La vida me obligó a empezar a cocinar a los 9 años
Kari Gao cuenta en estas columnas de OHLALÁ! el camino hasta cumplir su sueño: abrir un restaurante de comida china. ¿Cómo fue su infancia en China? ¿Quién le despertó su amor por la cocina?
11 de octubre de 2023
Kari Gao, de pequeña, en China. - Créditos: Gentileza Karina Gao
Queridas Ohlaleras:
La semana pasada me preguntaron, muchos de ustedes, por qué de mil rubros quiero dedicarme a este tan cliché: un restaurante. Y creo que es momento de contarles una historia.
Yo nací en el sur de China, emigramos a Argentina en el 93, a 20 días de cumplir 9 añitos. En China tenemos una frase: 民以食为天 Mín yǐ shí wéi tiān, literalmente significa: el pueblo considera el alimento como el cielo (como todo). Para nuestra cultura, el alimento es la base de todo. La comida, más que alimento para nosotros, es una forma de nutrir la vida.
Mi papá trabajaba para una empresa estatal de metalúrgica, y se ocupaba de la logística y organización en el comedor de la empresa en donde comían a diario más de 3000 personas. Siempre me contaba todas sus hazañas para poder organizarse y darle de comer a tanta gente, y me contagiaba la satisfacción que sentía cuando terminaba el servicio exitosamente.
Todas las mañanas durante los fines de semanas, él solía llevarme en su bicicleta hasta el mercado del barrio. No existían los supermercados. Todos los ingredientes los compraba frescos en el mercado, directamente en los puestos.
En la entrada del mercado había una señora que tenía un puesto de Baos, esos bollitos de pan relleno al vapor. Tengo recuerdos de pilas gigantes de vaporeras, más altas que yo y lo contemplaba desde mi cuerpito de 5 añitos: parecían un rascacielos. Pero era un rascacielos de mucho aroma y sabor. Mi papá me compraba siempre un bao antes de entrar, para calmar mi pancita, me decía siempre. Y era un secreto entre él y yo, porque vivíamos con lo justo, y ese bao era casi un lujo.
Baos, bollitos chinos. - Créditos: Getty
Crecí viéndolo cómo seleccionaba cuidadosamente cada verdura, cómo regateaba los precios, cómo reconocer un buen pescado, cómo tratar con respeto cada ingrediente y cómo cocinarlos para lograr su sabor y textura óptima. Ese mercado era todo. Mi papá es todo.
Después se fue 3 años a trabajar a Australia. Si bien seguimos yendo con mi mamá al mercado y, a veces, también me compraba un bao, no era lo mismo. El mercado era con mi papá. Era algo entre nosotros dos.
Cuando llegamos a Argentina fue un volver a empezar. En los 90, no había tantos supermercados chinos: la mayoría tenían restaurante tenedor libre. Era el símbolo de éxito para la comunidad.
Me acuerdo cuando recién habíamos aterrizado, después de 50 horas de viaje, ¡sí que era lejos China! Un amigo que era el primo de un amigo de un amigo de mi papá nos pasó a buscar muy gentilmente por el aeropuerto. Me acuerdo que vino con un fitito rojo (un auto muy chico). Entramos como pudimos todos más nuestros 8 valijas. Así, todos apretado, en un 30 de julio bien frío, era obvio que el auto se iba a romper en el medio de la autopista Dellepiane.
Me acuerdo de la Kari de 8 años parada al lado del auto, con la bolsa de vomitar, que veía pasar autos como vientos acompañados de gritos de palabras en español que, por el tono, me podía imaginar que no eran comentarios muy amables.
Kari Gao hoy, una cocinera que abrirá su propio restaurante de comida china en el barrio de Núñez. - Créditos: Gustavo Sancricca
La tía, en la comunidad llamamos así a todos los mayores de la edad de nuestros padres, nos llevó a mi mamá y a mí a tomar el colectivo 86, que era el único que nos llevaba a Capital. Dos horas duró el viaje en colectivo. Cuando por fin nos bajamos, yo ya me sentía muy mal, y la tía nos llevó a un restaurante tenedor libre chino a pedir que nos dejaran ir al baño.
Entre paisanos nos entendemos, me decía ella. No voy olvidar nunca el asombro mío cuando vi el interior del restaurante. Era un palacio. Para mí, de alguna manera, ese restaurante durante mucho tiempo representó el sueño argentino.
Ya más instalado en Argentina, mis papás tenían que abocarse a trabajar, y yo quedé al mando de la cocina. Con mis 9 o 10 añitos, me paraba arriba de una de esas cajas de plástico duro al revés, y me ponía a cocinar. Al principio me cortaba, me salpicaba el aceite y me quemaba, pero de a poco le empecé a agarrar la mano. Para mi esa era mi contribución a mi familia, mi grano de arena para que todos pudiéramos salir adelante, para que pudiéramos prosperar como familia.
Para mí la comida siempre ocupó y ocupa un lugar muy especial. Es esa complicidad entre mi papá y yo, esa solidaridad en un momento complicado, esa responsabilidad temprana y, sobre todo, ese sueño argentino.
Así que, si me preguntan por qué un restaurante, recuerdo toda mi vida, y pienso que no podría ser de otra manera. Tenía que ser un restaurante, ese que está cada vez más cerca.
XOXO (besos y abrazos)
Tu amichi Kari