
AMAN, Jordania.- Un pasadizo entre cerros rosados llamado Siq. Paredes tan altas que apenas permiten ver el cielo. El kilómetro y medio se recorre rápido por el ansia de develar el misterio. Hacia el final, una visión impacta: El Tesoro.
El pasado nos invade y es fácil imaginar lo que sintió el viajero Johan Burckhardt aquel día de 1812 en que descubrió la ciudad perdida, que había desaparecido de los mapas en el siglo VII. Las leyendas cuentan que Burckhardt pasó un año viviendo entre los beduinos para ganar su confianza y conocer su secreto.
¡Welcome!, dice un soldado ni bien se cruza la frontera de Israel a Jordania. A partir de allí el welcome (bienvenidos) se escuchará en todo momento. Algo así como un sinónimo de buen día.
El dinero circula bastante en esa frontera, ya que Jordania ofrece la ventaja de otorgar las visas allí mismo, a unos 25 pesos para los argentinos.
Petra es el destino obligado e inevitable. Probablemente sólo expuesta a los ojos del mundo en 1989, con Sean Connery y Harrison Ford en Indiana Jones y la última cruzada . Sin embargo, la ciudad fue construida un poco antes, alrededor del siglo III a.C., por los nabateos, antigua civilización del sudoeste de la península arábiga.
A pie o en camello
Tal vez un solo día no baste, pero si el tiempo apremia es recomendable levantarse al alba. La entrada oficial -ya que los beduinos aseguran entrar por otro lado- abre a las 6, con los primeros rayos de sol. Se accede por una calle ancha que termina contra los cerros rosados y de no ser por un empleado que allí pica las entradas, uno no sabría dónde continuar Aquí comienza el Siq, estrecho cañón entre los cerros que se puede recorrer a pie, a caballo o en camello. Hacia el final, la penumbra y la expectativa muestran una imagen imponente: la fachada de un enorme templo, con columnas, frisos y relieves. Se llama Al Khazneh o El Tesoro, y cuenta con tres habitaciones, todas con paredes rectas y ángulos de 90º. Es un único pedazo de roca, sin ninguna parte armada, montada o encastrada. Ni siquiera las columnas. El templo entero, de 30 metros de ancho por 43 de alto, fue diseñado y construido allí, esculpiendo ese mismo bloque de piedra rosa con vetas grises y verdes. Su solidez sobrevivió terremotos, erosión y tiempo.
Cerca del anfiteatro romano, los camellos de alquiler miran con su usual aire despreocupado, que sólo se interrumpe con quejidos cuando sus dueños los obligan a cambiar de posición. En otros tiempos, en la Calle de las Columnas se erigieron varios edificios romanos, posteriores a los nabateos. Pero poco es lo que queda en pie.
Una mujer de anteojos y gorro da órdenes a un grupo de jóvenes rubios que, arrodillados, quitan polvo con pinceles. Son el equipo de la Brown University, de Estados Unidos, que trabaja en un templo romano descubierto el año último. La profesora indica que el sector debe quedar terminado para el día siguiente.
En el lugar hay, también, dos museos. Uno, más histórico, expone mapas, fotos y relatos de expediciones arqueológicas. El otro exhibe objetos, casi todos esculturas en piedra.
Hacia el Norte, otro cañón conduce a Al Deir o El Monasterio que, con sus 45 metros de alto por 50 de ancho, es el edificio más grande de la ciudad. Se dice que a partir del siglo IV fue usado por los cristianos como lugar de peregrinaje. Fieles y sacerdotes se congregaban en el espacio abierto frente al que está emplazado. Lleva casi una hora de subidas y bajadas llegar allí, pero vale la pena.
Su interior es enorme. La poca luz revela también aquí las vetas blancas, verdosas y grises que invaden el rosa que predomina en las paredes. Frente a la entrada, la gente parece diminuta. Es que hay que alejarse más de 100 metros para lograr esta perspectiva. Un detalle resalta. La cúpula es pequeña, con sus curvas cóncavas y convexas, rectas y diagonales.
Cuando después de trepar con cuidado el viajero llega a la cima del Monasterio, logra comprender el error de las proporciones percibidas desde abajo. Con todo su cuerpo apoyado en la parte inferior de la cúpula, una pareja de turistas toma sol. Más allá, Mohamed sonríe ante la cara estupefacta de los recién llegados. Tiene tez oscura y rasgos árabes. Con un inglés básico, cuenta que su madre solía vivir allí, que él ama el lugar y por eso vuelve siempre.
También dice que Petra es más grande de lo que indica el plano, que aún queda mucho por descubrir.
Té y kebabs
A la vuelta, una vez alcanzado el punto donde están los museos y las confiterías, seduce la idea de volver al Siq por un camino distinto. La línea de puntos, señalada en el mapa como camino de las alturas, es tentadora. Con la luz del atardecer, el rosa se hace pastel, los contrastes se atenúan y aumenta la sensación de estar en otra época.
Desde el Alto Lugar de Sacrificio- a más de mil metros de altura, la vista de Petra recompensa el esfuerzo. Al Siq se regresa al oscurecer, para salir de la ciudad exhausto.
El pueblito de Wadi Musa, con sus hoteles y restaurantes, se presta para reponer energías. Las parrillas están en la vereda para que los comensales puedan apreciar lo que se prepara. Y no es extraño que los asadores afirmen que en su local se come la mejor comida beduina del mundo, por el simple hecho de ser ellos los que cocinan.
Manjares árabes
Una comida árabe comienza con los tradicionales mezzeh o aperitivos de distintas variedades que incluyen, entre otros:
- Khobz o eish: el clásico pan árabe.
- Hummus: puré de garbanzos con pasta de sésamo, ajo y jugo de limón.
- Tahina: pasta de semillas de sésamo.
- Tabouleh: ensalada de tomates, pepinos, cebollas y menta.
El plato nacional de Jordania es el mansaf, una especialidad beduina de cordero con arroz, nueces y yogur. También las kebabs o brochettes cocinadas al carbón. Hay de pollo, cordero y carne picante.
Los dulces son el manjar árabe más esperado:
- Baklawa: especie de milhojas con nueces picadas y miel.
- Konafa: masa rellena de nueces o queso de cabra y bañada en miel.
- Ataif: pequeños panqueques fritos rellenos con nueces o queso.
- Ma´moul: masas con nueces y dátiles, perfumadas con agua de rosas.
María Victoria Repetto
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