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Sorry not sorry: ¿qué pasa si las mujeres dejamos de sentir culpa por todo?

Tanto en la maternidad como en la vida, las mujeres sentimos culpa por todo. Pero, ¿qué pasaría si no nos excusáramos tanto?


Sorry not sorry: ¿qué pasa si las mujeres dejamos de sentir culpa por todo?

Sorry not sorry: ¿qué pasa si las mujeres dejamos de sentir culpa por todo? - Créditos: Juliana Vido



Tener un solo hijo cuando venimos de una familia numerosa, darle leche de fórmula a nuestro bebé para poder volver a trabajar, decirle “sí” a la convivencia pero en cuartos separados, ensamblar niños míos y tuyos cuando estamos en segundas vueltas, son todas opciones válidas que pertenecen al maravilloso mundo del libre albedrío y por las cuales no deberíamos dar explicaciones a nadie...

Pero la mayoría de las veces terminamos sintiendo que sí, que las tenemos que dar. A nuestras familias, amigas, entorno. E incluso a la vecina que nos pregunta por qué no le pusimos medias a nuestro bebé. Al mundo y, en el fondo, claro, a nosotras mismas. Porque solemos ser las primeras que nos autorreclamamos seguir al sistema y las más despiadadas cuando se trata de elegir algo no tradicional.

Porque la necesidad de cambio y evolución muchas veces se tropieza con lo habitual, y por más que internamente estemos seguras de lo que queremos, muchísimas veces terminamos así, hundidas en argumentos y excusas que nos desgastan y sacan el foco de donde de verdad deberíamos tenerlo para crecer en la dirección que elegimos, desde nuestro ser único, adulto e individual.  

¿Por qué pedimos permiso?

Tal como conversamos con Fernando Sáenz Ford, Cofundador de Coaching Global, las marchas y contramarchas que muchas veces damos en la vida sobre cosas que nos interesan, caminos nuevos que tomamos o lugares en los que elegimos no estar más, están muy ligadas a nuestra capacidad de decir que sí o que no en línea con lo que nos importa en este momento en particular. Momento que seguramente sea diferente de ayer, porque quizás hoy nos sentimos distintas y hay una pulsión adentro que tira para lugares nuevos.

Hoy, quizá, nos damos cuenta de que lo que más nos importa es nuestra calidad de vida, entonces decimos que no a esa propuesta laboral tan demandante y vamos por la opción más tranqui que nos deje tiempo para nuestra vida familiar. Hoy, en una de esas, creemos que una familia puede construirse de mil formas diferentes y comenzamos a soñar con tener un hijo solas y a ver alternativas para hacer esto realidad. Hoy, y al menos hoy, somos estas y pensamos así. ¿Diferente al resto? Sí. ¿Distinto a como lo harían nuestras amigas o papá y mamá? Quizás. 

¿Y entonces? Entonces, claro, muchas veces lo que elegimos choca de frente con lo que es políticamente correcto o con lo que supuestamente corresponde hacer para nuestro entorno o edad, con lo cual empezamos a sentir esta contradicción interna que nos lleva finalmente a convertirnos en máquinas aburridísimas de justificarnos, explicar y pedir perdón.  

Un mal femenino

Sorry not sorry: ¿qué pasa si las mujeres dejamos de sentir culpa por todo?

Sorry not sorry: ¿qué pasa si las mujeres dejamos de sentir culpa por todo? - Créditos: Juliana Vido

Vivimos en un mundo que en muchos casos todavía tiene la lupa sobre las mujeres. Tenemos tantos frentes por atender, y existen tantas formas diferentes de hacer las cosas, que nos encontramos permanentemente surfeando en arenas movedizas entre lo que internamente sentimos y lo que externamente deberíamos ser y hacer. Y entonces vienen las explicaciones.

¿Por qué nuestro bebé duerme aún con nosotros? ¿Cómo se nos ocurre dejarlo tantas horas para volver a la oficina? ¿Qué es esa loca idea de no mandarlo al colegio hasta que cumpla 6? Los ejemplos son muchos y podemos enumerar una y mil situaciones más. 

Lo que se esconde detrás de esto, si empezamos a sacar capas, no es otra cosa que un tema de pertenencia: a nuestra gente, a nuestro entorno, a nuestros tan queridos clanes. A no defraudarlos ni ir en contra de sus corrientes, de lo establecido, porque, claro, en el fondo, lo que tenemos es miedo a que nos dejen de reconocer. Que dejemos de ser parte y, en definitiva, que nos dejen de querer. 

 

Porque lo que todos necesitamos y perseguimos podría resumirse en dos sencillas palabras: conexión y amor. La base social, emocional y saludable que nos sostiene. Así, cuando alguien nos deja de “ver”, nos duele; cuando no nos agradecen algo que hacemos, nos molesta; cuando no somos reconocidas, nos inquieta y sentimos desamor.

Porque somos seres sociales que anhelamos vivir en un espacio amoroso, pero no en el sentido romántico de las telenovelas sino en el de permitirnos ser nosotras mismas, cosa que, lamentablemente, la mayoría de las veces no podemos hacer. Porque vivimos siguiendo reglas y mandatos y nos olvidamos de lo más importante: conectarnos con qué y cómo queremos ser. 

Pero entonces, si el costo es tan alto, ¿justifica el esfuerzo de tener que adaptarnos a un estilo de vida que nos queda incómodo?

La culpa materna

Lo sabemos, lo vivenciamos, lo padecemos. Hay estructuras y formas preestablecidas para todo: para ser profesional, pareja, hija, amiga..., uff, la lista es interminable, y se vuelve mucho más compleja si hablamos de maternidad. Porque sentimos que todas hacen lo mismo y que, si elegimos algo distinto, tarde o temprano el mundo nos va a mirar mal. En las sociedades occidentales, nos caló hondo “la culpa”. Culpa por hacer, por no hacer, por hacer diferente.

Desde una perspectiva psicológica, la culpa es una emoción que viene de la mano de la socialización y se origina cuando nuestras acciones entran en conflicto con nuestros valores o pensamientos. Entonces cedemos. Y nos anotamos en ese grupito de estimulación para bebés que no nos es afín para nada solo porque van varias amigas, o decimos que sí a ese after office de trabajo a pesar de que estamos agotadas. Y nos olvidamos de nosotras, y no nos priorizamos.

 

Pero ¿qué pasa si empezamos a hacerlo? ¿Si transgredimos? ¿Si nos salimos del cuadro, si elegimos otra cosa, si queremos cambiar? ¿Qué sucede si renunciamos y arrancamos ese emprendimiento que nos da vueltas desde hace rato o si movemos a los chicos de colegio para probar una pedagogía nueva? Sucede que no estamos seguras, que nos da miedo, que dudamos.

Y claro, como todavía, en la mayoría de los casos, no confiamos en nosotras al 100%, entonces la forma de volver al molde es deshacernos en excesivas explicaciones y tener bien a mano las disculpas del caso por si algo llega a salir mal. Pero... ¿por qué? Si claramente esa también es una posibilidad. 

Amigarse con el error

Algo clave es que debería existir dentro del menú siempre la opción de que las cosas salgan mal. Es así, es parte de la vida y es parte también de crecer. No sugerimos con esto andar a los tumbos haciendo pruebas extremas de crianza, dejar de asumir responsabilidades laborales o ir saltando de una relación a otra sin tener en cuenta a los demás. Claro que no. Pero cuando elegimos o tomamos un camino en particular, sí debemos considerar que hay siempre una posibilidad, obviamente, de que el plan no resulte como esperamos. 

Pero aquí vienen las buenas noticias, porque esto, salga como salga, va a estar bien igual, porque las experiencias de prueba y error hechas a conciencia nos van a permitir aprender, corregir lo necesario, seguir caminando en el sentido que elegimos y avanzar. 

Perdón, pero no lo siento

La vida nos pone ante contextos que son siempre cambiantes. Hoy no somos las mismas que ayer, mucho menos que hace cinco o diez años. Y parece loco, pero muchas veces, por cambiar, sentimos que tenemos que pedir perdón. Perdón porque ya no podemos participar más de tantas actividades en el cole; perdón por elegir para nuestros hijos una alimentación o educación diferente de la que tuvimos; perdón, pero de otro chat de mamis ya no tenemos capacidad de participar; perdón por llegar tarde a una reunión cuando están nuestros hijos enfermos.

Perdón, perdón, perdón. Pero ¿ante quién? Y lo más interesante, ¿por qué? En principio y en la mayoría de los casos, la explicación y excusa es ante el juez más estricto que tenemos: nosotras mismas. Somos nosotras las que necesitamos reafirmar el camino elegido y las que sentimos la necesidad de sobreexplicarnos. Como una forma de reconfirmar la decisión que estamos tomando, pero también como autoconvencimiento. 

Menos explicaciones

Hablamos, aclaramos, explicamos y sobreexplicamos. Pareciera que queremos repetir el cuento una y otra vez. Como si no terminara de quedar claro, como si estuviéramos al frente de una oficina de reclamos en donde tenemos que contarles a miles de clientes insatisfechos por qué la empresa tomó un camino diferente. Qué locura, ¿no? Y lo más paradójico es que cuanto más alineadas y enfocadas estemos con nuestro interior, menos explicaciones vamos a sentir que tenemos que dar, más sencillo nos va a resultar actuar a nuestro modo y corrernos de ese lugar.

Obvio, no es fácil, porque podemos estar súper seguras y sólidas en lo que estamos eligiendo, pero la cultura y las costumbres nos pueden agarrar desprevenidas y hacer tambalear. De todas formas, en tanto estemos enfocadas y tengamos claridad, más rápido podremos identificar el canto de sirenas y salirnos a tiempo, antes de que el show de los argumentos y comentarios vuelva a empezar. 

 

Pero ¿qué pasa cuando no estoy segura de nada? ¿Cómo saber qué es lo que, en el fondo, sentimos, anhelamos, deseamos sin todo el barullo y condicionantes externos? Una de las tareas interiores más arduas y desafiantes a las que nos enfrentamos a lo largo de los años es, sin dudas, identificar qué es lo que queremos de verdad.

Porque la vida es cambio permanente y entonces lo que deseábamos a los 30 no es lo mismo que a los 35 y mucho menos a los 40. Y porque vivimos rodeadas y aturdidas por mil estímulos que nos confunden y pueden llegar a desviarnos de nuestra lucecita interior, que muchas veces está tan camuflada por cultura, mandatos e influencias que casi, casi, no se deja ver. Entonces, la clave para despejar este acertijo quizás esté en parar y pensar: OK con todo, pero ¿qué es lo que realmente quiero en este momento? 

¡Chau, chau!

La culpa es uno de los sentimientos más negativos que podemos vivir. No ayuda, no colabora ni nos es útil para nada. Por el contrario, nos hace permeables a manejos y manipulaciones. Te proponemos, entonces, algunas ideas para intentar, de a poco, ir separándote de ella y decirle finalmente adiós. 

  1. 1

    Revisá tus ideas limitantes: nos encontramos pidiendo disculpas por causas a las que ni siquiera adherimos. Preguntate: ¿qué hay detrás de ese perdón que estás diciendo?, ¿qué idea o valor se pone en juego?

  2. 2

    Date tiempo para meditar: es sumamente útil cuando perdemos de vista lo que somos o queremos ser. No es necesario ser expertas, solo necesitás unos minutos de silencio, respirar y volver de a poco a conectarte con tu interior. Probalo. 

  3. 3

    Bajalo al papel: para identificar cuando estamos tomadas por algo que no nos corresponde o nos hace ruido, preguntate: ¿qué es lo que nos pesa tanto? ¿Por qué sentimos que debemos pedir disculpas? Escribí las respuestas para despejar tu mente. 

  4. 4

    Desactivá víctimas: cada vez que veas que estás por caer en las garras de este tipo de manejos, STOP. No te olvides de que lo más importante es estar en coherencia con lo que pensamos y elegimos, respetando al otro, por supuesto, pero sin desviarnos nunca de donde queremos estar.

Experto consultado: Fernando Sáenz Ford, Cofundador de Coaching Global. Ig: @fernando.saenz.ford.

 

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