Estaba jugando con mis hijas...
Lupe era la madre.
China era la nena.
Yo era la mujer que cuidaba a esa nena... de 2 años.
Ah, sí. Tardé en entender que la nena tenía 2 años.
-Así, como yo en esta foto, mami.
Todo arrancó con esta imagen.
Este retrato fue la punta del ovillo de una de las actividades que hijas y madre más disfrutan hacer juntas: recordarse.
Recordar su primera infancia.
La de ellas, la de las nenas que ya no tienen ni 2 ni 3 años.
Ah, pero paremos la pelota un segundo, me está sonando una alarma. Soy nostálgica por naturaleza, sí, pero sentir nostalgia de la primera infancia de mis nenas habla de que...
¡De que la vida vuela!
Todo empezó con:
-¿Sabés qué hiciste el primer día que fuiste al jardín, Lupe?
-¿Qué, mami?
La madre no solo es nostálgica y memoriosa, sino que, además, se ha dedicado a escribir acerca de la vida de sus hijas, por ende, tiene varios ayuda-memorias.
-Tu papá y tu hermana ya se habían ido, teníamos que sentarnos en la mesa y vos echaste a la nena que estaba sentada a tu lado gritándole: "¡Ina acá! ¡Ina aca!"
Ah, lo que se entretuvieron con esa mini anécdota.
(Acabo de releer aquel post, a la noche puedo completárselas).
El caso es que a partir de aquel recuerdo, empezó toda una maratón:
-¿Y qué más te acordás, mami?
Una carrera que a mí me engolosina, no hay nada que disfrute tanto como recordar a mis hijas.
A los muchos posts se le suma otra muleta para la memoria, ¡los videos!
Lo que disfruto esos videos, lo que agradezco haberlos hecho.
¡Y lo que nos reímos!
Lo que nos reímos anoche, sin ir más lejos, cuando descubríamos las caras de Lupe a cámara... Y su vocecita, esa fuerza en la voz que tenía, que todavía tiene, y esas palabras precariamente articuladas.
Ojo, nostálgica y a la vez liberada. Unas horas antes de sentarme a escribir este post charlaba por teléfono con la madre de una deambuladora, de una niña de año y medio... y oh, Dios mío, sus gritos viajaban en el aire con tal potencia.
Si la tuviera a mi lado con todo ese desbarajuste, con todo ese caos expresivo, estaría tan loca, tan salvaje como lo estuve en aquellos años.
Como el hombre moderno que aprecia la naturaleza a través de la ventana, según Romero, yo aprecio a los niños chiquitos a partir de la distancia, gracias a esa distancia.
Ayer mismo me encontré husmeando unos videos de un conocido del colegio, videos que él se encargó de abrirlos al mundo, y fue raro: a él se lo veía saturado de cierta hiper-exigencia infantil (tiene dos niños menores de 4) y yo, lejos de sentir piedad por su ser, me decía: "ahhh, qué lindos..."
(Capacidad para el recuerdo, y para el olvido).
...
Ah, sí, sí, ya estoy escuchando a las madres de adolescentes o de adultos, incluso puedo reconocer la voz de mi yo anciano (que se confunde con el timbre de voz de mi abuelo, de Osvaldo, quien solía preguntarme: ¿qué haces, pibita?), ya los escucho diciéndome que soy una piba, que mis hijas son chicas, sí, sí, claro.
Que me olvide de etiquetas de años, que no hay sino presente, eterno presente, que sencillamente seguimos siendo los mismos, y que no pierda capacidad de asombro, que siga ejercitando la mirada turística en relación a mis hijas, y a la vida.
¡Y ya en breve les traigo noticias!
¿Se encuentran ustedes recordando anécdotas de cuando sus hijos eran más chiquitos? ¿Sienten nostalgia de aquellos primeros años?
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