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Mitos y certezas del hijo de las tinieblas

La historia de Vlad Tepes Drácula tiene que ver más con un patriota que con un monstruo de colmillos afilados.




BUCAREST, Rumania.- "Los vampiros no existen, salvo en las leyendas de los pueblos de casi todo el mundo. Entonces, ¿existen o no?", fue la reflexión de un hombre de piernas cortas y ropa oscura sentado ante una mesita de madera en un bar escondido en la orilla izquierda del río Dimbovita, que parte en dos a Bucarest.
Cuando se les habla de Drácula, los rumanos no piensan en ciencia ficción, sino en historia, pero además aclaran que el mito de las criaturas de la noche que se alimentan con sangre humana y son inmortales se encuentran en China, en la forma de monstruos de ojos rojos y cabellos rosados; en Grecia, con la mitad del cuerpo de una mujer y el resto de una serpiente y con el nombre de Lamia; en Japón, con los zorros chupadores de sangre.
Dicen que esas leyendas llegaron a Europa desde Asia en las caravanas que cruzaban la Ruta de la Seda y se alimentaban a sí mismas con renovados detalles fantásticos en el Tíbet y la India, para enriquecerse luego con la imaginación local en los Balcanes, el Mar Negro y los Cárpatos.
En el mundo, el mito corrió más rápido que la verdad y la historia de Rumania quedó atrapada en una leyenda. Vlad Tepes Drácula, patriota para los rumanos, figura brutal para los turcos, liberador de Transilvania, protector de las tierras que los otomanos querían ocupar, rebelde con causa justa, cristiano protegido por los aliados de Roma y llevado al plano de los héroes por sus compatriotas, fue, sin embargo, estigmatizado por la literatura occidental, que lo condenó a ostentar el tenebroso rótulo de hijo de las tinieblas .

Entre la independencia y el terror

En rigor, fue el escritor irlandés Bram Stoker el que lo llevó a convertirse en una celebridad fuera de su territorio con un libro publicado en 1897, que con el nombre de Drácula recorrió el mundo y fue traducido a más de cien idiomas. La historiografía rumana coloca a Vlad Tepes Drácula en un lugar prominente, vinculado al mismo tiempo con la independencia y el terror.
En su época, la actual Rumania estaba dividida en tres provincias: Valaquia, Moldavia y Transilvania. La expansión turca sobre Europa hizo que Vlad Tepes Drácula fuese rehén de los otomanos junto con su hermano Radu y su padre Vlad I.
Esa condición de los dos hermanos duró hasta 1448, cuando su padre murió. Fue entonces, en realidad, cuando adquirió el sobrenombre de Tepes, que significa El Empalador. La historia del apodo está ligada con un rasgo que caracterizó su mandato: empalaba a los prisioneros turcos capturados en las expediciones que éstos realizaban en sus dominios. Las tropas de los sultanes encontraban a su paso enormes campos virtualmente sembrados de cadáveres empalados y eso minaba la moral de los soldados islámicos. El método era usado también por el monarca para sus propios súbditos: empalamiento para los traidores, los cobardes, los ladrones, los mentirosos, los sacerdotes deshonestos; recompensas generosas para los valientes, los patriotas y los que se destacaban en sus trabajos. Durante el mandato de Vlad Tepes Drácula, el país creció en todos los niveles, incluyendo lo económico y lo cultural, convirtiéndose en un reino fuerte, con un ejército poderoso entrenado por el propio Drácula. Murió en su ley, combatiendo contra los turcos en diciembre de 1476, en la única batalla en la que fue derrotado. Su cabeza fue expuesta por orden del sultán Mohamed en Tarigrado y su cuerpo desmembrado en varias partes. Todo eso debieron hacer los invasores para contrarrestar el miedo que la figura del rumano causaba entre los musulmanes. Los restos fueron enterrados en secreto en la abadía de Snagov por algunos de sus seguidores.
Sin embargo, el mito sobrevivió, llenándose de nuevas y extrañas historias que lo convirtieron en un vampiro sediento de sangre, un muerto vivo sin escrúpulos que necesitaba la muerte ajena para alimentarse. Dicen sus admiradores rumanos -que todavía resisten al imaginario extranjero- que sólo en Irlanda podía crecer una leyenda como la de Stoker. En Irlanda o en cualquier otra parte que no sea Rumania.
Pero la existencia de un club internacional dedicado a publicitar el castillo de Bran y la coreografía sangrienta del mito tiene a la cabeza a Francis Ford Coppola y, se sabe, las imágenes del cine y la televisión suelen ser más fuertes que los hechos reales.
Leonardo Freidenberg

Historias de película

El cine fue la verdadera consagración universal de la leyenda. En 1922, FriedrichWilhelmMurnau, cuyo apellido verdadero era Plumpe, dirigió una de las películas mudas más célebres del cine alemán: Nosferatu El Vampiro , con Max Schrek en el papel del conde.
Luego, en 1930, Bela Lugosi interpretó al monstruo en Drácula bajo la dirección de Ted Browning. Lugosi representó el papel en otras producciones: La marca del vampiro (1935), La hija de Drácula (1936), El murciélago diabólico (1940), El regreso del vampiro (1943) y La hija del murciélago diabólico (1946).
Su lugar fue ocupado después por Christopher Lee con Drácula (1958), El príncipe de las tinieblas (1965) y Drácula vuelve de la tumba (1968). Klaus Kinski reeditó Nosferatu de la mano de Werner Herzog antes de que Hollywood embistiera el mercado internacional con el Drácula encarnado por un galán: Frank Langella.
George Hamilton, por su parte, protagonizó Amor al primer mordisco, una parodia de la historia en cuestión, aunque su paso por las marquesinas fue opacada por un clásico de la sátira draculiana: La danza de los vampiros (1966), de Román Polansky. Así, Rumania recorrió el mundo.

Un paseo que bulle en las venas

BUCAREST, Rumania.- El 7 de abril de 1979, Christian Schöne describió a Vlad Tepes Drácula en las páginas del Frankfurter Rundschau: "Gracias a su perspicacia política, su habilidad diplomática y su gran capacidad militar, Vlad Tepes encarnó la historia de su propio pueblo. El amor a la patria, la sumisión a los grandes valores del pueblo, se convirtieron en una fuerza capaz de resistir los asaltos de las grandes potencias. Esta es la gran lección política que surge de la vida y la obra de Vlad Tepes ".
Héroe o demonio, gran estadista o gobernante cruel, los viajeros que quieran penetrar en las penumbras aparentes de la vida de El Empalador pueden comenzar su incursión en Cluj Napoca, una ciudad que tiene poco más de doscientos mil habitantes y en la que reside gran parte de la minoría húngara en Rumania.
Es recomendable acercarse hasta la plaza San Miguel para ver la estatua de Mathias Corvinus y luego pasar por los edificios del Teatro Nacional y el Teatro de la Opera.
Luego, Bistrita es el centro de los asentamientos alemanes al norte de Transilvania. La posada que menciona Bram Stoker, llamada Corona Dorada, nunca existió, pero los funcionarios de turismo rumano, ante el interés generalizado de los viajeros por explorar los circuitos de Drácula, fundaron una posada que lleva el nombre de Coroana de Aur, que es más o menos la misma denominación imaginada por Stoker.

Aullidos de lobo

Borgopass fue el sitio elegido por el gobierno local para inaugurar en 1977 el Hotel del Castillo de Drácula, un lugar que a juicio del escritor inglés Daniel Farson, autor de Vampiros y otros monstruos , hace temblar a la gente, pero de risa.
"Se escucha en lugares precisos una cinta grabada con simpáticos aullidos de lobo y los turistas van a su encuentro a través de nebulosos crepúsculos", dice Farson.
La excursión al mundo de los vampiros puede continuar en Suceava, antigua capital de Moldavia.
En el sector este de la ciudad está el castillo del príncipe, el mismo que el sultán Mohamed atacó sin éxito en 1476, y una estatua gigantesca de Esteban el Grande.
Para seguir la ruta de Vlad Tepes en el exilio, el viajero puede recorrer el mismo rumbo de Drácula desde Suceava hacia Brasov, para después dirigirse a Sighisoara.
Allí, junto a la casa natal de Vlad Tepes , cerca de la torre del reloj, las escaleras que conducen al castillo en la montaña son el preludio del antiguo cementerio situado detrás de la iglesia gótica.

Una tumba vacía

Pero el lugar por excelencia para escuchar historias sobre Drácula, además del castillo de Bran, es el convento de Snagov, a unos cuarenta kilómetros de Bucarest, donde descansan los restos del mito.
Poco importa que la tumba haya sido abierta en 1931 y nadie encontrara nada en su interior. Snagov está rodeada por el bosque del mismo nombre y para llegar desde la capital rumana se cruza el lago en una barca hasta la Casa de Baños, en cuyas inmediaciones los vendedores ofrecen una exquisita miel turca.
En realidad, un circuito draculiano completo no se limita solamente al territorio de la Rumania actual, sino que tanto en Hungría como en Austria se encuentran vestigios de su paso.
En ese sentido, el castillo de Amras, al lado de la ciudad austríaca de Innsbruck, expone en sus paredes un retrato del guerrero y, al lado, un pequeño negocio que vende diapositivas para llevarse a casa.

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