
ZAGREB.- Un templo de Venus y uno dedicado a Neptuno, el dios del mar; más allá, los restos de un palacio romano se extienden a lo largo de un kilómetro entre bahías y pequeños golfos. Es el archipiélago Brijuni -Brione lo llaman los italianos-, que deja ver no sólo lo romano, sino ricos vestigios de asentamientos prehistóricos, de la cultura bizantina y el Imperio Augsburgo, entre iglesias góticas y renacentistas.
Todos los imperios dejaron algo: el Austro-Húngaro, la imponente fortaleza que bien podría haber inspirado a Dino Buzzati para El desierto de los tártaros. Es la segunda más grande del mundo después de la de Singapur; con los cañones más grandes de esa época, de 150, 280 y 305 milímetros. Los dioses, las ruinas los embarcaderos y las fortalezas no están solos, se mezclan entre robledales extensos, praderas de romero e infinidad de pájaros.
Un huésped habitual
El archipiélago está formado por dos islas más grandes y otras doce tan pequeñitas que entre ellas reúnen solamente 36,3 km2. Tiene un clima muy suave que explica que el Mariscal Tito prefiriera para los veranos esa residencia sobre las otras seis que tenía.
Así, en los años que Tito gobernó (1945 y 1980) se sucedieron las visitas de los dignatarios de Europa y el resto del mundo. Precedidos, en general, por regalos que conmovían en grande al Mariscal: animales raros y codiciados, muchas veces autóctonos de esos países. Así se formó un zoológico alrededor del palacio, y hoy elefantes, cebras, antílopes y llamas vagan libremente por la isla mayor. Los animales sí, pero los autos no.
En Brijuni, como en otras islas del Adriático y el Mármara no se permite circular en auto ni otros vehículos con motor, salvo los carros de golf. Un trencito turístico recorre los lugares, muestra el criadero de faisanes y los parques. Otro modo para desplazarse es alquilar caballos o botes. También se puede hacer buceo y windsurf, o practicar golf.
Taquear entre ruinas
No hace mucho se volvió a jugar al polo en las islas Brijuni, deporte que no se disputaba allí desde los días de la Segunda Guerra Mundial. Y al finalizar el torneo, la fiesta de los premios se hizo entre las ruinas romanas. Fue lujosa e increíble, daba la impresión de que volvía la belle époque, cuando el emperador alemán Guillermo II y el heredero al trono austríaco Francisco Fernando eran visitantes de las islas.
Ahora, Tito pertenece al pasado y con eso que tienen de inconmovibles las cosas bellas, Brijuni sigue siendo un lugar disputado, entre otros por Sophia Loren, Carolina de Mónaco, los príncipes de Jordania, Elizabeth Taylor y Richard Burton, que amarran sus yates en las marinas de las Brijuni.
Carmen Verlichak
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