Las atracciones turísticas más populares, especialmente con ingrediente cultural, histórico o cholulo, se han convertido en parques temáticos. Y, como tales, las entradas son ahora más caras y hay que alojarse en los alrededores, porque adentro los precios suelen ser inalcanzables.
Pero así como sólo una minoría de mujeres accede a un vestido de alta costura, la mayoría sí puede comprarse un perfume firmado por un gran diseñador. Es la diferencia entre un trajecito Chanel y un frasco de Chanel N° 5 (lo único que se ponía Marilyn Monroe para dormir).
Pensando en estas cosas, cuando estuve unos días en ese paraíso de la Costa Azul quise conocer Montecarlo sin tener un yacht o tomar un helicóptero, ni mucho menos alojarme en el principado, lo que me hubiera costado un promedio de 290 euros la noche.
La solución, mucho antes de seguir la transmisión de la boda de Alberto II y Charlene, la encontré en el Gare Routier, la terminal de ómnibus urbanos de Niza. Es el secreto mejor guardado porque pocos conocen la línea 100. Sale cada quince o veinte minutos, incluso los domingos, y el pasaje cuesta menos que dos euros. Va y viene desde las 6 hasta las 20. Ideal para una escapada de gasolero, como llamamos nosotros al que anda mucho y gasta poco.
Todo fue una maravilla porque el paisaje en la ruta es el mismo vaya uno en un coche de alta gama o en un transporte público (de hecho, se parecía más a los colectivos nuestros que a un Chevallier). El viaje es corto, no alcanza a 30 kilómetros, y se llega a destino en menos de una hora de acuerdo a las condiciones del tiempo y el tránsito. Es un educado camino de cornisa que recordamos de Atrapar a un ladrón , cuando Alfred Hitchcock dirigía a Gary Grant con Grace Kelly (antes de Rainiero).
De acuerdo a mi costumbre fui a mirar -lo que es gratis- y no comprar, para disfrutar al máximo y no gastar más que el boleto.
Y me di algunos de los mismos gustos que los ricos y famosos en este verdadero parque temático de la abundancia. Después de todo, era compatriota de Marcelo Gallardo y Javier Saviola, que jugaron en el fútbol de Mónaco, y de Juan Manuel Fangio y Carlos Reutemann, habitués de sus pistas, y de Guillermo Vilas, con sus travesuras sentimentales entre raqueta y raqueta.
En el casino
Caminé sin apuro por el pequeño centro, rodeado de bellezas que esperan que las descubran, junto a coches estacionados que parecen salidos de un Salón del Automóvil.
Entré en el casino fabulando cruzarme con Sean Connery, el verdadero James Bond, porque sus sucesores parecen boy scouts a su lado. Siguen en su lugar las 28 columnas de ónix que rodean el atrio con el murmullo de 1200 tragamonedas que el arquitecto Charles Garnier, que lo diseñó en 1878 poco después de hacer la Opera de París, no hubiera incluido. No pensaba jugar, pero tuve que pagar la obligatoria entrada de 10 euros para curiosear.
Luego recorrí los exclusivos restaurantes vecinos con la excusa de pasar al toilette en otra excursión sentimental gastronómica porque allí tiene el célebre Alain Ducasse tres comedores condecorados con las máximas estrellas Michelin. No pude ver ningún lugar de panchos ni un patriótico choripán.
Pienso que una buena pizza le hubiera hecho honor al fundador de la dinastía en 1297 porque don Francesco Grimaldi era genovés. Igual que Juan Banchero, también sangre inmigrante de la Liguria que no inventó un principado, pero sí la fugazza con queso agregándole cebolla. Los xeneizes son astutos y ése era el sobrenombre del primer Grimaldi, Il Malizia, porque llevaba un sable debajo de su disfraz de sacerdote franciscano cuando tomó el palacio. Su estatua tiene ese atuendo. Y su apellido está presente en la prensa del corazón y en la línea Grimaldi de los gigantescos ferries que cruzan el Mediterráneo.
Lo pasé muy bien sin otra frustración que no haber conseguido una estampilla de Mónaco para enviarme una postal con el matasello de recuerdo. Como hago en la estafeta de la Tour Eiffel. Como posdata le cuento que la pizza que no encontré en Montecarlo la disfruté de parado en el viejo mercado de Niza, donde a la fainá la llaman socca.