
Me enteré en un asado, a través de un amigo que había hecho el mismo viaje. Así fue cómo, entusiasmado, convencí a mi mujer y a dos matrimonios más (compañeros de aventuras) de atravesar en Francia el canal du Midi en barco.
El canal, una vía fluvial de 240 km, conecta el mar Mediterráneo con el océano Atlántico (por medio del canal de Garonne). Fue diseñado en el siglo XVII por Pierre Paul Riquet, que dedicó la mayor parte de su vida y fortuna a este proyecto, que en 1996 fue declarado Patrimonio de la Humanidad.
No es un destino remoto ni exótico ni inaccesible. De todos modos son pocos los argentinos que se aventuran en barco por el canal, seguramente más por desconocimiento que por falta de interés.
Todos se vuelven locos cuando cuento sobre el viaje, de donde regresamos hace poco más de un mes.
No se requiere experiencia ni título habilitante para conducir la embarcación, amarrar o maniobrar.
Ninguno de nosotros tenía ese tipo de conocimientos. Pero antes de zarpar subió personal a bordo para explicar todo lo que hay que saber: timón, acelerador y no mucho más. El canal es ancho -20 metros- y los barcos avanzan despacio, así que las dificultades son mínimas.
Así, con nuestros amigos embarcamos en Narbonne y nos lanzamos a recorrer el canal. De día, la navegación insumía unas cuatro horas como máximo, sin contar alguna que otra hora más en las serie de esclusas que presenta el recorrido.
De noche era cuestión de amarrar el barco -con una maza y tres fierros- en alguno de los tantos pueblitos que flanquean el canal, y después armar en cubierta copetines de estilo argentino, pero con ingredientes franceses. Sin oleaje ni corriente, el descanso nocturno equivale al de un cómodo hotel.
Por lo demás era cosa de parar a almorzar, pasear por los pueblos (a veces caminando, otras en las bicicletas con las que contaba el barco), probar los vinos de producción casera de cada lugar, conocer a los tripulantes de otros barcos (la mayoría europeos, además de australianos y neozelandeses), y compartir anécdotas y bromas con ellos, sobre todo durante las paradas en las esclusas.
Una vez fuimos invitados a un barco vecino para festejar el cumpleaños de otro turista, con champagne incluido en el brindis.
En Trebes disfrutamos de la famosa cassoulet, plato regional por excelencia. El interior de las aldeas depara sorpresas como iglesias medievales, viejas librerías, artesanías, mercados y la infaltable conversación con los lugareños. A ambos lados del canal hay bicisendas transitadas por pintorescos turistas europeos de ropaje multicolor e inmensas alforjas.
Algunas comidas también las preparábamos a bordo, ya que el barco contaba con cocina a gas y heladera eléctrica. Tres camarotes con baño privado (ducha incluida) y el deck (con sombrilla y muebles tipo jardín) completaban las instalaciones.
El recorrido puede hacerse en una o dos semanas. Nosotros elegimos la primera opción, por un costo de 3000 euros la semana (1000 por cada pareja). La página Web a través de la cual alquilamos el barco es www.leboat.com , empresa dedicada a brindar este servicio en todo Europa.
Como recomendación final sugiero no olvidar (como nos pasó a nosotros) la bandera argentina para lucir en popa. Todos llevan la de su país.
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