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Olivia Goldschmidt, sobre el ataque de Hamas a Israel: "No soy la misma, esto va a marcar a mi generación"

La periodista e influencer Olivia Goldschmidt relata en primera persona cómo vive desde que se recrudeció el conflicto armado en la Franja de Gaza.


Olivia Goldschmidt junto a Olga, una amiga que trabaja en un hospital en Jerusalén.

Olivia Goldschmidt junto a Olga, una amiga que trabaja en un hospital en Jerusalén. - Créditos: Gentileza Olivia Goldschmidt



Vengo dando vueltas para encontrar un punto desde el cual empezar a contar algo que llevo atragantado desde que tengo memoria y que explotó en los últimos días. Cómo nos afecta el conflicto entre Israel y Palestina.

El sábado a la mañana estaba “en call” con mis hermanas, una llamada grupal donde cada una va contando sus novedades y brevemente comentando las del resto, pero este finde fue distinta. Abril, que es la menor, directamente llora. “Ay, chicas, no”, repite. Su mejor amiga está en Israel y tantos otros amigos que le quedaron de cuando vivió ahí hace unos años. No sé si leerle más noticias para no angustiarla, pero me pide que sí.

Miranda está inquieta, nerviosa, no llora, hace preguntas concretas: “¿Con quién hablaste? ¿Dónde está Sari? ¿Dónde está Einav?”. Einav, mi prima, está en Londres. “¿Y Niv fue?”. No. Niv está en Tel Aviv. Silencio. “Yo le hablo”, dice Abril.

 

No me entra en la cabeza lo que acabo de leer y tengo una sensación rara y nueva, no es sólo dolor, es miedo. Estoy en piyama, ya desayuné, pongo el agua para otro mate que va a estar lavado, y en realidad postergo el terminar de sacarme el maquillaje de la noche anterior y cambiarlo por uno más fresquito porque sé que me toca “dar la jeta”, que es como le digo a poner el celular en modo selfie y decir alguna cosa acerca de algo. Seguimos en call a todo esto. Tengo miedo de lo que sucedió y tengo aún más miedo de lo que va a pasar.

Pero Miranda, desde Madrid, tiene otros planes: “Mejor, manos a la obra. Oli vos escribí, no hace falta que cuentes qué pasó, ya se va a enterar la gente, hace falta que expliques qué sentís. Abru, vos dejá de llorar, buscá el fondo de tu marca, agarrá la Wakom, vamos a necesitar una imagen, algo de esperanza, vamos a necesitar esperanza”, dice, como si fuera un político en campaña. Si le diéramos a Miranda las comunicaciones del Estado de Israel, digo como un chiste que ya no me causa gracia, no estaríamos en esta. 

Corto y escribo rápido, lo que me sale de adentro, de mi papá hablando de Israel y del ejército, esa misma frase que repite siempre que hablábamos del Holocausto. Arranca así: “Que nos vamos a dormir tranquilos porque hay un Estado de Israel fuerte e independiente, especialmente con un ejército que lo defiende, así escucho desde que soy chiquita, de mi papá”. 

Olivia Goldschmidt en una entrevista televisiva hablando sobre el conflicto entre Israel y Palestina.

Olivia Goldschmidt en una entrevista televisiva hablando sobre el conflicto entre Israel y Palestina. - Créditos: Gentileza Olivia Goldschmidt

Se lo mando a Abril, que lo pega en cuadrados para compartir, y lo publico. Me saco el piyama, me hago el skin care, me pongo ropa para ir a caminar y es el último ratito de calma antes de una tormenta que todavía no terminó. No puede ser real lo que estoy leyendo, no puede ser verdad, esto no puede haber pasado en un lugar tan increíble, donde estuve hace unos meses.

Siento un déjà vu horrible mezclado con un unprecedented times, o una situación sin antecedentes. El déjà vu no es el de otra escalada de violencia en Israel, es el nazismo que siempre me advirtieron que podría volver. Por respeto a las víctimas del Holocausto nada se compara con el Holocausto, y punto.

Con el correr de los días aparecen los datos que me obligan a pensar si ese es un punto final: el sábado fue el día en la historia en el que más judíos murieron desde 1945. Esta vez, por primera vez, desde que nació mi papá, desde que tiene recuerdos mi mamá, me pregunto: ¿Por qué otra razón fueron decapitados bebés, secuestrado chicos chiquitos que no paraban de llorar, violado adolescentes, ejecutados al lado de sus amigos y sus cuerpos desfilados como trofeos de guerra, si no es por la única razón de haber nacido judíos? ¿Por qué veo en los comentarios de las redes sociales gente que dice que luego de leer estas noticias tiene “PEROS”? ¿Qué argumentos habrá escuchado mi abuela mientras hacía una única valija con todas sus cosas para escaparse en un barco? 

 

Crecí en una casa donde el comienzo del Holocausto no era cosa de libro de historias si no de la historia de mis abuelos paternos. Aprendí la fecha de la Segunda Guerra Mundial antes de entrar al secundario: 1939 a 1945 y también los datos claves para mi familia. ¿En qué año llegó mi abuela a la Argentina? En el 38. ¿En qué año nació mi papá? En el 46, es el arquetipo de un baby-boomer.

Siempre me preguntaba cómo era posible que el resto del mundo hubiera mirado para otro lado. Qué hubiera hecho yo de haber estado viva en ese momento, si era verdad lo que contaban amados-vecinos-no-judíos, de toda la vida, que cuando las cosas se complicaron resultaron no ser nada amigos. Era verdad.

Volviendo a lo que viví el sábado: minutos después de apretar “compartir” empiezan a entrar los mensajes, en general de amigos, que me agradecen por las palabras. Por las redes sociales vuelvo a ver combos de nombres y apellidos que no leía hacía años: son compañeros de la primaria que compartieron lo que escribí. Aparentemente una es dermatóloga y me hubiera gustado enterarme antes de que la conversación sea acerca del terrorismo. 

Olivia junto a su prima Einav.

Olivia junto a su prima Einav. - Créditos: Gentileza Olivia Goldschmidt

Al único que le mandé el texto por WhatsApp es a mi papá. Me contestó horas después: “Acá en la lucha, un poco llorando por lo que escribiste, un poco jugando al golf”. 

Para ese entonces ya había hablado con mi mamá. “Es como en el 73, era así, yo me acuerdo, en el Sholem Aleijem íbamos con el guardia al recreo”, le digo que es mucho peor y sigue. “Nadie iba por turismo a Israel, era un país en guerra”. Pensamos si justo fueron 50 años de la guerra de Yom Kippur y creemos que no, porque el aniversario lo nombraron hace un par de semanas cuando fuimos al templo el día más sagrado del año. Y resulta que justo este sábado pasado eran 50 años del calendario gregoriano. Si habré explicado en historias de Instagram las diferencias entre el calendario que se usa en Israel y el nuestro. ¿Cómo puede estar pasando esto? 

Soy judía, soy Argentina, soy hermana mayor, periodista de formación, y desde hace algunos años también influencer. La primera vez que hablé de Israel en las redes sociales fue porque mis hermanas menores tenían un dolor especial, como una herida molesta, una incomodidad, no muy profunda pero sí desagradable. Fue en 2020, una de las tantas veces que aumentó la tensión entre Israel y sus vecinos y veían cómo compañeros del colegio, conocidos, hasta amigos suyos con los que se habían divertido, reído, y conocían sus casas, con quienes charlaban cada tanto, estaban de algún otro bando que no era el mismo que el de ellas. A mí también me pasaba. No me acuerdo de sus palabras, o qué postearon, pero mentiría si digo que no me acuerdo quiénes eran, nombre, apellido, sus cuentas de redes sociales. No los odio, no me caen mal, no les tengo rencor, sólo tengo mucha memoria. 

 

No es acerca de discutir por políticas, territorios o conflictos armados, nunca fue acerca de eso. La mayoría de los judíos no sabemos demasiado los detalles del conflicto, quizás mucho más que los no judíos, pero no se trata acerca de acuerdos internacionales ni condenas. Pienso en cómo explicarle a alguien que no es judío y se me aparecen unos clichés que no llegan a abarcarlo todo.

“Es como mi casa”, decimos, aún si nunca vivimos ahí, aún si nunca fuiste, aunque no sea donde vamos a dormir hoy. Es el refugio que tenemos si se pudre donde estamos. Y es la casa de muchos otros judíos hoy muy valientes que están poniendo sus cuerpos para que eso suceda. “Los soldados son mis hermanos”, veo las fotos de sus caras, son chicos y chicas, como yo, en uniforme y son casi las mismas que todas las veces que conocí a uno. No sólo son el hermano o la hermana de alguien, el hijo de alguien, el padre, la madre, el marido, la novia de alguien: ese alguien soy yo.

Cómo les explicás a tus mejores amigas del colegio, no de la colectividad, que cada conversación que tenés con un israelí, aún si es con un hebreo de 20 palabras oxidadas, o en un inglés con acento marcado, te dice: “come to Israel, make aliá”, vení a vivir a Israel, te invita. Que es escuchar que hay un israelí en un hostel de mala muerte en cualquier lugar de latinoamérica y saber que ese día hay shabat, y que si algo te pasa sabés a dónde vas a ir a pedir ayuda. Es saber que Waze, Wix y Skype fueron hechos en Israel, y también la máquina esa para hacer soda en tu casa. Es pensar que Bar Rafaeli se parece un poco a tu prima, aunque no. Es sentir un orgullo infinito cada vez que Israel gana un primer puesto como vacunar a su población, desarrollar un medicamento, o si casi casi llega a la final del sub 20 en La Plata. 

 

Lulú me manda un tuit: “¿Viste que estamos a 7 grados de separación de cualquier persona en el mundo? Para los judíos ese número es mucho, mucho menor”. Hago una cuenta rápida y pienso: ese número es 2. Si esa chica secuestrada no la conozco yo, la conoce alguien que yo conozco. Así por 1200 víctimas, 150 secuestrados, infinitos heridos y más. Y así también son los 500,000 reservistas convocados, que ya cumplieron con su tiempo obligatorio y que hoy que la situación es más crítica que nunca el ejército les pidió que vuelvan. Se me llena el teclado de lágrimas en este momento. Todos en mi familia estamos pendientes de lo que le pasa a uno en particular, y no entra en mi cerebro multiplicar por 500,000. 

Pasaron unos años desde que en 2020 empecé a hablar de Israel en redes, y entre eso y mi trabajo colaboro con un hospital en Jerusalén. Tengo un grupo de WhatsApp de 60 personas, al menos la mitad son médicos o empleados del hospital Hadassah. Nos conocimos hace casi un año en un viaje y el vínculo tiene la intensidad que sólo se puede dar entre adultos compartiendo varios días seguidos en un destino lejano. Apenas sucedió el ataque varios mandaron mensajes de fuerza, estamos con ustedes y veo que ni uno sólo, ni uno de los médicos contestó. No quiero sumar a que me tengan que contestar y por 24 horas sólo hablo con una, Ayalá, que tiene 25 años y el celular cosido a la mano. Lo que me cuenta me parte el alma.

Al día siguiente le escribo a Olga, mi amiga enfermera y partera, que me dice que el hospital está medio corto de médicos porque muchos fueron llamados a las reservas del ejército. Olga es una dulce y habla español perfecto porque veía Chiquititas y a Lali en la tele. Me cuenta que llegan muchas mujeres a parir solas, sin marido, que, como los médicos no están: fueron convocados a defender su país. Hablamos de su familia. 

 La zona de la barrera entre Israel y la Franja de Gaza.

La zona de la barrera entre Israel y la Franja de Gaza. - Créditos: Agencias

Y le escribo a Asher, que desde que lo conozco sólo sé que hace “datos”, y por primera vez entiendo cuál es su rol. Por ejemplo, si llegara a pasar que se necesitan a todos los reservistas en el mismo momento para ir a buscar a los 150 rehenes que faltan, Asher es el que reorganiza todo el horario del hospital para que siga funcionando con la mitad de la gente. Le escribo a Shay, para preguntarle cómo están él y su mujer. Firmo el mensaje con una cordialidad “I hope you and your family are staying safe”, quiero decirle que espero que estén a salvo. Y me ubica en dos minutos: “It’s definitely not safe when there is a war”, definitivamente no estamos a salvo cuando hay una guerra. Me siento la mina más boluda del mundo. 

Y de más está aclararlo, pero por si esto llega al inframundo de internet: rezo por la vida de los palestinos que son víctimas de Hamas, del terrorismo, de la inoperancia de sus líderes políticos y la crueldad de su milicia. Nada nos gustaría más que sean un pueblo libre y feliz. Que nunca más nuestros hermanos tengan que ir a defender a sus familias. 

Eso fue el sábado, pero hoy ya es miércoles y los eventos se fueron desarrollando de tal manera que no soy la misma que era la semana pasada. Mientras escribo esto le contesto un WhatsApp a mi primo, a quien le acaban de confirmar que su amiga desaparecida falleció. Yo, que amo las palabras, no encuentro ni una. 

No soy la misma que era la semana pasada porque el judaísmo no es el mismo. Esto va a marcar a mi generación y lo que viví los últimos días solo me deja la convicción de que el pueblo de Israel tiene que estar más unido y presente. Nací cuando Israel ya era un Estado y a mis 32 años viví la experiencia de tener miedo de que fuera violado.

Que casi 80 años después de terminada la Segunda Guerra Mundial entendimos, una vez más, que si los de adentro se pelean los devoran los de afuera (o al menos, lo intentan). Que lo que tengo atragantado es que haber nacido judía fuera de Israel hace que siempre mi corazón esté un poco acá, un poco allá. Que el dolor causado por el ataque se comparte, pero la conexión, el amor, el orgullo y el vínculo también. Am Israel Jai.

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