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Síndrome Dory: lo que recordé en mi propia obra en construcción

En el editorial de la edición de agosto de OHLALÁ!, nuestra directora Sole Simond reflexiona sobre el Síndrome Dory


Dory, un personaje de Descubriendo a Nemo.

Dory, un personaje de Descubriendo a Nemo. - Créditos: Captura de pantalla



A veces no se trata de que el vaso esté mitad lleno o vacío, a veces tiene más que ver con que nos ahogamos en un vaso de agua. Esta maldita costumbre que tiene nuestra mente de quedarse en “faltan 5 pa’l peso”, en vez de mirar la abundancia de nuestra vida. Son mecanismos aprendidos hace milenios en pos de nuestra supervivencia, y hoy no queda otra que observarlos y desarticularlos con nuestra conciencia.

¿Cuál fue mi vaso-tsunami? Una obra en casa. Reformé cocina y baño, un sueño que tenía desde hacía cuatro años. Sin embargo, nunca imaginé la convivencia intensa con Pablo, Coco y Chaco, a cargo de la construcción; vivir sin agua; que hubiera polvo hasta en la última hoja de los libros; que mi casa se replegara en caos para convertirse en otra cosa; los ruidos de fondo del taladro; las negociaciones; el tiempo que nunca es el que te dijeron.

Y vos dirás, ¿de qué se queja esta mina? Que puede hacer una ampliación en su casa, que tuvo las dificultades normales de cualquier obra, que tiene los recursos para afrontarlas. Lo mismo me pregunto yo. Somos adictas a quejarnos. Es como el chupete de la nueva era, contar nuestras penas. Y esos neurotransmisores de “hacer puchero” se refuerzan y la valentía de querer mirar lo bueno es más difícil que escalar el Everest.

 

En esa cuenta regresiva de agobio y frustración, fui a mi clase de yoga casi arrastrándome, y una compañera me dijo: “Vas a ver la expansión que implica una reforma, vale la pena”. En ese momento, yo tan solo quería que se fueran, aunque la obra quedara por la mitad. No me importaba. Esas palabras sonaban lejanas, pero ¿sabés qué? Sucedió.

En un engranaje casi perfecto, no con los tiempos que a mí me hubieran gustado, pero sí con los que tenían que ser: tuve cocina y baño nuevo. Por eso, me quiero poner un reminder de que todo pasa, que nada es tan grave, que confíe y me entregue. Pero bueno, siempre me lo olvido, cada vez. Soy como la pececita Dory de "Buscando a Nemo". La sabiduría convertida en revelaciones que se me olvidan. Y no hago otra cosa que repetirlas, escribirlas, citarlas, enseñarlas, compartirlas, antes de que me tome una nueva lobotomía. 

Cuando leía “Faltacidad”, la nota de tapa de este número, me preguntaba no solo cómo convertir el hueco en espacio de crecimiento, sino también cómo aprender a hacer pie. ¿Cuál es nuestra base en los momentos en que nos quiere tapar el agua? Te comparto mi caja de herramientas (reforzadas durante la obra en construcción).

Mi caja de herramientas

  • Descansar: y vos dirás “pero es medio obvio”; y creeme que no, solemos tirar por la borda lo obvio en los momentos de crisis. Dormir bien, acostarte temprano, cuidar tus horas finales del día para no llegar muy agitada al sueño.

  • Nutrirte: ¿qué vitamina te falta?, ¿te hiciste un chequeo médico? Muchas veces es solo ajustar nuestra alimentación y sostener que sea saludable, aunque todo complote con la nutrición inteligente.

  • Cuidarte: no te expongas a vínculos que, lejos de alentarte y mostrarte la luz al final del túnel, suelen ser pájaros de mal agüero. Y decí “no”, un momento desafiante te invita a darte cuenta de que no podés con todo, y tenés la excusa perfecta.
    Inspirarte: buscá espacios creativos y esperanzados, a mí me servía mirar fotos de Pinterest para imaginar mi futuro baño de inmersión en mi nueva bañera, pero puede ser planear un viaje, leer un buen libro, ir a darte un masaje...

  • Mirarte con amor: en mi vida se llama meditar, pero también es ser compasiva con vos, con tus momentos límite, cuando sentís bronca o tristeza; descomprimir la mirada crítica e imposible de contentar.

  • Tener paciencia: ese día que estrené el baño, que estaba como para foto de revista, abrí la canilla de la ducha de agua caliente y descubrí que no había presión. Ningún proceso finalmente termina, fijate: siempre hay algún imponderable. Y nuestra verdadera obra maestra es bailar con la música que suena. 

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