Navegar, otra manera de cruzar la Cordillera
Desde Bariloche hasta Puerto Varas, en Chile, una travesía que hilvana tres lagos, descubre grandes volcanes y se interna en la selva valdiviana
3 de julio de 2016
BARILOCHE.- Las gaviotas se arremolinan sobre la cubierta del Victoria Andina. Todos los días a la misma hora se repite el ritual. Comienzan a seguir el catamarán, la gente sube a la cubierta superior, estira el brazo con un trozo de comida entre los dedos y el blanco pájaro, en vuelo, con magistral destreza se lo arrebata de la mano. El espectáculo entusiasma a grandes y chicos por igual y es el primer contacto de muchos turistas con la naturaleza en estado puro.
Hace pocos minutos que zarpamos de Puerto Pañuelo, en Bariloche. Estamos navegando por el imponente Nahuel Huapi, rumbo a Puerto Blest. Es la primera etapa del cruce andino, una travesía turística a Chile que se hace enlazando lagos y caminos y termina prácticamente en el océano Pacífico. En el catamarán se respira relax. Hace frío por lo que las salidas a cubierta son breves, excepto para alimentar a las gaviotas.
Adentro, por los grandes ventanales, se disfruta la Patagonia: el bosque encaramado en cerros y montes, la nieve todavía escasa que corona las montañas más altas y un lago que se intuye profundo y misterioso.
Cada tanto, un guía interrumpe la charla con datos e historia del lugar y al pasar por la isla Centinela, 20 minutos después de salir de Puerto Pañuelo, el capitán hace sonar tres veces la sirena del barco. Es el cotidiano homenaje al perito Moreno, el hombre que caminó la región en épocas en que ningún blanco se animaba.
Moreno exploró Río Negro, Chubut y Neuquén, le dio nombre al lago Argentino en lo que hoy es Santa Cruz y donó las tierras a partir de las cuales se formó el primer parque nacional. Junto a su esposa e hijo, está sepultado en esa isla y desde allí se convirtió en eterno vigía y custodio de este lugar que tanto amaba.
Puerto Blest, la primera escala de la travesía hacia Chile
A pesar de ser media mañana la bruma es persistente en partes del Nahuel Huapi y emerge creando verdaderas alucinaciones para la cámara. El agua es de un azul profundo como no se ve en otros lagos y el bosque, tupido, de árboles perennes, no deja espacio sin cubrir en las laderas de los montes cercanos.
Hacia el oeste, algunas nubes bajas, suspendidas como trozos de algodón, le dan el toque efímero a un paisaje en apariencia inmutable. Y es la luz la que hace que ese paisaje único se reproduzca en múltiples variantes según sea el día soleado o nublado o la lluvia esté descargando su agua bienhechora. La magia se da cuando el tiempo patagónico muestra todo el abanico en un mismo día: sol, nubes, lluvia y otra vez el sol.
Este bosque nativo late por la lluvia, es ella la que genera esos verdes profundos que tapizan los cerros. Y la belleza de los cielos azules compite con la magia de un melancólico paisaje grisáceo cuando las nubes bajas y la llovizna desdibujan el perfil de montañas y cerros.
Tres lagos en un día
El trayecto en catamarán a Puerto Blest dura una hora quince minutos. A pesar de ser casi el mediodía, hace frío. Pero eso no desalienta a los viajeros que vinieron a pasar el día. En minutos desaparecen del muelle y se dispersan por los senderos de trekking en busca de la cascada de los Cántaros y sus mentados 700 escalones.
Al regreso, los espera una bebida caliente en el emblemático hotel Blest. El establecimiento cuenta con restaurante y cafetería, donde el paisaje que se ve desde las ventanas es tan protagonista como los platos patagónicos del menú. El renovado edificio, que estuvo dos años en remodelación, ofrece una propuesta de alto nivel que incluye un spa vidriado, con vista al lago y a los cerros.
Desde Puerto Blest, un bus traslada a los viajeros para un breve trayecto de tres kilómetros hasta el siguiente lago, el Frías. Allí espera un barco más pequeño y un contraste fascinante. El Frías no es imponente en tamaño como el Nahuel Huapi y parece encajonado entre los cerros, pero el color esmeralda de sus aguas atrapa desde el primer instante.
No sólo es el color, sino la textura: el agua parece espesa, sobre todo cuando le da de lleno el sol de la tarde: proviene del deshielo del cerro Tronador y ese aspecto se debe a su origen glacial. En las laderas escarpadas que enmarcan el lago anidan cóndores y con un poco de suerte, se los verá sobrevolando en altura o enseñando a sus pichones a planear.
Quince minutos de navegación surcando las aguas de este lago color esmeralda y se llega al puesto fronterizo argentino para hacer migraciones.
Inmersión en la selva
Desde que salimos de Puerto Pañuelo lentamente nos hemos ido metiendo en plena naturaleza, en esa espesa selva valdiviana de verdes profundos y sin ocres, y aquí, en Puerto Frías, como una muestra más, cerca del muelle se pasea un zorro colorado. Apura un poco el paso cuando ve al contingente, pero tampoco tanto. Está acostumbrado a la escena y a que nada tiene que temer de esa presencia humana.
Las araucarias también se roban algunas fotos, con sus ramas cilíndricas y combadas, con esa especie de hoja gruesa y puntiaguda tan distintiva y distinta de las demás especies de este bosque nativo.
Como el grupo es pequeño, el trámite por migraciones se hace rápido. Un nuevo bus hará el cruce fronterizo y nos introducirá en el Parque Pérez Rosales, ya en territorio chileno. El camino zigzagueante por la selva es irregular y profundiza la inmersión en la naturaleza. Alerces, coihues, araucarias, ñires, cañas, helechos y hasta lianas son parte de la riqueza de este ecosistema cordillerano, todo a la vista y al alcance de la mano.
Es una tarde de sol, pero apenas se filtran sus rayos a través de las tupidas copas. Los árboles son muy altos así que la tibieza del sol no llega al suelo, y la sensación al bajar del bus es de un frío húmedo intenso.
El guía nos propone el desafío de imaginar este cruce cubierto de nieve. ¡Difícil pensarlo así de verde como está! Y las fotos que nos muestra de unos meses atrás nos sorprenden. Revelan un mundo blanco, transformado, con 20 centímetros de nieve en el camino y la base de los árboles, y éstos con sus ramas dobladas por la carga blanca. Todo un desafío para los choferes que, para cubrir este trayecto, ponen cadenas en los buses.
Se recorren 29 kilómetros por la selva valdiviana hasta llegar al tercer lago. Pero a poco de andar nos topamos con el río Peulla que corta la espesura y deja ver, hacia el este, el cerro Tronador. Imponente y macizo, este volcán dormido hace alarde de sus más de 3500 metros, con sus cumbres y laderas nevadas, que refulgen bajo el sol por su blancura. Un cartel explica que el nombre se debe a las tronaduras que provoca el desprendimiento periódico de los hielos de sus glaciares. Del Tronador cuelgan siete glaciares, tres de los cuales se ven desde Chile y cuatro desde la Argentina.
Estamos en zona de volcanes. En efecto, a partir del Tronador se puede trazar en el mapa un semicírculo casi perfecto hacia el oeste, en el que se ubicarán el Puntiagudo, el Osorno y el díscolo Calbuco, que se puso quisquilloso el año pasado.
Un poco más adelante, en la villa ecológica de Peulla, hacemos migraciones para entrar en Chile y seguimos camino hacia nuestra última navegación del día: el lago Todos los Santos.
Los volcanes
Son alrededor de las cuatro y media de la tarde y, en estas latitudes, en esta época del año, el sol baja temprano. Las nubes empiezan a espesarse y el paisaje verde vibrante de horas atrás se ha convertido en un mundo azulado, donde los tonos marcan luces y sobre todo, sombras.
El lago Todos los Santos, bautizado así por misioneros jesuitas a mediados del 1600, se cree que era parte de otro gran espejo de agua, el Llanquihue, situado a 14 kilómetros. Por fuerza de algún cataclismo se dividieron.
La tercera navegación dura un poco más de una hora y media y es diferente de las dos anteriores. Dos volcanes dominan la mayor parte del trayecto: el Puntiagudo y el Osorno. Su presencia inspira un respeto casi paralizante. El Puntiagudo es 1000 metros más bajo que el Tronador, pero su silueta inconfundible marca presencia y se destaca nevada sobre los cerros más bajos.
El barco se desplaza en esa inmensidad sobrecogedora y de pronto aparece, majestuoso, el Osorno, la belleza patagónica que parece la versión latinoamericana del monte Fuji en Japón. Tiene unos metros más que el Puntiagudo pero las líneas suaves de sus laderas, que se elevan grácilmente hasta formar un cono casi perfecto, transforman la percepción de potencial amenaza y le otorgan una belleza sutil.
Así, el último tramo de navegación del cruce andino transcurre plácido como los anteriores. Pero la imagen que queda es un tanto más melancólica, tal vez por la luz menos intensa del ocaso del día.
El viaje está llegando a su fin. En verano, con el sol todavía alto, se visitan los saltos de Petrohué, pero en este caso desembarcamos en el puerto homónimo y seguimos camino hacia Puerto Varas.
Los saltos de Petrohué y la silueta del volcán Osorno, en el parque Pérez Rosales
El viaje nunca se vuelve monótono y uno sigue pegado a la ventanilla, esperando una nueva sorpresa del paisaje. Al lago Llanquihue lo custodia el volcán Osorno, pero en algunos puntos de la ruta también se asoma el Calbuco. Esta mole activa asustó con una erupción en abril del año pasado y las cenizas todavía se las ve a la orilla de la ruta.
Ya es de noche cuando llegamos a Puerto Varas. La costanera toda iluminada y el aire fresco, pero menos frío que del lado argentino, invitan a una caminata y a descubrir la coqueta ciudad. Pero tal vez sea mejor un buen descanso para estar listos temprano al día siguiente y salir a explorar los lagos, volcanes y bosques que nos ofrece Chile en esta latitud.ß
Datos útiles
El cruce. Cruce Andino es la única empresa que organiza esta excursión, que parte de Bariloche, enlaza lagos y caminos de la Cordillera y termina en Puerto Varas, Chile. También se puede hacer a la inversa. Se realiza todos los días y en verano, dos veces por día. El tour requiere un día para llegar a Chile y otro para regresar a Bariloche. El viajero puede quedarse más días en Chile. Tarifa: US$ 180 para residentes argentinos y chilenos en temporada baja y de US$ 220 , en alta, con el regreso sin cargo. Niños hasta 12 años pagan la mitad. www.cruceandino.com
Dónde dormir. Bariloche: NH Edelweiss, a dos cuadras del Centro Cívico. Es el primer NH de la Patagonia. En junio comenzó a operar con esta marca. Doble, temporada baja US$ 110. Temporada alta, US$ 250.
Alma del Lago Suites &Spa: Frente al Nahuel Huapi, sobre Bustillo. A metros del Museo del Chocolate de Havanna. Pura luz y enormes ventanales en el lobby. Tarifa desde $ 2430 la habitación doble.
Puerto Varas: Hotel Cabaña del Lago. Sobre la costanera. Las habitaciones tienen una vista excepcional del lago Llanquihue. Ofrece algunos cuartos intercomunicados, con cocina, ideal para familias.
Opciones de pernocte. El hotel de Puerto Blest o la villa ecológica de Peulla, y seguir al día siguiente.
Dónde comer. Bariloche: Cassis. Una experiencia para viajeros de paladar exquisito. Frente al lago Gutiérrez y Arelauquen. Cena degustación de 8 pasos con productos orgánicos, $ 1200 (sin bebida).
El Patacón: Sobre la Av. Bustillo. El lugar ideal para disfrutar trucha y cordero patagónico, con una amplia carta. Alrededor de $ 900 por persona
Cervecería Patagonia. Es un bar en dos plantas, con amplios ventanales que dan al lago Moreno. Hay hogar con leños encendidos, sillones y barra para degustar las distintas variedades producidas en la microcervecería adyacente. Y para los días tibios de sol, una terraza con deck y un jardín sobre el lago.
Clima. La lluvia es lo que mantiene viva a la selva valdiviana, así que a no ponerse de mal humor si en algún momento de la excursión empieza a llover. Lo mejor es estar equipado con ropa y calzado adecuados para seguir disfrutando del paseo.