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Madrid es una ganga




Uno viaja por Madrid con la imaginación y el bolsillo. Cada calle, plaza, casa, monumento, tiene un mensaje que nos llega desde la Avenida de Mayo. Todo, menos los precios, porque la capital de España es más barata que Buenos Aires. La diferencia se aprecia desde los hoteles más suntuosos, los que supervisó personalmente Alfonso XIII (el abuelo del rey Juan Carlos).
Por 300 dólares, el Ritz o el Palace brindan un lujo incomparable. Con menos estrellas, pero no confort están otros lugares históricos aún más antiguos. Palacios como el Ambassador, que perteneció a los duques de Granada y donde duerme Plácido Domingo, a metros del Teatro Real de la Opera. O el Reina Victoria de los Condes de Teba, donde se alojó Prospero Merimeé, el autor de Carmen, que era el preferido de Manolete y que sigue la tradición porque es el elegido de los toreros.
Las cadenas más importantes preservan estos edificios emblemáticos como el de los Duques de Santo Mauro, entre otros. En la Gran Vía, mi barrio preferido porque cerca de todo tienen la misma actitud en establecimientos de 3 y 4 estrellas (de 70 a 100 dólares) con la fisonomía de la preguerra española. Por allí andaba Ernest Hemingway, que le dio su nombre al bar del hotel que está frente a la Telefónica y desde donde mandaba sus cables antes de ir al mostrador de Chicote, que está a la vuelta.
Cosa notable son los hostales, una ganga para personas de espíritu abierto y bajo presupuesto. Están en pleno centro y ocupan pisos en enormes departamentos de los años 20. Uno los puede ver, en los alrededores de la plaza del Callao o del Sol, donde hay uno por piso. Son más modestos que los hoteles y la mayoría no tiene baño privado. Pero una familia con dos hijos puede compartir uno entre dos habitaciones, igual a lo que pasa en su propio hogar. Se parecen a alguna de nuestras antiguas pensiones, pero están mejor mantenidos y controlados, y la higiene suele ser impecable. Lo mejor siempre es subir primero y mirar.
Por supuesto que los hoteles convencionales son otra cosa, más cómodos y formales. En un hostal uno se puede sentir un personaje de la novela La Familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, y sentarse a charlar con el dueño igual que en las películas. Es una manera distinta de visitar una ciudad tan fascinante como Madrid, donde lo más divertido son los propios habitantes. Con la ventaja de conocer más y gastar menos. Los españoles viven en pesetas y es difícil ver algún cartelito en dólares.
A lo sumo, lo traducen en euros, pero siguen prefiriendo su moneda. Y hablar de 5 mil pesetas pesa más que decir en la Argentina su equivalente que son 30 dólares o pesos (en Ezeiza cambié a 150 pst por dólar, mejor cotización que en Madrid) Ese valor (5000 pesetas) es lo que se considera justo pagar una buena comida para uno (sin lujo) y con vino de Rioja, que es algo muy serio.
Comer es otra ganga porque hay menús de dos platos, postre, con vino y pan por 1000/1300 pst. No puedo conseguir nada parecido en Buenos Aires por 6/8 pesos. Y esa es la proposición para almorzar en torno de la Plaza Mayor (en la propia plaza es algo más alto) y en los centros comerciales de la Castellana o Serrano, que son los distritos más elegantes. Es más caro salir de tapas de pie que sentarse a una buena mesa.
Generalmente, los turistas se equivocan y piensan que es al revés. Los madrileños almuerzan fuerte (con siesta incluida) y por la noche las tapas son una excusa para tomar algo (no mucho) con amigos, porque la gracia está en divertirse y no en emborracharse o comer de más. Aquí no hacen falta remedios para el hígado.

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por Redacción OHLALÁ!


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