimos el Parque Nacional Outamba-Kimili al Norte del país, un viaje largo pero muy interesante". Para llegar a ese lugar, los autos deben no sólo atravesar un camino de tierra muy áspero sino también el río Little Scarcies en ferry.
Sumergirse en otra cultura
Algunos eligen voluntariados que les permitan reafirmar su vocación. Victoria Guevara quería seguir haciendo lo que más le gustaba: enseñar. Encontró su primer viaje como voluntaria en una página web. "Me interesaba combinar dos cosas que me gustan mucho: enseñar y viajar. Soy profesora y el hecho de ejercer en otro país me permitía seguir desarrollándome en mi profesión y, a la vez, conocer una nueva cultura".
Victoria Guevara en Camboya: "Me interesaba combinar dos cosas que me gustan mucho: enseñar y viajar"
Eligió Asia y actualmente se encuentra en Camboya dando clases gratuitas de inglés a niños de cuarto y quinto grado y clases de español a niños de entre 11 y 17 años. La escuela donde enseña queda en una aldea a seis kilómetros de Siem Reap, una de las ciudades más visitadas por los turistas ya que se encuentra a 8 kilómetros del templo de Angkor Wat.
"Este viaje es bien distinto a los anteriores. Estoy viviendo la cultura desde adentro y dejando que me afecte. Creo que uno conoce un lugar cuando lo está viviendo", agrega.
La ECC Camboya tiene su propia página de Facebook en la que invita a los viajeros a sumarse como voluntarios y disfrutar del entorno que ofrece el país. Si enseñar no es una buena opción, también ofrecen posibilidades en jardinería, administración, finanzas y mantenimiento. Por 6 dólares diarios el viajero cubre comida -con opciones vegetarianas y gluten free-, estada y servicios públicos para todos sus voluntarios.
"Este viaje me permitió confirmar mi vocación como profesora. Para ellos la educación es muy importante. Ver que mis alumnos vienen con tantas ganas y ponen tanto esfuerzo en las clases -aún cuando trabajan durante el día- me llena de esperanza y orgullo", concluye Victoria.
Detrás de las fotos
El perfil del Instagram de Milagros Villasuso está repleto de caras de niños sonriendo. A pesar de las sonrisas, las historias trágicas se suceden detrás de cada imagen. Ella llegó a Kenia desde Córdoba, también a través de una empresa que encontró en Internet. "Hacía mucho tiempo que quería hacer un viaje largo y conocer África. Me parecía una cultura muy interesante y quería hacer algo, aunque no sabía qué. Finalmente, después de googlear un poco y consultar a varias personas, me decidí por Kenia. Me atrajo que era un lugar superexótico", dice.
Al principio no fue fácil. Milagros llegó al orfanato de Kikuyu, a 18,4 kilómetros de Nairobi, y no entendía ni una palabra del idioma de la zona, el suajili. "Fue difícil. Estaba sola, no entendía nada, vivía bastante lejos del orfanato y no sabía cómo manejarme", comenta.
En Makimei Children's Home viven 63 chicos de diferentes edades. La mayoría de ellos llegan al hogar porque alguien los encontró abandonados en alguna parte o porque sus propios padres no pueden cuidarlos. El espacio es muy pequeño: sólo tres habitaciones, algunos niños comparten una cama de una sola plaza entre cinco. Mili era la única argentina entre los voluntarios que se encargaban de cuidar, alimentar y asear a los niños. "La única vez que me había ido varios meses de casa fue cuando hice un work and travel, pero la verdad que este viaje fue totalmente distinto. Fue meterme en otra cultura al 100%, vivir, comer y hacer todo como ellos".
Milagros Villasuso en el orfanato de Kikuyo a pocos kilómetros de Nairobi, en Kania
A Milagros le tocó hacer de todo: desde ordenar la casa hasta darles de comer a los más chicos y, los fines de semana, ayudar a los más grandes con el lavado de la ropa.
Luego de un mes de convivir con los niños de Makimei, decidió recorrer Kenia, Tanzania y Sudáfrica. Captó con su cámara y guardó en su memoria playas paradisíacas, safaris exóticos y paisajes exuberantes. El lugar que más le gustó: Masái Mara, una reserva natural en el sudoeste de Kenia. Esta sabana es el hogar de 1,3 millones de animales salvajes, incluyendo leones, cebras y jirafas. "Fue algo hermoso", agrega.
Más interesados
Aisec es una asociación que en los últimos cuatro años llevó a más de 2000 voluntarios argentinos a vivir su experiencia alrededor del mundo. En 2010, cuando creó el "producto" voluntario global (porque antes sólo trabaja con pasantías internacionales) pasó de coordinar 500 voluntariados en el mundo a más de 50.000, en sólo un año. Valeria García, directora nacional de relaciones públicas, explica: "Los jóvenes actualmente nos hemos vuelto mucho más nómadas. Poco a poco los limitantes de tiempo o dinero dejan de ser determinantes; sumado a eso muchas organizaciones o empresas así como iniciativas del estado o cooperación internacional apuestan a que más personas puedan vivir una experiencia internacional que sume a su hoja de vida y también los desarrolle personalmente".
Luciana Cassain, jefe de Proyectos Sociales y Voluntariado Corporativo en la Fundación Telefónica de Argentina, detalla: "Este año, mediante el programa de vacaciones solidarias, la fundación llevó a 145 voluntarios de 21 países a trabajar en nueve proyectos alrededor del mundo. Está aumentando la gente que se inscribe y por eso se ha transformado en nuestro producto estrella". El programa invita a aquellas personas que sean parte de Telefónica a hacer voluntariados en otras partes del mundo donde también hay sedes de la empresa. Es un voluntariado de tipo corporativo a nivel mundial.
Este año hubo 90 argentinos que se postularon para ocupar uno de los 145 lugares vacantes. De los 145 voluntarios que viajaron, finalmente, 12 fueron argentinos.
"Es una tendencia que crece más que nada entre los jóvenes. Ellos quieren viajar, pero también sentir que ese viaje les deja algo".
Paco Susmel va cargando cada vez más anécdotas en su mochila. "Hay un concepto asombroso: el de familia ampliada. Todos se tratan como hermanos, hijos, papás y mamás a pesar de no ser familia directa. Desde hace ocho meses que trato de esa manera a cualquiera que sea mayor que yo y que se me cruce en la calle o en una reunión o en el almacén. Para quienes muchas veces vivimos sin conocer a nuestros vecinos o a nuestros primos segundos, es un aprendizaje muy potente".
Luego de los meses de trabajo en la construcción, se dedicó a viajar y a recorrer Namibia, Sudáfrica, Malawi, Zambia, Zimbabwe, Kenia, Tanzania y Ruanda. "Hice couchsurfing, conocí mucha gente local y pude indagar la cultura y la tradición de cada lugar. También conocí muchas organizaciones y visité asentamientos donde me pudieron contar los desafíos de la zona -explica-. Sin embargo, el voluntariado no puede ser la excusa de un viaje de placer. Hay que poner el compromiso por encima del lugar al que uno viaja y de las cosas que se pierden al estar trabajando al rayo del sol y no tirado en una playa".