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Me fui a vivir a Madrid: cómo reinventarte en un país nuevo

En su primera columna para OHLALÁ! Karen Barg, maquilladora e influencer, nos describe su partida a España. Nos habla de cómo tomó la decisión de mudarse con su familia.


Karen Barg, por partir a España.

Karen Barg, por partir a España. - Créditos: Karen Barg



Mientras escribo mi primera columna de Vivir afuera, este espacio en donde vamos a hablar de migración, de trámites y emociones, estoy tomando un mate bien caliente, mirando el árbol de Navidad que todavía está armado y no puedo creer que en esta época del año haga tanto frío.

Alguien me contó que el cuerpo tarda tres años en asimilar el cambio de clima. Es decir, tu cabeza entiende que es enero y que de este lado del mundo es invierno, pero a tu cuerpo todavía no le llegó la información y, te juro, que se siente extraño. No me estoy quejando: pasar las fiestas en invierno tiene su encanto, se parece a las pelis que vimos toda la vida con sus suéteres abrigados, bufandas y gorros graciosos. Pero también tiene eso otro de abrir Instagram y ver a todas tus amigas en la pile tomando birra y, ahí sí, este invierno se hace más profundo.

Todo es un poco así desde que vivimos en Madrid, viendo las dos caras de la moneda, lo que ganaste al venir y lo que perdiste al irte.

Karen Barg, junto a su familia, por partir a España

Karen Barg, junto a su familia, por partir a España - Créditos: Karen Barg

Me embalé con el tema del clima, cual charla de ascensor y me olvidé lo que tenía que hacer: presentarme.

Siempre me costó presentarme. No sé bien por qué. No es vergüenza, creo que lo que me pasa es que nunca tengo muy en claro quién soy y, en estos últimos dos años, menos. Es que mucho de lo que hacía cuando vivía en Buenos Aires ya no lo hago o lo hago menos, y estoy tratando de reinventarme en un país nuevo a mis 35 años, con un hijo y sin mucha idea de cómo lo voy a lograr.

Pero voy a apelar a las cosas que sí sé: me llamo Karen Barg, nací en Buenos Aires y nunca en la vida pensé que iba a vivir en otro país.

En 2019 mi marido vino de viaje por trabajo a Madrid y se enamoró de la ciudad, no podía creer que todos estaban de buen humor y que la gente salía de trabajar y se quedaba tomando una caña (o más) en los bares del centro.

Cuando volvió a casa trajo un imán de Madrid y me dijo que nos íbamos a vivir allá.

Yo lo miré con cara de póker y clarito le dije: “No, ni loca”. ¿Cómo me iba a alejar de mi familia y de mis amigas? No way. Vivir afuera definitivamente no era para mí.

Me encanta viajar y más de una vez había fantaseado con irme unos meses a vivir a Nueva York a estudiar teatro y tener la experiencia Sex and the city. Pero nunca me animé a hacerlo, tenía ataques de pánico y el solo hecho de pensarme lejos de mi entorno seguro me daba taquicardia. En fin, si bien ya no tenía ataques de pánico, su deseo de vivir en el exterior me parecía una locura.

Llegó 2020 y con él la pandemia de covid. De un día para el otro nuestra vida se transformó 100%. Tuve que cerrar mi estudio de maquillaje, que acababa de abrir con muchísimo esfuerzo (ah, sí, porque, aunque todavía no lo dije, soy maquilladora), y pasé a dar clases online desde el escritorio que improvisamos en nuestro cuarto.

Vivíamos en el barrio Coghlan en la ciudad de Buenos Aires y nuestros días se dividían entre trabajar como podíamos desde casa y cuidar a nuestro hijo Toto.

Fueron pasando los meses y entre videollamadas, calls de trabajo y zoompleaños me di cuenta de que hacía 3 meses que no veía a mis papás y a mis amigas y que había podido sobrevivir; que trabajábamos desde casa y que nuestro hogar podía quedar en cualquier parte del mundo.

Y fue como un click, una iluminación, no sé muy bien cómo explicarlo, pero de repente me sentí libre. Todas las cosas que me ataban habían desaparecido y tenía el infinito de posibilidades a mis pies. Entonces le dije a Lucas, mi marido: ¿Y si nos vamos un tiempo a España a vivir una experiencia?

El pequeño Toto, en Madrid.

El pequeño Toto, en Madrid. - Créditos: Karen Barg

Empezamos a fantasear, un poco en joda un poco en serio, y pasó algo increíble.

Un día le llega un mail con una propuesta de un trabajo temporario en Madrid, que se convirtió en la señal que necesitábamos para tomar la decisión.

El plan era ideal, nos íbamos a Madrid por un año, él tenía pasaporte europeo y, al estar casados, yo podía entrar como esposa de comunitario.

Dejábamos nuestra casa en alquiler temporario y todos contentos… o eso creíamos.

¿Los dejo con la intriga? Un poco, sí. Pero cada quince días voy a ir contándoles en mis columnas un poco de la historia de cómo emigramos a España y cada uno de los datos que aprendí en esta experiencia que nos sorprende día a día. ¿Me acompañan?

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