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"Tengo 33 años y decidí congelar óvulos": lo que nadie te contó del proceso

Carla Bonomini es argentina, vive en Berlín y trabaja como mentora creativa. En esta crónica cuenta cómo fue su proceso para congelar óvulos, incluyendo todo eso que nadie le había contado.


Carla Bonomini: "Estoy por cumplir 34 años y así como sé que quiero ser mamá algún día, también sé que no quiero serlo ya".

Carla Bonomini: "Estoy por cumplir 34 años y así como sé que quiero ser mamá algún día, también sé que no quiero serlo ya".



Decidí congelar mis óvulos. Estoy por cumplir 34 años y así como sé que quiero ser mamá algún día, también sé que no quiero serlo ya. El reloj biológico es injusto con las mujeres, pero la ciencia compensa y, sin embargo, aunque sabía que existía esta posibilidad, jamás me la había planteado para mí. No conozco nadie que lo haya hecho ni es un tema del que sienta que se hable muy libremente. 

Fue mi viejo (que trabaja en una clínica de fertilidad en México) el que abrió esa puerta, y aun así desde que me lo sugirió hasta que me decidí, necesité dos años. Por eso, por más que hacerlo me pone en un lugar muy vulnerable, estoy escribiendo esto: porque somos pocas las mujeres en la posición de privilegio de tomar esta decisión, y muchas menos las que conocemos el proceso y decidimos compartirlo. Si a vos también te está empezando a sonar el relojito que me estaba sonando a mí, quizás leer esta crónica te dé un poco más de claridad.

La previa: la rutina de las inyecciones diarias

Dos meses antes de iniciar el proceso me hago un montón de análisis en Berlín, ciudad en la que vivo, para ver que esté todo bien. Me sacan 13 tubitos de sangre, me impresiono. Sale todo bien, mi reserva ovárica es muy buena (una de las ventajas de hacer esto a los 33) y tengo el visto bueno para empezar.

Viajo a México y conozco en persona a mi médico -el Dr. Alfonso Suástegui, del Advanced Fertility Center Cancun- con quien ya había tenido videollamadas y a quien a partir de ahora voy a ver día por medio a lo largo de por lo menos doce días. Me receta hormonas inyectables que me tengo que dar (sí, yo misma) en la panza todos los días. Durante dos semanas esa es mi rutina: escuchar la alarma del celular, sacar las inyecciones de la heladera, respirar profundo y autoinfligirme dos, a veces tres, agujeritos en la panza. Una de las inyecciones es más espesa que las otras y tengo que respirar profundo para aguantar el ardor. Tardo un par de días en ponerme canchera con las agujas, pero para el final ya lo hago rapidísimo. 

Carla fue registrando en imágenes el momento diario de aplicarse las inyecciones hormonales en la panza

Carla fue registrando en imágenes el momento diario de aplicarse las inyecciones hormonales en la panza - Créditos: Gentileza Carla Bonomini

Cada dos días vuelvo a la clínica y me hacen un ultrasonido para ver el crecimiento de los óvulos. Están creciendo un poquito más lento de lo esperado, así que ajustan la dosis de hormonas. 

Me salen moretones en la panza de los pinchazos y empiezo a sentir los efectos secundarios en el cuerpo: tengo mucha sensibilidad en los pechos, estoy hinchada como un globo, me molesta dormir boca abajo y lloro fácil. En la visita que suponía sería la última antes de la extracción me dicen que los óvulos todavía no maduraron, que necesito dos días más de estimulación. Salgo del consultorio y no sé si por cansancio, angustia, hormonas o todas las anteriores, me largo a llorar.

El lado B (ese que nadie me había contado)

"Me doy la última inyección y me arde un montón, pero estoy contenta de estar llegando al final de todo esto" - cuenta Carla.

"Me doy la última inyección y me arde un montón, pero estoy contenta de estar llegando al final de todo esto" - cuenta Carla. - Créditos: Gentileza de Carla Bonomini

Sigo con el tratamiento. Estoy molesta, puedo consumir muy poca cafeína y no puedo hacer deporte, meterme al agua, tomar alcohol o tener relaciones sexuales. Siento que el único propósito de mi cuerpo estos días es ser un globo que contiene óvulos. Me desvelo a la madrugada preocupándome por cosas que no pasaron, pero que no puedo evitar pensar. Pienso qué pasa si después de todo este dolor y esfuerzo la intervención no sale y no me pueden rescatar ni un óvulo.

Vuelvo al médico y me informa que los óvulos ya están listos, me pongo contenta. Agendamos fecha para la intervención y me receta la última hormona, a la que llaman “el disparo”, junto con otros medicamentos que buscan evitar que desarrolle un síndrome de hiperestimulación ovárica. Agendo las nuevas alarmas, entusiasmada, sabiendo que son las últimas. Me doy la última inyección y me arde un montón, pero estoy contenta de estar llegando al final de todo esto.

La internación

Último día, me internan. Me ponen suero, se me explota una vena (ya me pasó antes, las tengo muy finitas) y lloro frente a gente que no conozco. Tengo una batita de hospital, una vía en el brazo y me siento muy vulnerable. Mi novio está conmigo en el cuarto y me acompaña con un par de respiraciones, lo cual me ayuda a calmarme. 

Viene el anestesista, se presenta, me hace un par de preguntas y me explica lo que está por pasar. Nunca me habían hecho anestesia general y me da ansiedad la experiencia, pero ya estoy entregada. Paso al quirófano en una silla de ruedas, me acuesto en la camilla y me convierto en el centro de una coreografía perfectamente ensayada entre médicos, enfermeras y ayudantes. El anestesista me hace respirar profundo. Respiro una vez. Respiro dos veces. Me despierto y estoy de vuelta en la habitación.

No entiendo nada. ¿Ya pasó?

Mi novio me cuenta que le pregunté dos veces seguidas a la enfermera cuánto tiempo estuve en el quirófano y que las dos veces me respondió “45 minutos”. Yo no me acuerdo. Me río.

El después: "Para este proceso no solo hace faltan medios económicos, también se necesita sostén emocional" 

Me informan que pudieron congelar 24 óvulos maduros y no recuerdo la última vez que sentí tanto alivio en mi vida. Di las gracias por los médicos, por la ciencia, por mis viejos y por mi pareja, porque para atravesar este proceso no solo hace faltan medios económicos y resiliencia, también se necesita mucho sostén emocional. 

Escribo esto a diez días de la intervención y recién ahora empiezo a sentir que mi cuerpo se va acomodando de a poco. No puedo creer que ya terminó este proceso y que en una clínica de México hay 24 ovulitos maduros congelados dándome lo que ser mujer naturalmente no me pudo dar: espacio y tiempo para que mi maternidad sea deseada (porque será deseada o no será).

Habiendo pasado todo puedo afirmar que, en mi caso personal, hacer este proceso fue la mejor decisión que podría haber tomado por mi futuro. Ojalá no necesite usar los óvulos, pero haber congelado un poquito el tiempo me da tranquilidad para tomar decisiones responsables desde la conciencia, no desde el apuro. 

Si tenés preguntas o estás pensando en congelar tus óvulos, hablá con tu ginecóloga/o, sacate todas las dudas que tengas e informate sobre tus posibilidades. Siempre es bueno saber que las tenemos.

Nuestra cronista: Carla Bonomini

Minibio: Me llamo Carla Bonomini, nací en Buenos Aires y vivo en Berlín. Mi trabajo es acompañar a otras personas en su camino de autodescubrimiento creativo a través de workshops, mentorías y mi newsletter mensual. Siempre con la introspección como bandera, mis propuestas buscan animarte a crear activamente, permitiéndote ser vulnerable y mostrándote al mundo tal cual sos.

Instagram: @minicarbono

Web: minicarbono.com

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