Un puma y su amigo sueltos en Wimbledon
29 de septiembre de 2000
Durante mi vida he pasado por diferentes etapas y actividades. Cuando era deportista viajaba fundamentalmente en giras, para jugar un partido o como invitado. Cuando fui embajador argentino en Sudáfrica, entre el 1991 y 1995, tuve la oportunidad de recorrer bastante el continente africano y el sudeste asiático.
Posteriormente, por medio de la Secretaría de Deportes de la Nación, viajé no sólo para presenciar eventos, sino también por motivos políticos, acompañando al Presidente en alguna visita oficial o para firmar algún acuerdo de cooperación en el ámbito deportivo. Es decir, las características de mis viajes siempre hicieron dificultoso profundizar en cada destino y hacer un poco de turismo.
Sin embargo, hace poco hice uno que me ilusionó mucho. Fue el que realicé a Londres este año, para ver el torneo de Wimbledon. Yo nunca había tenido la oportunidad de estar en un evento de esas características y siempre había fantaseado con estar allí y caminar por sus calles. Afortunadamente, hoy puedo decir que aquella fantasía se vio desbordada por la realidad.
Llamé a mi amigo Agustín Pichot, que estaba jugando al rugby en Londres, y salimos en su auto. Al llegar, el lugar estaba repleto de vehículos y terminamos estacionando en un parking improvisado en una casa particular, cercana al estadio. Wimbledon es un barrio residencial, y durante el torneo la gente que vive allí alquila su terreno como estacionamiento. Algo insólito. Dejamos las llaves a la dueña de casa y después las pasamos a buscar como si nada.
A veces, cuando viajo, los destinos me seducen más por su costado humano que por el geográfico. Disfruto de las culturas y las personas que conozco, e intento difundir la nuestra. En muchos lugares se desconoce la Argentina y, tal vez porque me estoy poniendo grande, cada vez valoro más este tipo de intercambio.
Yo sostengo que es muy lindo regresar a un lugar, porque cuando se vuelve por segunda o quinta vez, uno está más familiarizado, sabe dónde ir y se mueve con otra tranquilidad. Además, con los amigos y la gente que se empieza a conocer, la estada se hace cada vez más agradable.
Londres tiene un atractivo especial. Estuve allí durante la primera etapa del certamen, lo cual me permitió caminar mucho y ver jugar a los mejores del mundo repartidos en distintas canchas. Por sobre todas las cosas, me quedé muy impresionado con la organización del torneo, el respeto por los deportistas y por el espectador.
Finalmente, el viaje se desvió hacia Holanda, sede de la Euro 2000, donde se disputaba el campeonato de la UEFA, y me quedé hasta la final. Un espectáculo increíble, que además me brindó la oportunidad de distenderme sin dejar de trabajar y relacionarme con empresarios importantes, que en definitiva, es mi trabajo en la actualidad.
El autor fue capitán de los Pumas durante diez años, ex embajador argentino en Sudáfrica y ex secretario de Deportes de la Nación.