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Truman Capote, una pluma que no conoció fronteras

El escritor norteamericano intentó saciar sus inquietudes de hombre nómada




"Yo no viajo, sólo cruzo fronteras", especificó alguna vez Truman Capote (1924-1984) sobre cuáles eran sus inquietudes de hombre nómada. "Me limito a un área determinada de gente -continuó explicando-. Muchos van a Suiza, por ejemplo, como si quisieran meter la cabeza en una tarjeta postal. Yo, en cambio, trabajo y me levanto a las cuatro y media de la mañana."
Seguramente, esa fruición a su tarea como escritor, métier que dijo encarar desde los 8 años, tiene mucho que ver -además de su evidente, plausible talento- con el resultado de una obra reconocísidima. Novelas ( Otras voces, otros ámbitos ; Desayuno en Tiffany´s; A sangre fría; El arpa de hierba, por ejemplo), cuentos, narraciones y variados formatos la componen.
Una de esas formas literarias abrevó en las postales de viaje que agrupó, con la denominación Color local , impresiones juveniles de Nueva Orleáns y Tánger, Ischia, Hollywood, trenes españoles, festivales marroquíes, un librito de edición limitada publicado en 1951 -escribió casi dos décadas más tarde-, que desde hace mucho está agotado. "Aprovecho esta ocasión para reeditar el contenido por dos razones: por nostalgia, el recuerdo de una época en que mi visión era menos estrecha y más lírica; y porque estas pequeñas impresiones son los primeros brotes, la aparición de mi interés en el ensayo, un género que intenté de manera más ambiciosa cinco años después con Se oyen las musas. "
Tal vez no casualmente, estos relatos, ordenados de manera cronológica, se inician en Nueva Orleáns, la patria chica donde Truman nació. De sus calles, de "perspectivas largas, solitarias", que en "las horas vacías", escribe, "tiene una atmósfera de Chirico, y las cosas inocentes (un rostro detrás de la luz oblicua de las persianas, unas monjas que caminan a lo lejos, un brazo oscuro, regordete, que cuelga de una ventana, un muchacho negro que está sentado en cuclillas, solo, soplando pompas de jabón y mirando cómo suben y explotan) adquieren la cualidad de la violencia".
Otra ciudad importante en su vida, Nueva York, donde eligió vivir, cae bajo su quirúrgica mirada. "Es un mito -asegura-, la ciudad, los cuartos y ventanas, las calles por las que sube el vapor; un mito diferente para cada uno, una cabeza de ídolo de ojos de semáforo que parpadean con un verde tierno, un cínico rojo. Esta isla que flota en el agua de un río como un iceberg de diamante..." Y continúa: "... a menos que uno esté enamorado, o satisfecho, o lo motive la ambición, o carezca de curiosidad, o se conforme (lo que parece ser sinónimo de feliz en la vida moderna), la ciudad es como una máquina monumental e incansable que ha sido inventada para perder el tiempo y para devorar ilusiones".
Según una curiosa teoría literaria musical de su propio cuño, "Hemingway fue el Paganini del párrafo; Henry James el Franz Liszt del punto y coma; yo, el Toscanini de los dos puntos", precisó alguna vez el llamado Elvis Presley de las letras norteamericanas .
Así, otra famosa metrópoli cae bajo su lupa: Hollywood: "Los viejos aman California; cierran los ojos, y el viento que mece las flores de invierno los induce a dormir, igual que el sonido del mar; una muestra anticipada del cielo".
Su derrotero abarca países caribeños como Haití, donde "casi todos los haitianos que van de visita antes de retirarse dejan un regalo pequeño y muy extraño: una caja de sardinas, una bobina de hilo. Pero dan estos regalos con tanta dignidad y tanta ternura que las sardinas han tragado perlas y el hilo es hebra de purísima plata."

Mariposas a bordo

Hay una deliciosa imagen de su estada en España y cierta situación ferroviaria, que una vez resuelta, le provoca este párrafo: "El tren se puso en movimiento con tanta lentitud que por las ventanillas entraban y salían las mariposas".
Y otra no menos feliz de la italiana isla de Taormina: "Cuando uno nada silenciosamente entre las rocas le parece que ha descubierto una nueva sensación visual: en la oscuridad submarina un rojo pez fosforescente aparece con proximidad alarmante; la propia sombra de uno flota sobre un campo de césped color armiño; burbujas azules y plateadas ascienden desde alguna cosa yaciente, de largas patas, escondida entre las flores marítimas, y parecería que una brisa musical las impulsara. Las flores son zarcillos javaneses de gelatina púrpura. Cuando uno aflora, el mundo de arriba le parece estático y grosero".
Interminable resultaría seguir citando, y además esa lista se prolongaría hasta superar la lógica que este espacio permite. Quizá, como corolario, no sobre un axioma de oro que permeó toda su producción: "No es lo que digo, sino cómo lo digo".
Luis Ini

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