Maternidad real: confesiones de una mamá sobrepasada
En su nueva columna, Jose de Cabo habla sobre esos días en los que cuesta más ser madres. Un modo de dar cuenta, también, de que “también somos humanas”.
15 de septiembre de 2022
Confesiones de una mamá sobrepasada - Créditos: Getty
Hay días en los que me cuesta muchísimo querer a mis hijos.
¿Pero qué le pasa a esta señora? ¿Cómo va a decir semejante barbaridad?
Calmaos, amigas. Aquí la explicación.
Claro que los quiero, los amo con cada célula de mi ser. En el sentido general, los adoro, doy la vida por ellos. Pero hay días en los que cómo me cuesta, por favor. Esos días en que los gritos, los NO, las peleas, los berrinches todo explota por los aires. Esos días son los que digo: ¿quiénes son estos dos extraterrestres que viven en mi casa? Y no, la verdad que no los quiero. No me dan ganas ni de cocinarles, ni de abrazarlos, ni de darles besos, ni de leerles un cuento a la hora de dormir.
Esos días son los que me dan ganas de tomarme un tren a mi vida pre-hijos y avisarme a mí misma que lo piense bien, que tener hijos es un quilombo y que no hay escapatoria. Que no hay un solo día en que podamos escondernos y decir: “hoy no soy la mamá de nadie”.
Y sí… hay días que son muy cuesta arriba. Cuesta jugar, cuesta sostener, cuesta querer. Y somos humanas y vale que cueste. Habría que desestigmatizar de una vez por todas a las madres agotadas y desbordadas. Deberíamos poder decir: “hoy no los aguanto más” sin ser juzgadas. Y decírselos también a ellos, que sepan que a veces las mamás colapsamos y simplemente no podemos con las situaciones cotidianas.
Así que sí, los amo. Pero hay días en que me cuesta quererlos (un paréntesis aquí para decir que, la que nunca se haya sentido así, me tire la primera piedra).
¿Pero de quién es la culpa?
La culpa, claro, es absoluta y completamente mía. Mía por no soltar las expectativas, mía por no aprender a fluir, mía por no entender que nada es para siempre. Porque a los hijos (y esto que estoy por decir ya habrán entendido que es pura teoría que no puedo aplicar) hay que aceptarlos como son. Con todas sus luces y todas sus sombras.
¿Y ahora qué hacemos?
El trabajo que nos convoca es poder soltar al hijo que creemos que tenemos o el que nos gustará tener y aceptar al que es. Entender sus desafíos, sus oscuridades y sus sombras propias (que, a muchas, seguramente las heredó de las nuestras).
Los hijos ideales no existen: existen los reales de carne y hueso que casi nunca (más nunca que casi) se ajustan a nuestras expectativas. Los hijos traen un mundo propio, una personalidad propia, un color y un universo que es absolutamente personal de cada uno de ellos. Si aprendemos a corrernos los anteojos de nuestras propias expectativas vamos a poder empezar a disfrutar de eso que nos traen. Y, lo que no disfrutemos, vamos a poder llevarlo, tal vez, un poco mejor porque vamos a comprender cuál es el desafío que están atravesando y a poder buscar las herramientas que nos parezcan mejores para ese acompañamiento.
Tenemos que poder recordar que los chicos no son malos, que no “se portan mal”, que hoy no es siempre. Que cada niño trae consigo desafíos y que es nuestro rol como sus mamás acompañarlos cada día a destrabarlos para que puedan desplegar toda su maravillosidad en el mundo.
Sí, dije cada día. Incluso esos días en los que nos cuesta quererlos.
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