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The Outback, una vuelta por la sabana

En esta planicie entre montañas, frecuentemente comparada con la Patagonia argentina, deambulan desde cocodrilos hasta canguros




CAIRNS, Queensland.- The Outback: ya el nombre atrae. Así llaman en Australia al terreno limitado por las montañas del Great Dividing Range en el Este y el Northern Territory en el Oeste. Es una gran extensión plana, de vegetación escasa, que tal vez forme parte de las frecuentes comparaciones entre Australia y la Patagonia.
Al salir de Cairns en dirección hacia el Outback ni siquiera puede sospecharse ese paisaje: en la ciudad que mira las aguas de Trinity Bay la combinación es bosque y océano. Primero hay un camino largo y sinuoso dentro del bosque en el que el día soleado de la costa empieza a volverse helado y uno comprueba la verdad de una de esas repeticiones de los guías y los folletos: el sol se queda en las copas de los árboles más altos. Al borde del camino hay un auto accidentado que parece a punto de desmoronarse. El óxido y el comentario de un lugareño indican que, sin embargo, hace años que está ahí, como un monumento al equilibrio.
El Parque Nacional Lake Barrine, a 65 kilómetros de Cairns, marca un punto de inflexión. Después de una caminata por el bosque lluvioso, de las orquídeas y los kauri trees , que tienen mil años de vida, el panorama se abre y aparece el campo. Chacras, vacas, caballos y pueblos que viven de la industria láctea. Malanda es uno de ellos: un lugar con algunas casas de madera y techo de hierro corrugado, hombres cabizbajos y mujeres rozagantes.
La carretera Kennedy por la que se avanza no recuerda al presidente norteamericano, sino a uno de los primeros exploradores de la zona. Pronto empieza a repetirse el nombre Millstream, que designa el Parque Nacional, las cataratas que están dentro de ese parque y el río que corre junto a la estancia Woodleigh Cattle Station.
"Por acá pasan siempre cocodrilos, yo los veo", dice Claire, descendiente de la familia que ha tenido la propiedad de estas quince mil hectáreas por años. Va al colegio en un colectivo que la pasa a buscar por la tranquera y tarda una hora y media en llegar al pueblo, y después juega toda la tarde con sus hermanos, que no son pocos. Desde hace veinte años sus padres apelan a la industria turística para contrarrestar la crisis que atraviesa la ganadería. Muchas otras estancias de la zona han recurrido a la misma actividad, igual que en la Argentina. Se ven las instalaciones originales, la colección de monturas, las lápidas de los antepasados.
Al mediodía ofrecen un asado, con carne de su propio ganado. Claire sigue contando historias de animales que tienden a incorporar lo fantástico. Una japonesa salta entre las mesas de manteles a cuadros rojos y blancos porque tiene terror a los gatos. Los felinos parecen intuirlo y disfrutarlo. Un matrimonio de ingleses, que a pesar de sus treinta años de vida australiana no ha perdido una pizca de acento británico, cuenta su envidiable vejez. Hace 50 años que están casados y, con lo que ganan durante el año por participar en publicidades de cine y televisión, viajan por el mundo. El lleva su propio whisky: no toma cualquier cosa.

Laberintos de lava

En el cruce de Kennedy Highway con la ruta que atraviesa toda la región del Outback hacia el Oeste está Undara, que en 1992 fue declarado Parque Nacional. Se trata de un terreno que ha sido modelado por la gran actividad volcánica que comenzó unos 200 mil años atrás, origen de las cavernas que hoy se pueden visitar en los días de estada en Undara.
Cuando los grandes volúmenes de lava despedidos por el volcán Undara, el segundo en importancia de la región, llegaron al terreno de las Aetherton Tablelands encontraron ahí una topografía ni demasiado plana ni demasiado escarpada, ideal para la formación de tubos volcánicos en las depresiones que formaban los lechos de los ríos. En esos casos, la capa superior de lava se solidificó y dejó una formación tubular subterránea que con el transcurso de miles de años se fue quebrando. En esas grietas creció vegetación de bosque lluvioso y son justamente esas cuevas señaladas por el verde las que se pueden visitar en Undara. La excursión se dirige sólo a aquellas que son inofensivas; hay otras a las que sólo acceden los científicos con tubos de oxígeno.
Después de la excursión, la experiencia en Undara continúa. Son las 5 de la tarde, la hora en que todo el mundo se acerca al bar de esta suerte de hostería que Undara ofrece en medio de la sabana. El señor inglés que almorzaba en la estancia no: él toma su whisky sentado en la puerta de su cuarto. Que no es un cuarto precisamente, porque en Undara los huéspedes duermen en vagones de principios de siglo restaurados. De noche uno baja la ventana y escucha los sonidos de los pájaros nocturnos. Nadie necesita soñar que viaja en tren.
Para tomar el desayuno hay que caminar un buen trecho: se sirve en un claro del bosque. Sobre una plancha de hierro caliente un hombre cocina panceta, tomates, huevos. El olor es fuerte y se mezcla con el del bosque. Desde uno de los árboles baja un kookaburrah , que pertenece a la familia del martín pescador, y no elige nada de eso, opta por una culebra que le ofrece una larga resistencia.
En Australia, este desayuno se llama bush breakfast y emula el que solían comer los cowboys y los ganaderos que poblaban estas tierras el siglo pasado. En otro sector hay un círculo de piedras y en medio brasas encendidas. Encima, suspendidas por barras de hierro, tres latas en las que se prepara la infusión típica del bush breakfast , el billy tea , nombre que deriva justamente de la palabra que en Australia se utiliza para nombrar esas latas, billy. La gente se sirve su ración y come en unos troncos también ubicados en círculo.
Algunos metros más allá, un grupo de canguros hace su vida. Algunos pelean o juegan con grandes aptitudes atléticas. Un canguro que ya ha crecido demasiado trata en vano de volver a meterse en la bolsa de su madre, que mira la nada, resignada, y mastica un arbusto.

Los pueblos del Oeste

Ahora la ruta sigue decididamente hacia el Oeste. En estas zonas de la sabana, que no son muy habitadas, el camino asfaltado es muy angosto, tanto que apenas cabe un auto que debe bajar a tierra cada vez que viene otro en dirección contraria. Al costado se ven los nidos de las termitas, anaranjados, ocres, de formas y tamaños distintos. Más allá, dos cuervos devoran los restos de un canguro.
Croydon es uno de esos pueblos del Outback que uno quisiera no abandonar nunca. A fines del siglo pasado fue meca de los buscadores de oro y llegó a tener veintiséis hoteles. Hoy está casi invadido por el desierto circundante y el hombre con sombrero de paja que riega las buganvillas no parece haber conocido jamás ese tipo de ambiciones.
La estación de servicio es un cuadrado de tierra sobre el que surgieron dos surtidores de color metálico como única vegetación. Hay que esperar un rato antes de que algún hombre de paso cansino se acerque para atender a los pasajeros. A pasos de ahí está el Almacén de Ramos Generales, la gran atracción de Croydon. Techos altos, etiquetas de colores, frutas, verduras, mapas ruteros, jeans y desodorantes: los precursores del supermercado todavía subsisten.
En la estación de tren, un edificio que recuerda las primeras construcciones de la sabana, hay un par de locomotoras de vapor originales. En la puerta hay siete 4x4 relucientes, llenas de bolsos y calcomanías. Baja una pareja y cuenta que están haciendo una travesía de veinticinco días entre el desierto y el mar de coral, desde Alice Spring hasta el extremo final de la península de Cape York. No dicen qué hacen en la estación de tren.
Desde acá parte todos los días el Gulflander, tren histórico que en algún momento transportó ganado, carga, oro y minerales. Desde hace 90 años hace el trayecto desde Croydon hasta Normanton, otro de los pueblos imperdibles del Outback. Gracias al oro de Croydon y a los descubrimientos de cobre de Cloncurry, Normanton fue un pueblo que a fines del siglo pasado tuvo su esplendor. Fue entonces, en 1891, que se terminó de construir la línea ferroviaria que une las dos ciudades.

A la hora de la siesta

El Central Hotel es punto de reunión obligada en las horas que siguen el mediodía, cuando nadie trabaja. En todos estos pueblos la vida social se resuelve a esa hora curiosa de la siesta, cuando todo indicaría que la gente debería retirarse a descansar. En cambio aquí se impone el bar, el lugar fundamental para entender toda una idiosincrasia.
Algunos juegan al pool, otros en las máquinas. El turista se encuentra sentado al lado de la camarera que esa mañana limpió su cuarto de hotel. Todos toman cerveza, la mañana de trabajo ha sido ardua. El único que no habla con nadie es un hombre robusto, de piel morena, sombrero negro y anteojos también. Tiene un gesto adusto, con algo de burlón. Los anteojos negros logran su cometido: nunca se sabe bien qué es lo que está mirando.
Dos adolescentes pelean sentados a la barra, a veces parece que los mira a ellos. La camarera dice que son sus nietos, que el hombre es un cacique de la tribu Peewee. El nieto mayor deja de pelear y cuenta que trabaja en una estancia llamada Talawanta, donde doma caballos que luego se venden al extranjero, principalmente a Singapur. Su madre dirige toda la tarea. Después vuelve a pelear. Su argumento de defensa es que el otro no entiende nada porque es menor.
Finalmente, el trayecto por el Outback toca el mar, en el golfo de Carpentaria, llamado así en 1644 por el explorador Abel Tasman. El pueblo es Karumba, el nombre de una de las tribus que poblaron la zona del golfo, hoy punto de reunión de pescadores obsesionados por los barramandi. Karumba nació con una gran perspectiva, la de ser el punto de arribo de los barcos que llegaban desde Java, pero finalmente algo -la ruta final fue derivada hacia la ciudad de Darwin- la llevó por el camino de declive que parece el destino en estos pueblos del Outback. En ese esplendor perdido radica su encanto.
LAS VEGAS.- La ciudad de la noche artificial de 24 horas, donde las luces de neón compiten con el sol a tiempo completo, se ha ido convirtiendo en un espejismo del mundo que brota en el desierto para atraer a 30 millones de visitantes por año, donde el espectáculo comienza cuando usted llega. El mes que viene, con una inversión de 2500 millones de dólares, surgirá Venecia con sus canales (incluyendo góndolas, gondoleros y serenatas).
El hotel con 7 mil suites (la menor, de 70 metros cuadrados) tendrá en su interior la plaza de San Marcos con el Campanile y 2000 palomas que volarán cada hora en torno de la réplica de sus edificios más famosos de la Sereníssima, como le llaman.
Poco después le tocará el turno a París, con su propia Torre Eiffel de 50 pisos y una terraza de observación a 200 metros del suelo. Ya está Nueva York, donde uno se encuentra con la imagen de la Estatua de la Libertad más diez rascacielos y las calles tradicionales de la Gran Manzana. Y muy cerca, la pirámide con la tumba a escala real del rey Tut. Tiene un rayo láser tan potente que lo ven los astronautas cuando pasan con el Shuttle Espacial y en el gigantesco atrio un juego diseñado por Douglas Trumbull, el creador del Ride Back-to-the-Future, de Hollywood.
No sólo toma cuerpo la realidad, sino también los sueños, como el Mandalay inaugurado con Luciano Pavarotti. Como hace unos años lo hizo Barbra Streisand con el MGM, que hasta ese momento tenía el récord con 5 mil habitaciones.
Las marcas para el asombro duran poco. Las Vegas no sólo tiene los hoteles más grandes del mundo, sino que este año sumará otras 10 mil habitaciones, llegando a más de 120 mil, cifra largamente mayor que la de Nueva York, Los Angeles o Miami. Y que, por momentos, no dan abasto porque el porcentaje de ocupación puede superar el 90 por ciento, especialmente los fines de semana. Por eso, siempre es un buen consejo reservar con anticipación.
Incluso puede conocer previamente los lugares a través de Internet, porque la mayoría tiene su Web vinculada a la del Convention & Visitors Bureau ( www.lasvegas24hours.com ).

Comer y comprar

Por supuesto, la casi totalidad de los grandes hoteles tiene casino. Aunque acaba de abrir una de las cadenas más lujosas, Four Season, un resort donde no se juega, pero que apuesta a convertirse en un oasis con su spa. También en el aeropuerto van a abrir un gimnasio. Este es un dato símbolo, porque el vertiginoso éxito de la ciudad no sólo tiene que ver con el azar. Cada hotel que se inaugura, las nuevas atracciones temáticas, y el acento puesto en los restaurantes y las compras, marcan un nuevo Las Vegas que compite con Orlando. Porque más allá de la ruleta, los naipes y las máquinas tragamonedas que están por todos lados, apuestan también al entretenimiento familiar. Uno puede pasarla muy divertido, aunque, como es mi caso, lo aburran los casinos. Y en ese caso, la mayor ventaja está en aprovechar las ofertas que brinda la ciudad donde el alojamiento más lujoso y los restaurantes para los gourmets más exigentes están muy por debajo del precio corriente en cualquier otro lugar.
Casi todos los hoteles tienen piletas, varios restaurantes, parques temáticos incluidos y la habitación por noche puede salir menos de 100 dólares. Incluso hay algunos lugares (el casino del Hard Rock Café, por ejemplo) que piden 75 por noche con la segunda gratis, siempre que llegue de domingo a miércoles. Los fines de semana los precios aumentan y las promociones desaparecen, pero de todas maneras un cuarto con todo, que costaría entre 250 y 400 en Nueva York, puede obtenerse aquí por poco más de 100 dólares.
Algo parecido ocurre con la gastronomía. En muchos hoteles hay precios increíbles por el buffet con tenedor libre a cualquier hora (de 10 a 12 pesos). Hay algunos que a medianoche tientan a sus parroquianos con all you can eat for a dollar . Es difícil encontrar una ciudad donde esté al alcance del bolsillo pedir una langosta enorme. Y no son tan caros como los originales las sucursales de más renombre de todo Estados Unidos que han abierto aquí: Le Cirque, Spago, Le Montrachet, Nobu, Ruth´s Chris, Morton´s, etcétera. La prestigiosa Guía Zagat incluye 40 sitios top. Hay profesionales que vienen del Ritz de Londres, el Raffles de Singapur o mesas con platos de los chefs estrellas: Wolfgang Puck, Julian Serrano, Jean-Georges Vongerichen, Emeril Lagasse, etcétera.
Es increíble la abundancia de espectáculos. Desde el más alto rango de precios, como Cirque du Soleil en el nuevo Bellagio, el musical Chicago , con Chita Rivera en el Mandalay o David Copperfield en Circus Maximus. Y las estrellas de siempre: Johnny Mathis, Tom Jones, Willie Nelson, John Lee Hooker, Ringo Star, Rag Charles, Enrique y Julio Iglesias, Pata Benatar y, por supuesto, el eterno Tony Bennett. No todos los conciertos son de alto costo, hay muchos moderados e incluso gratuitos, como ocurre en Fremont Street Experience, una calle peatonal con shows continuos junto a los once casinos que están al lado.
Y por último, pero no menos importante, los shoppings y outlets que están en expansión. Para tener sólo una idea: en el Caesar Palace se abrió una réplica del foro con las antiguas calles romanas y una enorme estatua de Zeus. No hay marca de la aristocracia mundial que no esté representada en Las Vegas, donde el shopping puede ser más caro que el mismo juego. Y todo de enorme tamaño. Como una montaña rusa, con doble loop , que está dentro del Circus Circus.

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