"Ponerse el traje de peregrino lo transforma todo", asegura Verónica
El siguiente relato fue enviado a lanacion.com por Verónica Andrea Toranzo. Si querés compartir tu propia experiencia de viaje inolvidable, podés mandarnos textos de hasta 3000 caracteres y fotos a LNturismo@lanacion.com.ar
Hace algunos viajes que recorro el mundo a pie. Sí, a pie. Con mi mochila, un par de zapatillas, mi carpa y alguna cosa más. Viajera y peregrina. De caminos, montañas, pueblos y ciudades.
Todo empezó con el famoso Camino de Santiago de Compostela, un viaje mágico en el que ponerse el traje de peregrino lo transforma todo. Y alienta la solidaridad: todos te ayudan, te piden que reces por ellos, te ofrecen dinero, comida, alojamiento. Es increíble e indescriptible, hay que vivirlo, hay que caminarlo.
Hace algunos años recorrí parte del Camino Francés, desde O Cebreiro hasta Santiago de Compostela, 154 kilómetros en seis días. Y en diciembre del año pasado, en busca de un lugar en el mundo fuera de Buenos Aires donde pasar la Navidad, me lancé al Camino Portugués. Fueron en ese caso 154 kilómetros en siete días.
Comencé en Ponte de Lima, pasé por ciudades como Rubiães, Tui, Pontevedra y Padrón, hasta llegar el 23 de diciembre a Santiago para abrazar al Apóstol y asistir emocionada a la misa con el célebre botafumeiro en movimiento.
Fin del recorrido para el par de zapatillas...
Después de pasar la Navidad continué andando a Finisterre y Muxía, 118 kilómetros más en cuatro días, para comprobar que, como algunos dicen, el Camino de Santiago realmente termina allí, en el llamado Fin del Mundo, junto al mar.
Pero el viaje, en verdad, no concluyó: volví al Camino, en este caso, el tramo Francés, desde Saint Jean Pied de Port (Francia) hasta O Cebreiro. En total, 619 kilómetros en 24 días. Allí quedaron mis zapatillas, destruidas de tanto caminar. Y yo, feliz.
Vuelta al Camino de Santiago
Cinco meses después, en julio último, tuve la oportunidad de regresar a Europa para asistir a un Congreso de Educación, área en la que trabajo. Aproveché entonces para retomar el Camino, con el incentivo extra de que 2017 es Año Jubilar (cuando el día del santo, 16 de abril, cae domingo). En esta oportunidad tomé el Camino Lebaniego, que pasa por el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, donde se encuentra el trozo más grande de la cruz de Cristo. Allí escuché la misa y la historia de la custodia del madero y hasta llegué a tocarlo, en un momento realmente emocionante.
Caminé 78 kilómetros en tres días por un bello sendero montañoso, que comienza en San Vicente de la Barquera y pasa por Cades, Cabañes y otras villas. Este camino une el del norte con el francés hacia Santiago, junto a los Picos de Europa, el macizo montañoso del norte de España, en la parte central de la cordillera Cantábrica. No pude resistir la tentación de ir a explorar esas montañas, también pendientes del viaje anterior.
Andar por Italia y Francia
Señales en el Camino de Santiago
De España salté (mejor dicho, volé), a la Vía Francígena, antigua peregrinación que une Canterbury con Roma, desde Inglaterra, atravesando Francia y Suiza, hasta llegar a Roma. Comencé en Besançon, Francia, recorrí luego la bella Suiza, rodeando el lago Leman; llegué al Col du Grand St Bernard y al hospicio del mismo nombre donde compartí misa, cena, alojamiento y desayuno con los monjes y demás peregrinos, para bajar al otro día a Italia por el increíble Valle de Aosta hasta Ivrea. Fin de mi camino: 394 kilómetros en doce días (con algún tramo a dedo, por la falta de señalización clara y la soledad del sendero).
La Vía Francígena es un camino más solitario, menos organizado que el de Santiago, de mucha introspección y contemplación, pero también mágico, donde cada paso es un aprendizaje.
Con la emoción a flor de piel me fui a cumplir otro sueño: el tour du Mont Blanc. Pasé a pie por hermosas sendas de montaña, rodeando el macizo y de frente a ese glaciar blanco y plateado, iluminado por el sol de aquellos días. Un regalo de la naturaleza. Caminando de Italia a Suiza, de Suiza a Francia, para regresar nuevamente a Italia. Fin de otro camino: 170 kilómetros, con 10.000 metros de desnivel, tres países, en ocho días de jornadas de entre diez y doce horas.
De allí al Parque Nacional de la Vanoise, en Francia, a la ciudad de Pralognan, desde donde realicé algunos trekking durmiendo en carpa y refugio. Y luego al Parco Nazionale Gran Paradiso, entrando por la ciudad de Cogne y subiendo al Alpe Money (2327 metros), en Italia, para terminar en los Altos Pirineos, comenzando en la ciudad de Gavarnie, a pie desde Francia hasta España, llegando al Valle de Ordesa y disfrutando, entre otros paisajes de la cumbre del Monte Perdido (3355 metros). Pasé de hablar francés al italiano, al español y algo de inglés.
¿Y todo esto, en cuántos viajes? En uno, sólo uno, cargado de emociones. En una parada, un francés me preguntó: "¿Y cuántos kilómetros hiciste?". No comprendí del todo su duda, siempre pensando en la calidad antes que la cantidad. Lo que sí sabía era que había sido un viaje repleto de emociones, sensaciones, vivencias y encuentros increíbles. Y que me quedaban más ganas de seguir caminando.
En otro momento del andar, alguien me dijo: "Viajá lento, viajá caminando". Y de eso se trata, de entrar en los paisajes, las vidas, las culturas, la naturaleza; no sólo de mirar, sino de contemplar, sentir y ser feliz.
Por último, durante este intenso viaje, alguien también me contó sobre el llamado Camino de Santiago japonés: Shikoku, donde se recorren 1200 kilómetros y se visitan 88 templos. Como no puedo con mi curiosidad, allá voy, en pocos días.
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